viernes, 29 de mayo de 2009

Soledad

SOLEDAD
por Carlos Rey




«Frente al muelle de Órzola, al norte de la isla canaria de Lanzarote, hay algunos restaurantes pintados de blanco y con las puertas verdes, algo típico en esta isla. Unos cien metros más allá hay un pequeño edificio cuyas paredes están deterioradas por el tiempo, y lo blanco tiene mucho de negro. Allí encontré a una señora de ochenta y ocho años, que atiende su negocio de ventas, ella solita, y que viste siempre de negro, guardando luto por su esposo, que murió hace catorce años.

»Escuché a Soledad, que así se llama esa isleñita de casi noventa años. Le oí hablar de sus hábitos alimentarios, ya que no come carne sino sólo pescado y gofio, que es harina de cereales tostados, base alimenticia del campesino canario.

»Mientras Soledad hablaba, observé que conserva una claridad mental envidiable, y que puede expresar sus ideas con facilidad. También teje en los ratos en que no hay clientes en su negocio. Confiesa que hace todo eso para mantenerse activa, ya que tiene una modesta jubilación para vivir. Trabaja en su tienda ocho horas o más, sin que eso la agote. Y cobra a sus clientes el precio más bajo posible por lo que vende, a pesar de que su negocio está en un sitio turístico. Aun sus trabajos de bordados, verdaderas obras de arte, los vende a un precio irrisorio.

»El momento más emocionante es cuando Soledad habla de su esposo, pescador marino, que murió hace catorce años. Entonces se nubla su sonrisa y se le aguan los ojos. Fue el único amor de su vida, y estuvo con él más de cincuenta años. No tuvieron hijos, y lo único que conserva de él son varias fotos que exhibe en la pared de su negocio.
»Habla de su esposo con fervor y entusiasmo. Cuenta de los trabajos que pasaron juntos, ya que nunca la vida fue fácil para ellos. Ella salía de noche a remover las piedras de la playa para buscar animalitos que servían de carnada para su esposo que salía a pescar al día siguiente. Unas doce veces a lo largo de los años se fue con él a un islote cerca de la isla portuguesa de Madeira, donde su esposo pescaba en botes de vela en aquellos tiempos de la juventud.

»La vida de Soledad ha sido de pobreza y de lucha por la subsistencia. Pero lo único que la pone triste, y se le ve en el rostro, es recordar que ya su esposo no está con ella. Aun así, al recordar los años vividos con él, sonríe entre sus lágrimas.»

1
A quienes nos identificamos con Soledad en la pérdida de seres queridos, esta reflexión escrita por el autor cubano Luis Bernal Lumpuy nos hace preguntarnos si será posible volver a tener una relación con ellos en el futuro y, de ser así, cómo será esa relación. En realidad, todo depende de que hayamos hecho los preparativos necesarios para

encontrarnos en el más allá. Aunque la Biblia no dice que nuestras relaciones en el mundo venidero serán iguales que en el mundo actual, sí nos da a entender que serán superiores. Es decir, serán sobrenaturales porque nuestra naturaleza será sobrehumana y nuestro cuerpo será glorificado e inmortal. Aseguremos nuestro pasaje al cielo, donde Dios mismo enjugará toda lágrima de nuestros ojos y no tendremos que volver jamás a sentir el dolor de la separación de un ser querido.



1
Luis Bernal Lumpuy, «Soledad», artículo inédito enviado al autor por correo electrónico a modo de archivo adjunto, 28 septiembre 2004.

CASI

CASI



Casimira, casi todoy casi nada.
La llamaban Casi cuando casi andaba,
y al cumplir los siete
Casi fue al colegio,
pero la maestracasi no enseñaba.
Pues siendo la Casi
una adolescente,casi niña, casi dama,
encontró a un mozueloa quien Casi amaba.
Pero un día el muchacho,
casi sin mirarladejó a la Casi,
casi destrozada.Y se fue a un convento
la buena de Casi
queriendo ser santa,
y casi fue monja...
Pero un día enterada
de que el chico moría,
se volvió a su casa
y cuidó del chico
como de casada.
Y el chico murió
casi sin besarla,
y Casi fue viuda,
al menos en su alma.
Hoy Casi, cansadade su vida extraña,
casi ni se peina,
y desenfadada,cuenta de algún modo
que fue casi todo,sin ser casi nada.

1 Estos versos del poeta cubano Rodolfo Loyola forman parte de una colección que ha titulado Primavera Interior. Con ese título el autor nos revela lo que tal vez para algunos esté oculto, pero que constituye el genio de su composición: Tiene bastante de jocosa, eso sí, pero también de profundidad. La verdad es que la tal Casimira, a la que llamaban Casi, representa a un crecido número de personas que nos rodean. Son personas que llevan una vida que no tiene verdadero propósito.

No se sienten realizadas porque no han hecho nada que las lleve a tal estado de ánimo. En lo que toca a las relaciones humanas, su vida es un desastre. Se enamoran del amor, y por lo tanto de cualquiera que, con fingida sinceridad, les manifiesta que las quieren. Y cuando el objeto de su amor no les corresponde, ni siquiera por unos instantes engañosos, toman decisiones súbitas, equívocas, con el corazón quebrantado. No tienen buenas relaciones con nadie, y sin embargo dependen de los demás para ser felices. ¡Con razón que se sienten totalmente frustradas!

Es de veras patética esa escena de la Casi cuidando de su enamorado, que ni en el lecho de muerte la trata como una persona digna de su amor. Y está realmente bien lograda la figura de la Casi, que aunque no disfruta de la supuesta dicha de un matrimonio común y corriente, queda viuda en el alma. Pero lo más triste de todo es que hay personas que, como Casimira, llegan al final de su vida sin comprender que sí hay Alguien que las ama de cuerpo, alma y espíritu. Ese Alguien es nuestro Padre celestial, que ha dispuesto que nos casemos con su único Hijo, a quien envió al mundo para ser nuestro esposo. Y ese Hijo es Jesucristo, que nos amó y se entregó por nosotros.



2 San Pablo le presentó ese mismo Cristo al rey Agripa, pero éste respondió: «Un poco más y me convences a hacerme cristiano.» 3 Es decir, «casi» sí, pero no. Más vale que nosotros hagamos lo contrario, correspondiendo a su amor con un resonante: «¡Sí, Señor!», pues todos sabemos que en esta tierra los «casis» no valen.


Tomado de:

1
Rodolfo Loyola, Primavera Interior (Barcelona: Editorial CLIE, 1985), p. 51.
2
Ef 5:25
3
Hch 26:28

jueves, 28 de mayo de 2009

Metido en Una Botella

METIDO DENTRO DE UNA BOTELLA



Raúl era un obrero que, a costa de grandes sacrificios, logró construir una modesta casita para su familia. A pesar de que ganaba poco, era siempre puntual en el pago de sus deudas. Sus niños no carecían de ropa ni de zapatos, y su esposa disfrutaba de regalitos que él le daba de cuando en cuando.


No obstante, Raúl rápidamente perdió terreno en todas las áreas de su vida. Sus jefes ya no le tenían confianza, sus compañeros de trabajo no lo respetaban, y su familia le había perdido cariño. ¿Qué le estaba pasando a Raúl? Se había dado a la bebida.
Durante algún tiempo Raúl había estado dedicando la noche del sábado a la bebida. Él sabía que no andaba bien, pero cuando su conciencia le gritaba que ese no era su lugar, él trataba de acallarla con la justificación: «¿Acaso no he apartado el gasto de la semana? ¿Es que no tengo derecho a divertirme un poco?»


Cuando regresaba de la cantina, su esposa se ponía tensa. La sonrisa de los niños se congelaba al ver el estado lastimoso en que su papá volvía al hogar: el desarreglo y el desorden personal, los ojos enrojecidos, la voz quebrada, el paso torpe, la palabra sucia y los hipos nauseabundos. Y sin embargo Raúl creía que todo estaba bien.

Si su esposa trataba de mencionar el asunto, Raúl le gritaba: «¿De qué te quejas? ¿Qué te hace falta? ¿Acaso no te doy todo lo que tú y los niños necesitan? ¿Qué más quieres? Lo que pasa es que tú me quieres tener del pelo. Tienen razón mis amigos cuando dicen que las mujeres, entre mejor se les trata, peores son.» Así, con palabras huecas, defendía su vida perdida.

Lo que Raúl no sabía es que estaba metido dentro de una botella; que estaba perdiendo la confianza de sus jefes, el respeto de sus amigos, el afecto de su esposa y el cariño de sus hijos; que un día iba a quedar sin casa, sin trabajo, sin amigos y sin familia; que sus hijos no habrían de querer ni verlo, y que su esposa buscaría a los padres que la llevaron al altar para unirla con él, que un día fue un joven gallardo y respetable.

Todo el que es como ese Raúl, que ha comenzado a resbalar o ha resbalado ya al borde de la hediondez de una botella, necesita reconocer, más que nada, que no tiene que seguir siendo esclavo. No tiene que sufrir esas consecuencias. Puede volver sobre sus pasos y encontrar liberación. Esa es la promesa que le hace Dios. Cristo puede cambiar su vida. Él quiere salvarlo del vicio.

Sólo hace falta que eleve, en humilde oración, esta plegaria a Dios: «Señor, te necesito. Yo no puedo cambiar. Ayúdame, por favor.» Si comienza hoy mismo a buscar a Dios, ese será el principio de su liberación. Dios sólo espera a que le eleve esa oración.

sábado, 9 de mayo de 2009

UN TRAJICO DIA DE LA MADRE













UN TRAJICO DIA DE LA MADRE


«Si no vienes con nosotros a la iglesia, tampoco saldrás a jugar —le advirtió con severidad Edward Simón a su hijo de diez años—. Nosotros vamos a la celebración del Día de la Madre.» Pero en lugar de acatar la advertencia, el niño alzó una pistola y vació el cargador sobre sus padres, matando al padre e hiriendo de gravedad a la madre.


Frente a otra iglesia, después de la celebración del Día de la Madre, Fannie Watson, de setenta años, no bien subió a su automóvil cuando recibió varios balazos en el pecho. Percy Washington la había confundido con su esposa, a la que tenía la intención de matar ese día, y baleó a la señora Watson por equivocación.


Fue un trágico Día de la Madre para dos pueblos, dos iglesias y dos familias.


Estos dos delitos sorprendentes, ocurridos en el Día de la Madre, nos llevan a reflexionar sobre el valor de las tradiciones religiosas. ¿De qué sirve, para muchas personas, celebrar ciertas fiestas religiosas?


El Día de la Madre, el Día del Padre, la Navidad, la Semana Santa, Pentecostés, Corpus Christi, Yom Kippur, Rosh Hashana, Ramadán, el Día del Dragón o del Cangrejo, ¿que significado tienen en lo profundo del corazón de quienes los celebran?


Cuando la religión convierte una ocasión en una celebración y nada más, puede llegar a volverse ella misma un instrumento de muerte y no de vida, sobre todo en los casos en que ofrece la excusa perfecta para organizar una juerga y emborracharse. ¡Quién sabe cuántos, en medio del desenfreno de tales fiestas, han cometido actos de los que se han arrepentido y que han ansiado poder borrar de su memoria y de sus antecedentes penales!


Pero aun en los casos en que las consecuencias de esas celebraciones son menos funestas, cuando se llevan a cabo con motivo de tradiciones religiosas como las del cristianismo histórico, en nombre de Dios, nos recuerdan las palabras de Jesucristo a los fariseos y maestros de la ley de su época: «Así por causa de la tradición anulan ustedes la palabra de Dios. ¡Hipócritas! Tenía razón Isaías cuando profetizó de ustedes: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me adoran....”» 1


Es que Cristo no vino a ofrecer una nueva religión, organizada y jerarquizada, con liturgias, ceremonias, fiestas y tradiciones para las que habría que establecer nuevos días festivos. Al contrario, Él vino a ofrecer su vida misma para salvar la nuestra, y su espíritu para reanimar el nuestro. Lo que cada uno de nosotros necesita con urgencia no son celebraciones muertas sino a ese Cristo vivo, que está dispuesto a reinar en el corazón de todo el que lo honre no sólo con los labios sino con su vida entera.








1Mt 15:6,7-8,9





































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miércoles, 6 de mayo de 2009

Hoy estaras conmigo en el paraiso

















Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.


Lucas 23:43.





Hoy estarás conmigo en el paraíso (2)


el Devocional Hablado


La segunda frase de Jesús en la cruz es una promesa de salvación hecha por el Juez supremo a un acusado. No es un perdón temporal, sino la paz eterna; no es la vida que sigue en la tierra, sino el reino de Dios y la resurrección para una nueva vida en el cielo.



Al principio, los dos malhechores crucificados con Jesús lo insultaban.



Luego uno de ellos cambió de actitud. Reconoció su culpabilidad y dio testimonio de la inocencia de Jesús, diciendo lo siguiente: “Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo”. En ese momento crucial, él era el único que discernía la perfección de Jesús, y le rogó: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”.



La respuesta fue inmediata y la promesa segura: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Habiendo reconocido su culpabilidad, el malhechor, condenado por los hombres, fue absuelto por Dios. Y lo fue porque Jesús estaba a punto de expiar sus culpas ante Dios. Recibió la seguridad de una salvación personal en la presencia del Salvador mismo. Es un maravilloso porvenir que compartirán todos los que hayan puesto su confianza en Cristo.



Jesús es el Salvador de vidas arruinadas. No nos desesperemos a causa del mal que hemos cometido. Jesús es igual de poderoso que ayer para salvar. Él conoció la humillación más grande, el más profundo rebajamiento, la vergonzosa muerte en la cruz, a fin de darnos a conocer el amor de su Padre, ¡por la eternidad!






































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Más Devocionales!