lunes, 21 de diciembre de 2009

¿HEROES DE NACIMIENTO?


Inmensa y vasta era la majestad de los Alpes. La nieve orlaba los altos picos. El cielo se veía muy azul. Y la cabaña, verdadera cabaña suiza, ofrecía un refugio cálido y acogedor. El hombre y su hijo se prometían tres días de descanso, de recreo y de paz.

Walter Strubb, el padre, abrió una lata de conservas y se dispuso a almorzar con su hijo Paul. Pero algo había en la conserva. Walter sufrió una súbita y fulminante intoxicación. Bajo el peso del dolor inaguantable, cayó al suelo sin sentido. Paul no pudo despertar a su padre del desmayo en que había caído.

Sin ver otra alternativa, Paul descendió montaña abajo hasta la villa, más de diez kilómetros, y dio la noticia del caso. Varios miembros de un equipo de socorro subieron de inmediato a la cabaña y lograron salvar al padre de Paul con la ayuda médica que le prestaron.

Pero lo que hizo Paul fue toda una hazaña. Fue una hazaña porque Paul, debido a una deformación de la espina dorsal, estaba impedido para caminar. Tuvo que bajar arrastrándose entre piedras y nieve para llegar a la villa. Y por si eso fuera poco, Paul sólo tenía siete años de edad.

Dicen que los héroes no nacen, sino que se hacen. La persona más sencilla y humilde, aun la más apocada e insignificante, puede convertirse en héroe cuando las circunstancias lo exigen.

El espíritu heroico no viene de los genes. Lo produce una urgente necesidad, unida a un corazón altruista y compasivo. Bajo circunstancias normales, Paul Strubb no pudiera haber hecho lo que hizo. La urgente necesidad de su padre, junto con el corazón tierno y humanitario del hijo, produjeron el héroe.

¿De dónde saca fuerzas el que, de repente, se ve frente a una emergencia? ¿Será que Dios mismo interviene en tales casos? Hay buenas razones para creer que sí. La fe en Cristo reviste de heroicidad a cualquier persona que clama a Él.

Un joven tímido puede salvar a una persona de un edificio en llamas. Una niñita de cinco años puede, a medianoche, encontrar una ambulancia. Una humilde madre puede comportarse como leona si se trata de defender a sus pequeños. Y un niño impedido, de siete años, puede descender los Alpes en busca de ayuda.

El héroe no nace, sino que se hace. Se hace cuando, en medio de la crisis, busca ayuda divina. El ejemplo magistral fue el de Jesucristo, que soportó la crueldad de la cruz para salvar a la humanidad. Cuando la situación parece imposible, no desmayemos. Clamemos de corazón a Dios. Él nos dará la fuerza necesaria para ser héroes.

HONOR MAL ENTENDIDO


Era la noche del 23 de diciembre de 2005, la víspera de lo que debiera haber sido «Nochebuena» en la aldea de Gago Mandi en la provincia oriental de Punjab en Pakistán. A Rehmat Bibi, esposa del obrero Nazir Ahmed de cuarenta años de edad, la despertó un grito. Al abrir los ojos, vio algo indescriptible: ¡su esposo acababa de taparle la boca a su hija Muqadas, de veinticinco años, y estaba cortándole el cuello con un machete! Acto seguido, Bibi observó horrorizada cómo su esposo mataba del mismo modo a sus otras tres hijas —Bano, de ocho años; Sumaira, de siete; y Humaira, de cuatro— deteniéndose entre matanza y matanza sólo para blandirle el machete a ella, advirtiéndole que no se metiera ni gritara.
«Yo estaba temblando de miedo; no sabía cómo salvar a mis hijas —relató Bibi, posteriormente, entre sollozos—. Le rogué a mi esposo que no las matara, pero él dijo: “¡Si haces el menor ruido, te mato!” Toda esa noche la tuve que pasar frente a los cuerpos de mis hijas.»
Por su parte, Ahmed, que no fue arrestado hasta la mañana siguiente, no mostró ninguna señal de arrepentimiento. Por el contrario, declaró que había comprado un cuchillo de carnicero y un machete después de las oraciones del mediodía ese viernes, y los había escondido en la casa, y que mató a su hijastra Muqadas porque ella había cometido adulterio. En cuanto a sus propias hijas, dijo: «Yo pensé que las niñas harían lo mismo que había hecho su hermana mayor, así que debían ser eliminadas.» Y añadió: «Nosotros somos pobres, y no tenemos nada más que salvar que nuestro honor.»
Para colmo de males, Ahmed manifestó: «Me gustaría tener la oportunidad de eliminar al joven con el que ella se escapó, y prenderle fuego a su casa.»1
Eso sí que a Ahmed le pudo haber resultado difícil o imposible lograrlo, ya que él había creído, sin necesidad de pruebas, la acusación de adulterio de parte del esposo de Muqadas, mientras que los que conocían el caso alegaban que la pobre mujer había huido de su esposo porque él la había maltratado y la había obligado a trabajar en una fábrica haciendo ladrillos. Lo cierto es que el tal adúltero, presunto amante de la víctima, no apareció por ninguna parte.
Muqadas era la hija que le había dado a Bibi su primer esposo, hermano de Ahmed, que había muerto hacía catorce años. Ahmed se había casado con la viuda de su hermano, como se acostumbra en la tradición musulmana.
¡Qué triste que en esa tradición no se siga la enseñanza de San Pedro! Con eso nada más, se hubiera evitado semejante tragedia. Pues el venerado apóstol, luego de decirles a las mujeres que se sometan a sus esposos, les dice a los hombres que sean considerados con sus esposas, tratándolas con honor y con la delicadeza que les hace falta, como coherederas del don de la vida. Y en cuanto a sus relaciones con los demás, les dice que sean compasivos y humildes, y que no devuelvan mal por mal, sino que busquen la paz y la sigan. De lo contrario, será en vano que eleven a Dios sus oraciones.2
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1 «Pakistani slays daughters to salvage “honor”» (Pakistaní mata a hijas para salvar «el honor»), MSNBC World News, 28 diciembre 2005 (Associated Press) En línea 9 marzo 2006.
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