sábado, 27 de septiembre de 2008

Una Ciudadania Celestial


Nuestra ciudadanía está en los cielos,


de donde también esperamos al Salvador,


al Señor Jesucristo;


el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra,


para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya.


Filipenses 3:20-21.






Un personaje que ocupaba un alto cargo en la Francia contemporánea, particularmente valiente y enérgico, tenía una hija minusválida. Ella era el objeto de toda su ternura. A pesar de estar muy ocupado, solía dedicarle un tiempo al final de la tarde, salvo excepcional urgencia.



Según su esposa, durante esos momentos estaba como transformado: era humilde y dulce, enteramente dedicado a su hija, quien podía pedirle todo lo que quería. ¡La niña esperaba su venida con inmensa alegría!



Tiempo después, la niña se agravó y murió. Los funerales se desarrollaron en la intimidad familiar. Los padres, fieles creyentes, sabían que su querida hija estaba junto a Jesús. En el momento de abandonar el cementerio, el padre, llevándose tiernamente a su esposa, le hizo esta reflexión: –Ahora ella es como los demás.



Es el triunfo de la fe que permite discernir, a pesar del dolor y las lágrimas, la maravillosa esperanza de los creyentes. Cuando Cristo vuelva, en el cielo todos tendremos cuerpos conformes al glorioso cuerpo del Señor. Su amor, su dulzura, su pureza, todas sus perfecciones serán nuestras:


“Aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él (Jesús) se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2-3).





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