jueves, 27 de agosto de 2009

CON QUIEN VAMOS


Con los caimanes al acecho en las desiertas playas del ancho y solitario río del que son terribles dueños, avanza un bongo por el Arauca en los llanos de Venezuela. Se trata de una canoa mercante, capitaneada por el patrón, que lleva a bordo a dos pasajeros: Santos Luzardo y el Brujeador. El patrón le dice a Luzardo que no acepte nunca a un compañero de viaje a quien no conozca como a sus manos. Con eso se refiere a que no debió haber accedido a que el Brujeador, que se parece al diablo mismo, los acompañara en la canoa. Pero más tarde le dice que no hay que preocuparse. Además de que van con ellos cuatro hombres y un rifle, «el Viejito viene con nosotros», le asegura el capitán.

Luego de descansar en la orilla, embarcan, pero al rato uno de los remeros advierte: «¡Vamos solos, patrón!» Ante esto, el patrón manda que se devuelvan, porque «se nos ha quedado el Viejito en tierra», explica. Al salir de nuevo del punto de partida, el patrón alza la voz y pregunta: «¿Con quién vamos?» Los remeros responden: «¡Con Dios!» Y el patrón le explica a Luzardo: «Ese era el Viejito que se nos había quedado en tierra. Por estos ríos llaneros, cuando se abandona la orilla, hay que salir siempre con Dios. Son muchos los peligros de trambucarse, y si el Viejito no va en el bongo, el bonguero no va tranquilo. Porque el caimán... el temblador y la raya... y... los caribes... dejan a un cristiano en los puros huesos, antes de que se puedan nombrar las Tres Divinas Personas.»

De ahí que Rómulo Gallegos, el célebre autor venezolano, concluya el primer capítulo de su clásica novela Doña Bárbara con estas elocuentes palabras: «¡Cuán inútil resonaría la demanda de auxilio, al vuelco del coletazo del caimán, en la soledad de aquellos parajes! Sólo la fe sencilla de los bongueros podía ser esperanza de ayuda, aunque fuese la misma ruda fe que los hacía atribuirle poderes sobrenaturales al siniestro Brujeador.» 1

Menos mal que, a diferencia de los cristianos de nombre nada más, cada uno de nosotros, como verdadero seguidor de Cristo, puede conocer al «Viejito», al Padre celestial, «como a sus manos». No tenemos que ampararnos en preguntas sacramentales como «¿Con quién vamos?», ni en ritos o supersticiones semejantes, ni nos hace falta tener a Dios por amuleto o talismán. Comprendemos, más bien, que Dios, a quien el profeta Daniel trata como «el venerable Anciano», 2 envió al mundo a su Hijo Jesucristo, la Segunda de «las Tres Divinas Personas», para vivir entre nosotros, morir por nosotros y ascender al cielo para interceder por nosotros. Y tenemos plena confianza en las últimas palabras que pronunció Cristo antes de ascender a la presencia del Padre celestial: «Les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo.» 3

De modo que si alguien pregunta: «¿Con quién vamos?», no titubeamos en contestar: «¡Con Dios!», inspirados por una fe sencilla y una esperanza de ayuda perpetua que se cimentan en la interrogación retórica: «Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?» 4


1 Rómulo Gallegos, Doña Bárbara (Caracas: Sonia Gallegos de Palomino y Biblioteca Ayacucho, 1977), pp. 7‑14.
2 Dn 7:9,13,23
3 Mt 28:20
4 Ro 8:31

martes, 18 de agosto de 2009

EL QUE ACUMULA RIQUEZAS PARA SI


Había un campesino llamado Pakhom que, a pesar de ser pobre, era muy avaro y deseaba más que todo poseer grandes terrenos. Después de mucho esperar, llegó el día cuando pudo comprar su primer lotecito, pero esto no lo satisfizo. Así que redobló sus esfuerzos, y con un poco de astucia logró apropiarse del terreno de su vecino. Con el paso del tiempo compró y vendió a base de engaños, y extendió su terreno al punto de tener lo suficiente para mantenerse bien el resto de su vida. Pero esto no lo satisfizo, sino que siguió buscando más.

Un día alguien le contó que en un país lejano había grandes extensiones de tierra que se podían obtener a bajo precio, así que a fin de aumentar sus propiedades, el hombre viajó para investigar el asunto. Cuando llegó al lugar, le dijeron que dejara mil rubíes como garantía con cierta empresa, y que con esos mil rubíes podía comprar todo el terreno que en un solo día, andando, pudiera recorrer. Tenía que salir temprano por la mañana, hacer el recorrido que él deseara, y regresar al punto de partida antes que se ocultara el sol. De hacerlo así, podía obtener por los mil rubíes todo el terreno que recorriera. Pero con la condición de que si no regresaba a tiempo al punto de partida, lo perdía todo.

Esto para Pakhom era increíble, así que aceptó ahí mismo el trato. Dejó los mil rubíes de garantía y, temprano por la mañana, salió corriendo para recorrer el área más grande posible. Corrió y corrió mientras dejaba señales para marcar el área que había recorrido. Al mediodía se detuvo apenas para tomar un poco de agua y comer un bocado de pan que llevaba consigo, y siguió recorriendo el circuito que había trazado. Él sabía que debía regresar, pero como quería abarcar un poco más de terreno, siguió adelante. Cuando finalmente decidió emprender el camino de regreso, pensó que llegaría muy tarde. Avanzó lo más rápido que pudo, corriendo con todas las fuerzas que le quedaban.

Poco antes de la puesta del sol, divisó el punto de partida. Sabía que tenía que apretar el paso, pues estaba a punto de perderlo todo. Si no regresaba a tiempo, iba a perder tanto el terreno como el dinero. Así que aligeró aún más el paso y, aunque ya estaba exhausto, hizo todo lo humanamente posible por llegar a tiempo. ¡Cuál no sería el alivio que sintió cuando, apenas unos instantes antes de que se ocultara el sol, llegó al punto de partida! Sin embargo, fue tal su desgaste físico que, al llegar a la meta, cayó de bruces y murió.

La moraleja de esta fábula de Tolstoi, el famoso escritor ruso, es la misma que la de una parábola que contó Jesucristo para ilustrar las consecuencias de la avaricia: «Así le sucede al que acumula riquezas para sí mismo, en vez de ser rico delante de Dios.» 1


1 Lc 12:21

domingo, 16 de agosto de 2009

NO DEJAR PASAR EL TIEMPO


Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud.
Eclesiastés 12:1.

Acuérdate de Jesucristo… resucitado de los muertos.
2 Timoteo 2:8.





No dejar pasar el tiempo

En la sala de estar de una residencia geriátrica se halla sentada una decena de ancianos. La mayoría de ellos ya no participa en ninguna conversación. Algunos son totalmente dependientes de la persona que les empuja su silla de ruedas. Uno quisiera darles un mensaje de afecto y de aliento, pero les cuesta comunicarse.

Si todavía poseemos una buena salud y todas nuestras capacidades intelectuales, agradezcámoselo a Dios, quien nos preserva. Pero también debemos reflexionar en el empleo que hacemos de ellas. ¿Vivimos sólo para nosotros mismos, sin otra meta que satisfacer nuestras necesidades materiales y nuestros placeres, olvidando lo que dice la Escritura? “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4; Deuteronomio 8:3).

Es, pues, durante nuestra vida que conviene recibir ese alimento del alma que se halla en la Palabra de Dios. Al leerla descubrimos su mensaje esencial: Jesucristo, el Hijo de Dios. Él fue hecho hombre para liberarnos del mal. Dios cargó en su Hijo los pecados de todos los que confían en él. Al aceptar su sacrificio perfecto, Dios le resucitó y glorificó. Así manifiesta su justicia, cuando declara justo “al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:26).

Para volvernos con fe hacia el Salvador, no aguardemos nuestra vejez, la que no podemos estar seguros de alcanzar.

jueves, 13 de agosto de 2009

A UN PASO DE LA ESCALERA


Los gritos despavoridos de hombres, mujeres y niños dieron la nota trágica aquel día de diciembre. En Brooklyn, Nueva York, un violento incendio había comenzado por los cortinados de las amplias habitaciones de un hotel. El cuerpo de bomberos se había hecho presente y las operaciones de salvamento habían comenzado alrededor del edificio envuelto en llamas. Mientras las enormes mangueras lanzaban agua sobre el humeante hotel, se había colocado una escalera de salvamento para rescatar a los sobrevivientes del undécimo piso, donde era más intenso el siniestro.

De pronto la multitud que se había aglomerado comenzó a señalar una de las ventanas. Era la silueta de una mujer cuyo cuerpo estaba envuelto en llamas. El bombero más cercano había hecho acercar aún más la gigantesca escalera, y parecía que la señora se aproximaba a ella; pero antes de que se pudiera evitar, la desventurada mujer había saltado al vacío. La prensa internacional registró el nombre de la víctima. Se llamaba Rowena Matthews.

Sucedió que cuando a Rowena Matthews, envuelta en llamas en el undécimo piso del hotel, le ofrecieron la escalera de salvamento, ella en su desesperación no la vio, y se lanzó al vacío. Esa fue la trágica realidad para la pobre mujer en aquel hotel de Nueva York.

Lamentablemente el mundo está lleno de casos semejantes en que se sufre la pérdida de una vida. Pero hay una pérdida mayor que la que viene como resultado de no ver una escalera de salvamento. Es una pérdida mil veces más trágica, pues se trata de un salvamento mil veces más trascendental. Es la pérdida del pecador que puebla la tierra en que vivimos. El salvamento es la provisión divina, dada en el Calvario.

El pecado ha envuelto en llamas de condenación a cada persona que ha venido a este mundo. Dios, al ver esa deplorable condición, les ha ofrecido a todos una escalera de salvamento. Esa escalera es el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario. Desgraciadamente, muchos han rechazado esa escalera salvadora porque el humo de la confusión les ha cegado el entendimiento.

No obstante, la invitación de Cristo es segura: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso» (Mateo 11:28). En esas palabras descansa nuestra salvación. Lo único que tenemos que hacer es acudir a Cristo y aceptar la salvación que Él nos ofrece. La cruz del Calvario, en la que dio su vida a fin de rescatarnos, es nuestra escalera salvadora.

domingo, 9 de agosto de 2009

CUBRIRSE CON LA PIEL DE OTRO


Tremendo fue el incendio de la casa, y tremendas las quemaduras de la pequeña Ferrial Sayed, de apenas dos años de edad. Casi el cien por ciento de su delicada piel había sido quemado. Los médicos de Londres, Inglaterra, se vieron en un apuro. ¿De dónde sacar piel para cubrir el cuerpecito en llaga viva? No de su propio cuerpo, porque nada le quedaba.

Tuvieron que acudir a la merced de algún donante recién fallecido. Así, con la piel de otro, recubrieron a la niña y la salvaron no sólo de una desfiguración horrible sino de una muerte segura.

Aquella niña, hija de inmigrantes pakistaníes que vivían en Londres, fue el centro de un milagro médico. Cubrieron todo su cuerpo con piel ajena. El doctor Roy Sanders fue el héroe del caso. Hasta que su cuerpo produjera de nuevo su propia piel, la pequeña Ferrial viviría dentro de la piel de otra persona.

Ciertas personas usan la expresión: «Tendrías que meterte dentro de mi piel para saber lo que estoy sufriendo.» Con eso dan a entender que hay que experimentar, en carne viva, el dolor de otro para poder simpatizar con él.

¿No sería bueno, en este mundo de tantos contrastes y desigualdades, que a lo menos por un corto tiempo cada uno pudiera meterse dentro de la piel de otro? Por ejemplo, que un protestante del norte de Irlanda se metiera en la piel de un católico. O que un judío de Israel se metiera en la piel de un palestino.

Sería bueno que un blanco se metiera en la piel de un negro, para experimentar lo que es la discriminación. O que un adinerado, que no sabe ya en qué gastar, se metiera en la piel de un pobre, que no tiene ni para comer.

Así mismo sería bueno que el marido o la esposa infiel se metieran dentro de la piel de su cónyuge para que aprendieran cuánto duele el adulterio.

La verdad es que todos somos tan egoístas e insensibles que tenemos la tendencia a hacer caso omiso del dolor ajeno y del daño que causamos. Pero hay algo maravilloso en esto de meterse dentro de otro para percibir sus dolores. Dios, en la persona de Jesucristo, se metió en nuestra piel para hacerse uno con nosotros y poder sentir nuestras tentaciones, aflicciones y angustias. Lo hizo para que pudiéramos, con confianza, comunicarnos con él. Lo hizo para amarnos y para que lo amáramos a Él. Ese acto divino merece nuestra lealtad. Entreguémosle, hoy mismo, nuestro corazón a Cristo.

sábado, 8 de agosto de 2009

EL MLAGRO DE LA RECUPERACION


Trepando hábilmente, la muchacha llegó a la punta del mástil. Allí, apoyándose en una sola mano, levantó los pies en alto y quedó haciendo equilibrio. Los espectadores del circo Barnum aplaudieron con entusiasmo.

María Lazar, rumana que tenía en ese entonces dieciocho años de edad, estaba en la punta de un mástil de cinco metros sostenido por su esposo. El esposo estaba sobre otro mástil de ocho metros sostenido por un ayudante. Con el largo de los dos mástiles y el de los dos hombres, María estaba a casi diecisiete metros de altura.

Por alguna razón inexplicable, María de pronto perdió el equilibrio y cayó al suelo desde esa altura. El golpe le quebró la espalda y la dejó paralizada.

Pasaron diez años de terapia, sufrimiento, fe y esperanza, al término de los cuales María Lazar, con su esposo y el ayudante, y en el mismo circo, volvió a intentar la misma hazaña. Poco a poco fue subiendo el mástil hasta llegar arriba. Después de poner las manos sobre la pequeña plataforma y de girar el cuerpo hasta tener los pies hacia arriba, se balanceó por un buen tiempo.

Los espectadores, que conocían la historia, aplaudieron con más entusiasmo que antes. Luego, así como había subido, María se deslizó por el mástil bajando al suelo. Había logrado realizar la hazaña con éxito y profesionalismo.

¿Qué impulsó a María Lazar a cristalizar un sueño imposible y lanzarse otra vez a la profesión? Fue su intenso amor al circo y su profunda fe en Dios. Estos produjeron en ella el milagro de la recuperación. Su columna se soldó, los nervios se restituyeron, los músculos volvieron a cobrar fuerza, y su cuerpo recuperó su agilidad.

Dos poderes benéficos actuaron en María. Uno fue su amor al oficio, su pasión por el circo. El otro fue su inalterable fe en Dios. Ella siempre creyó que el Señor no habría de abandonarla, y no dejó de orar un solo día.

Cuando combinamos la pasión de vencer con la fe en Dios, salimos adelante a pesar de las dificultades y los contratiempos de la vida. Porque una pasión intensa, cuando es buena, y la fe en Dios, que es la fuente de vida y de verdad, dan fuerza sobrenatural para sobreponerse a cualquier adversidad.

No nos demos por vencidos. Si lo que nos proponemos es sano y es para el beneficio de los demás, y si sabemos que es algo que Dios aprueba, tenemos asegurada la victoria. Mantengamos firme la visión en medio de la adversidad, y nunca perdamos la fe en Dios. Con Él de nuestra parte, podemos ser vencedores hasta el fin de nuestros días en esta tierra.

miércoles, 5 de agosto de 2009

EL PRECIO DE LOS VENENOS


El hombre examinó la lista de precios. Todo estaba en orden y la lista estaba correcta, pero eran precios demasiado altos. Aun la pieza más barata estaba fuera del alcance de sus modestos bolsillos. Así que Hernán Carrera decidió no comprar nada. Tal vez, después de todo, había otra solución a su problema.

No eran precios de revólveres ni de pistolas los que Hernán estaba estudiando. Hernán Carrera estaba examinando precios de venenos. Veintinueve gramos de veneno de cobra valían nueve mil dólares; de la serpiente Bungarus Caeruleus, catorce mil dólares; de la serpiente marina, cuarenta y tres mil; y de la araña viuda negra, el más caro de los venenos, dos millones, trescientos sesenta mil dólares. Y toda esa gran suma de dinero compraba solamente 28.7 gramos del veneno.

¿Cuál era el interés de Carrera en comprar venenos? No sabemos si quería eliminarse él mismo o si tenía planes de eliminar a otro. Como quiera, no lo compró.

¡Qué caros son los venenos de primera calidad! Debe ser por eso que la gente, si es que desea envenenarse o envenenar a otro, usa venenos más baratos, como son los insecticidas, DDT, o en último caso, la gasolina o el kerosén.

Es importante reconocer que hay otro veneno que puede incluso hacer más daño que los de víboras y arañas, y que, desgraciadamente, es más común y se obtiene con más facilidad que el veneno de ellas.

¿Cuánto cuesta el veneno que sale de la lengua? No cuesta nada: un mínimo de juego de músculos linguales, un rápido vibrar de cuerdas vocales y una cantidad insignificante de saliva lubricante, y nada más.

Sin embargo, ¡qué tremendas consecuencias, cuánta ofensa, cuánto dolor, cuánto daño, incluso cuánta muerte puede causar, y en efecto causa, esa breve, pequeña y lacónica palabra venenosa!

Del apóstol Santiago extraemos la siguiente cita: «¡Imagínense qué gran bosque se incendia con tan pequeña chispa! También la lengua es un fuego, un mundo de maldad» (Santiago 3:5,6).

Pongamos nuestro corazón y nuestra voluntad bajo el señorío de Cristo. Esa es la manera de asegurar que nuestras palabras jamás sean veneno. Si Cristo domina nuestro corazón, dominará también nuestra lengua. No usemos nuestra lengua para maldecir sino para bendecir a los demás.

martes, 4 de agosto de 2009

UN CANTO DE CRISTAL


Nació en Toulouse, Francia, el 11 de diciembre de 1890, pero su madre soltera, en busca de una vida mejor, se radicó dos años después en Buenos Aires, Argentina. De ahí que aquel niño de origen francés 1 llegara a convertirse en un verdadero mito porteño.

Coronado en Madrid, Barcelona y París como «el monarca indiscutible del tango», 2 el 20 de marzo de 1935 Carlos Gardel anunció en Nueva York: «Estoy ahora... registrando las canciones de “El día que me quieras”, la película que quiero de todo corazón y que dedico a los amigos de España y de la América Latina.» El día anterior había grabado la canción que la película lleva por título, compuesta por su amigo Alfredo Le Pera a modo de paráfrasis del poema homónimo del autor mexicano Amado Nervo. 3 Ochenta y cinco días después, el 24 de junio, durante su gira artística, Gardel y Le Pera habrían de morir en un accidente aéreo en Medellín, Colombia.

He aquí la versión original de la canción «El día que me quieras», como la interpretó Gardel:

Acaricia mi ensueño el suave murmullo de tu suspirar.
¡Cómo ríe la vida si tus ojos negros me quieren mirar!
Y si es mío el amparo de tu risa leve, que es como un cantar,
ella aquieta mi herida: todo, todo se olvida.

El día que me quieras, la rosa que engalana
se vestirá de fiesta con su mejor color;
y al viento las campanas dirán que ya eres mía,
y locas las fontanas se contarán tu amor.

La noche que me quieras, desde el azul del cielo
las estrellas celosas nos mirarán pasar;
y un rayo misterioso hará nido en tu pelo,
luciérnaga curiosa que verá que eres mi consuelo.

El día que me quieras, no habrá más que armonías,
será clara la aurora y alegre el manantial;
traerá quieta la brisa rumor de melodías,
y nos darán las fuentes su canto de cristal.

El día que me quieras,
endulzará sus cuerdas el pájaro cantor;
florecerá la vida, no existirá el dolor.

No ha de sorprender a nadie que esta canción, considerada «la obra más vigente del binomio Gardel‑Le Pera en términos de difusión internacional», 4 con más de ciento veinte grabaciones en su haber, 5 haya ocupado el puesto número dieciséis en nuestra encuesta «Su canción popular favorita». En cambio, a muchos sí ha de sorprenderles que Dios nos haya dedicado a todos una canción popular, su obra más vigente, que dice así: «El día que me quieras, me alegraré con mis ángeles y haré que florezca tu vida.» Es que Dios quiere más que nada que lo amemos más que a nadie. Por eso dijo Jesucristo que cuando alguien se vuelve a Dios, hay fiesta en el cielo. 6


1 Juan Carlos Esteban, Carlos Gardel: Encuadre histórico, 2a. ed. (Buenos Aires: Ediciones Corregidor, 2003), pp. 7‑40.
2 Roberto Daus, Carlos Gardel en imágenes, citado en «Carlos Gardel: Biografía» En línea 26 marzo 2008.
3 Roberto Selles, «“El día que me quieras” y sus grabaciones», Todo Tango: Carlos Gardel, Crónicas En línea 27 marzo 2008.
4 Oscar del Priore, Cien tangos fundamentales, citado por Selles.
5 Selles.
6 Lc 15:7,10; Dt 10:12; Mt 10:37; 22:37; Mr 12:30-31; Lc 10:27-28; Jn 21:15‑17

Más Devocionales!