lunes, 28 de diciembre de 2009

UNA CADENA DE SUCESOS


Comenzó con dos gramos de cocaína. Luego fumó varios cigarrillos de anfetaminas mientras bebía doce botellas de cerveza, y volvió a la cocaína. Habiendo introducido todo eso en su cerebro en un período de sólo tres horas, Joselito Cinco se fue a la casa de una amiga.

En la casa de la amiga, ingirió más cocaína, fumó marihuana y bebió más cerveza. De ahí fue a la casa de otra amiga, donde usó más cocaína.

Acto seguido, Joselito se fue a un parque. Allí mató a dos oficiales de policía, Kimberly Tonahill y Timothy Roupp: a la mujer, de cuatro tiros, y al hombre, de tres. El muchacho se había vuelto un animal. Un periodista hizo el comentario que había una sola palabra para definir todo eso: «Concatenación».

Uno de los aspectos de este caso que más llamó la atención fue lo que dijo el abogado defensor del homicida. Alegó que Joselito no era culpable, sino que era una víctima. Era víctima de una concatenación, o cadena, de acontecimientos.

He aquí el argumento del abogado: Joselito era hijo de un matrimonio divorciado. Después de hacerse mayor y de casarse, su madre se separó de nuevo, y él, su esposa y sus dos hijitos tuvieron que mudarse de casa. Sintiéndose abrumado por las presiones económicas, se relacionó con narcotraficantes, y esto lo llevó a usar drogas él mismo y a armarse de dos revólveres. La noche del crimen la pasó comiendo e inhalando cocaína, fumando marihuana y bebiendo demasiada cerveza.

«Tal concatenación de acontecimientos y de circunstancias —sostuvo el abogado— no podía producir más que lo que produjo: una ráfaga de tiros que acabó con la vida de dos policías que cumplían con su deber.»

En vez de citar las circunstancias de nuestra vida para justificar toda clase de descalabros, ¿por qué no miramos más bien a nuestro alrededor? Miremos a nuestra familia, observemos a nuestros hijos, examinemos nuestro hogar. ¿Qué concatenación de circunstancias comienzan a manifestarse? ¿Hay separación? ¿Hay divorcio? ¿Hay drogas? ¿Hay alcohol? Conste que si nos descuidamos podemos acarrear una desgracia, y después no habrá nada que podamos hacer.

¿Habrá alguna solución? Sí, la hay. Podemos suscitar una concatenación de acontecimientos a nuestro favor. Si acudimos a Jesucristo, que murió por nosotros, Él acudirá en nuestro auxilio y nos ayudará a vencer, no obstante las circunstancias, y nos salvará de los efectos del vicio y del pecado.

EL ANTICRISTO


El hombre llegó temprano a la oficina de registro civil en Londres, Inglaterra. Era la oficina adonde va la gente que quiere cambiar de nombre. Cuando le preguntaron qué nombre quería ponerse, respondió: «Anticristo». Así que el funcionario, después de examinar los documentos que el hombre presentaba, fría y escuetamente estampó en los libros su nuevo nombre: «Anticristo».

Lo extraño, es que en el lapso de seis meses, sesenta y siete personas, entre ellas una mujer, pidieron que se les cambiara el nombre de pila a «Anticristo». «O la gente está loca —comentó el funcionario Costello—, o el Anticristo anda cerca.»

Esto de cambiar de nombre no es que sea raro. Unos lo hacen porque no les gusta el anterior; otros, porque su nombre coincide con el de algún criminal conocido; y otros, porque cambiando de nombre creen poder olvidar su pasado.

¿Qué significado tendrá eso de querer cambiar de nombre? Un joven hijo de madre anglosajona y de padre de raza indígena quiso darse un nombre que reflejara la raza de su padre, así que cambió de «Melvin» a «Águila Blanca». Pero la razón por la que sesenta y siete personas escogieron el nombre de Anticristo, nadie la sabe. Bien dice el refrán: «Sobre gustos no hay nada escrito.»

El psicólogo Sigmund Freud, creador del psicoanálisis, enseñó que nadie dice nada que no refleje algún sentimiento de su fuero interno. Jesucristo lo expresó así: «De lo que abunda en el corazón habla la boca» (Lucas 6:45). En otras palabras, se es por fuera lo que se es por dentro, téngase el nombre que se tenga.

El libro de Génesis, en la Biblia, habla de un joven llamado Jacob, nieto del patriarca Abraham. A causa de un cambio de corazón que tuvo Jacob, Dios le cambió el nombre de «Jacob» a «Israel» (Génesis 35:10). El nombre «Jacob» significa: «engañador»; «Israel» significa: «gobernando con Dios». Pero no fue el cambio de nombre lo que cambió su corazón. Fue el cambio de corazón lo que cambió su nombre.

Hay personas que, para cambiar su identidad, han destruido aun sus huellas digitales. Pero nada que hagamos nosotros cambiará nuestro corazón. Somos por fuera —en la vida diaria, en la familia, en el negocio, en todo— lo que somos por dentro. A menos que nos cambie Dios, un cambio de nombre no cambiará nada.

¿Cuál es la solución? Un cambio de corazón. Cuando Cristo entra en nuestra vida, cambia nuestro corazón. A este cambio la Biblia lo llama: «nuevo nacimiento». Entreguémosle nuestra vida a Cristo. Él la renovará por completo.

CUANDO SE DESTAPAN LAS CLOACAS


Se había desatado una nueva ola de delitos, una nueva ola de robos. Los ladrones habían empezado a robar las tapas de hierro de las cloacas, y luego vendían el metal como chatarra. La ciudad de Beijing, China, en particular, estaba sufriendo triple perjuicio.

El primer perjuicio era el robo de las tapas, que tenían que ser repuestas. El segundo era la cantidad de peatones y ciclistas que caían dentro de las cloacas. Y el tercero era el olor nauseabundo de las aguas negras que emanaba por toda la ciudad.

Donde se amontona la gente, proliferan los delitos. Y entre los delitos más comunes y más perturbadores está el robo. El detrimento es tal que ya no se puede vivir seguro en ninguna parte. Y ahora se añade a estos delitos el destape de cloacas.

Algún tiempo atrás comenzó en Madrid, España, lo que allí llamaron «El destape». Pronto se había extendido a muchos países de América Latina. ¿Qué era el tal destape? Suponía ser la liberación del espíritu humano, aprisionado por tradiciones religiosas. Pero resultó ser la introducción de toda clase de literatura. En realidad lo único que destaparon fue la cloaca de la naturaleza pecaminosa humana. Los quioscos de Madrid, y del mundo, se llenaron de revistas nocivas y pornográficas.

¿Qué ocurre cuando se destapa la mente del hombre? ¿Qué sale a la luz cuando se descartan restricciones de decencia y moralidad? Basta recoger el periódico del día, o encender el televisor, o abrir las páginas de una revista o entrar por las puertas de un cine. Es igual que abrir una cloaca y poner al descubierto lascivia, engaño, falsedad y violencia.

Cuando se destapa la mente del hombre, se expone todo lo que hay en su corazón. Y si ese corazón no ha sido purificado, lo que sale es putrefacción e inmundicia. Ya lo decía Anatole France, el novelista francés: «Si a la sociedad le diéramos vuelta, como a una media, nos moriríamos de consternación y de asco.»

A pesar de todos los logros de la humanidad, el hombre todavía no se ha limpiado de su vieja corrupción. Si en los consultorios de los psiquiatras se barriera todo lo que vuelcan los pacientes, se sacarían toneladas de basura.

No obstante, todo el que lo desee puede ser purificado. Hay limpieza total, efectiva y gratuita al alcance de cualquiera. La Biblia dice que la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado (1 Juan 1:7). Cuando creemos en Cristo y nos sometemos de lleno a su señorío, Él limpia por completo nuestro corazón. No existe en el mundo entero un gusto más grande que sentirnos limpios por dentro. Eso es lo que hace Cristo. Rindámosle hoy nuestro corazón.

Más Devocionales!