domingo, 14 de junio de 2009

LA GENUINA PATERNIDAD RESPONSABLE

Hijo mío! Quiero hablarte
mientras te encuentras dormido...
Entro en tu cuarto en puntillas
y el corazón remordido,
para decirte mi pena
de culpable arrepentido....

He sido duro contigo.
Hoy mismo, por la mañana,
te regañé al haber visto
que no lavabas tu cara
con jabón. Tus zapatitos
no estaban embetunados,
y luego te pegué un grito
al notar que habías dejado
tus ropitas por el piso.

Y seguí, al desayuno,
en el mismo son reñido:
Que la comida caía
fuera del plato servido;
que engullías, y situabas
en la mesa tus coditos,
untando la mantequilla
a trozos.

Cuando salimos,
yo camino del trabajo
y tú a jugar un ratito,
antes de ir para la escuela,
aquel «¡Adiós, papaíto!»,
cariñoso y sonriente,
lo respondí: «¡Ya te he dicho
que saques más ese pecho
y que no andes encogido!»

Y, al regresar, esta tarde
volví a emprenderla contigo,
cuando jugando a las bolas
estabas con otros niños.
En vez de estar en cuclillas,
te apoyabas en el piso
manchando tus medias nuevas.

Delante de tus amigos
comencé a reprenderte.
Te dije: «¿Dónde se ha visto
que se trate así la ropa?
¡Eso cuesta sacrificios!
¡Bien se ve que no trabajas
para comprar tus vestidos!»

... Después, ¿te acuerdas?, estando
yo leyendo, entraste tímido
con el temor y la súplica
en tu rostro pintaditos.
Te dejé con la mirada
como clavado en el piso.
«¿Y qué tú quieres ahora?»,
dije casi en un gruñido.

Sin responderme, lanzaste
a mi cuello tus bracitos.
Me besaste con ternura
y arrebatado cariño,
con ése que Dios ha puesto
en tu corazón de niño;
y que no hay indiferencia,
ni dureza ni castigo
que lo enfríen. Luego fuiste
a tu cuarto, trotandito.

Pues mira, mi niño amado,
a poco de haberte ido
se me escurrió de las manos
el periódico. He sentido
temor ante los efectos
que mi hábito dañino
de mandar y encontrar faltas
obraba en contra del hijo.
¡Así te trataba yo
por ser solamente un niño!
¡Y no es que no te quisiera,
sino que había pretendido
que a tus años como un hombre
te portaras, hijo mío!

¡Yo seré desde mañana
para ti lo que he debido
ser siempre: tu compañero,
tu padre amable y tu amigo!
Sufriré cuando tú sufras
y me alegraré contigo,
y no haré más que decirme:
«Es un niño pequeñito.» 1

Estos versos que escribió el poeta cubano Luis Bernal Lumpuy basándose en una narración en prosa del autor Livingstone Larned nos llevan a reflexionar sobre la genuina paternidad responsable. No nos limitemos a reconocer que somos padres de nuestros hijos como si les estuviéramos haciendo el favor de darles apellido. Más bien, reconozcamos que son una herencia del Señor, 2 y aceptémoslos con todas sus imperfecciones. Paradójicamente, nuestro Padre celestial no sólo nos acepta de la misma manera a nosotros, sino que nos exige que cambiemos y nos volvamos como nuestros niños para que entremos en el reino de los cielos. 3


1Luis Bernal Lumpuy, Sueños de un mundo mejor (Escrito en Cuba, 1970; publicado en Miami, 1992), pp. 24-28.
2Sal 127:3
3Mt 18:3

BIENVENIDO AL CIELO

Me sentí admirado, confundido y perplejo
al entrar por la puerta del cielo,
no por lo esplendoroso del ambiente,
ni por las luces ni por todo lo bello.

Algunos a quienes vi en el cielo
me dejaron sin habla, y quedé sin aliento:
ladrones, mentirosos y alcohólicos...
¡como si aquello fuera un basurero!

Estaba allí el niño que en séptimo grado
al menos dos veces me robó el almuerzo.
Junto a él se encontraba mi viejo vecino
que nunca dijo nada amable ni sincero.

Muy cómodo, sentado en una nube,
vi a uno que imaginaba ardiendo en el infierno.
Y pregunté a Cristo: «¿Qué está ocurriendo aquí?
Quisiera que ahora me explicaras esto.

»¿Cómo han llegado aquí esos pecadores?
Creo que Dios debe de haberse equivocado.
Y ¿por qué están boquiabiertos y callados?
Explícame este enigma. ¡No comprendo!»

«Hijo mío, te contaré el secreto.
Todos ellos están asombrados.
¡Nunca ninguno se hubo imaginado
que tú también estarías en el cielo!» 1

Este poema acerca de «La gente en el cielo», escrito por Taylor Ludwig y traducido del inglés por el poeta Luis Bernal Lumpuy, nos hace reflexionar sobre los requisitos para entrar en el cielo. Para efectos de este mensaje, le hemos puesto por título «¡Bienvenido al cielo!», a fin de poner de relieve su moraleja: que muchos se sorprenderán al descubrir que a otras personas, presuntamente menos buenas que ellos, Dios les haya dado entrada en el cielo. ¿Acaso merecen pasar la eternidad en tal lugar? ¡Es el colmo que Dios les dé la bienvenida!

Lo cierto es que no hay ninguno de nosotros, ni uno solo, que merezca semejante destino. 2 No hay nada que nadie en el mundo pueda hacer para merecer o ganarse la entrada en el cielo, porque ya todo lo hizo Jesucristo. Cualquiera que piense que su buena conducta, sus buenas obras o sus penitencias sean la moneda con que se compra el boleto de entrada no sólo se engaña a sí mismo sino que ofende a Dios. Porque esa actitud de autosuficiencia es lo mismo que decirle a Cristo: «Tu muerte en la cruz por mis pecados no bastó para salvarme. Ese sacrificio supremo que hiciste por mí fue en vano. Es necesario que yo mismo, por mis propios méritos, haga algo para ganarme la entrada.»

La única llave que abre la puerta del cielo es la llave de la misericordia, del gran amor y de la gracia de Jesucristo, el Hijo de Dios, y sólo podemos valernos de ella por la fe. El apóstol Pablo nos lo explica así:

... Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados! Y en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales, para mostrar en los tiempos venideros la incomparable riqueza de su gracia, que por su bondad derramó sobre nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte. 3


1J. Taylor Ludwig, «Folks in Heaven» (La gente en el cielo) En línea 4 abril 2005 , Traducción del inglés de Luis Bernal Lumpuy, 2005.
2Ro 3:9‑12
3Ef 2:4‑9

Más Devocionales!