sábado, 20 de junio de 2009

ESCLAVOS POR GRATITUD

Sucedió en la época en que en América se compraban y se vendían esclavos africanos. Uno de esos esclavos, alto y musculoso, en cuyo rostro se dibujaba nobleza de carácter, despertó el interés de un hombre inglés que deseaba comprarlo.

—Si usted me compra —le dijo el esclavo al inglés que estaba arreglando el precio con su dueño—, ¡yo nunca le serviré!

El inglés miró al joven un buen rato, pero no respondió nada. Entró en la oficina del comerciante, pagó el precio por el esclavo, y salió con un documento en la mano.

—Lee esto —le dijo el inglés al atlético e inteligente esclavo.

El joven leyó el documento, y no podía creer lo que leía. Allí estaba legalizada su libertad. En aquel documento constaba que el precio total de su libertad había sido pagado y que él ahora era dueño de sí mismo y podía hacer de su vida lo que quisiera.

—Dijiste que si te compraba, no me servirías —le dijo el inglés—. Me gusta tu dignidad. He pagado el precio total de tu libertad para que, de aquí en adelante, seas un hombre libre y digno.

Al joven le rodaron las lágrimas y, deponiendo toda actitud agresiva y con voz tierna y humilde, dijo:

—Señor, no sólo seré su servidor, sino que si llega a ser necesario, daré la vida por usted.

Eso es precisamente lo que sentimos los pecadores con relación a nuestro gran libertador, Jesucristo. Todos estamos esclavizados por alguna mala tendencia de nuestro ser: la pasión, el vicio, las debilidades, la rebeldía, el orgullo, los miedos. Esas inclinaciones nos esclavizan con cadenas a veces más fuertes que las de una esclavitud física. Pero Cristo vino y pagó por completo el precio de nuestra redención. Él derramó en la cruz su sangre preciosa, con la que compró la libertad para toda la humanidad. Los que aceptamos y recibimos esa emancipación estamos libres de toda cadena. Podemos ir a cualquier lugar que queramos, vivir en cualquier lugar que nos guste, y emprender cualquier tarea que nos llame la atención.

La verdadera vida cristiana consiste en la entrega absoluta de nuestro ser al que nos redimió eternamente. En el mismo espíritu de aquel esclavo africano, podemos decirle a Cristo nuestro Redentor: «Señor, por amor a ti, y con gratitud por la libertad que me diste, te serviré, te amaré, te obedeceré y te seguiré hasta la muerte.» Sólo así seremos verdaderos seguidores de Cristo.

Más Devocionales!