domingo, 18 de octubre de 2009

SOLO UN MOMENTO DE DESCUIDO

La madre jugó con la niñita en el agua. Le puso patitos de plástico en la bañera y echó gotas de agua sobre su cabecita. Todo esto la hacía reír y gritar. La pequeña chapoteaba el agua, salpicándola por todos lados.

En eso la madre, Diana Rolón, dejó a la pequeña para ir a buscar una toalla, y Melisa, de tres años de edad, quedó jugando sola en el agua del baño.

Fue sólo un segundo, un momento nomás en que la niña quedó sola. Pero la chiquita se resbaló en el agua. Tal vez se asustó y no pudo erguirse. Cuando la madre regresó con la toalla, la niña ya se había ahogado. Desesperada, la madre llamó al equipo de socorro e hizo todo lo que pudo, pero la pequeña no revivió.

¿Fatalidad? ¿Castigo? ¿Destino ciego? ¿Obra del maligno? Las preguntas no tienen fin. Diana Rolón, la dolorida madre, se imaginará mil cosas buscando alguna razón, alguna satisfacción, alguna respuesta, pero no la hallará. Llorará, se mesará los cabellos con desesperación, mojará su almohada con lágrimas, sufrirá largas noches de insomnio y seguirá haciéndose la misma pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

¿Hay respuesta para este caso? He aquí una madre joven, diligente, amorosa, feliz, que pone a su hijita de tres años a jugar en la bañera. Se distrae un minuto en cualquier cosa, y en ese minuto su hijita se ahoga. ¿Hay razón? ¿Hay sentido? ¿Hay respuesta?

En esta vida ocurren muchas cosas que quedarán para siempre en las sombras de la sinrazón: accidentes, incendios, muertes, desgracias. La fatalidad golpea a veces con brutal violencia, sin aviso y sin disculpas, dejándonos sólo preguntas agobiantes que arden en nuestro pecho. ¿Por qué?

La siguiente razón ofrece al menos una respuesta. Este mundo está lleno de problemas. No es que Dios haya creado al mundo así ni que haya descuidado a su creación, sino que hizo al hombre libre. Le dio la capacidad de hacer lo correcto, como también la capacidad de quebrantar sus leyes divinas. Si Dios lo hubiera limitado a cumplir órdenes nada más, el hombre no habría sido el ser inteligente que Dios deseaba. Dios no quería un robot; quería un compañero.

¿Qué nos dice todo esto? Que debemos cuidar todo lo que hacemos. Porque así como dice el apóstol Pablo: «Cada uno cosecha lo que siembra» (Gálatas 6:7).

Para poder sembrar la buena semilla, tenemos que estar injertados en el buen árbol. Ese árbol es Jesucristo. Cuando Él vive en nuestro corazón, nuestra vida cambia. Sometámonos al señorío de Cristo. Él quiere ser nuestro amigo.

Más Devocionales!