sábado, 31 de octubre de 2009

EL AMOR VERDADERO...ESPERA

Fueron cien mil promesas. Cien mil pares de manos que se levantaron en alto. Cien mil corazones que latieron más apresurados que nunca. Cien mil jóvenes que en compromiso sincero firmaron tarjetas confirmando un contrato.

Se trataba de cien mil adolescentes de la Asociación de los Bautistas del Sur en Estados Unidos que en emotiva decisión unánime prometieron conservar la castidad y virginidad hasta el día en que se casaran. Lo hicieron en una gran convención, en Orlando, Florida, Estados Unidos un día martes 14 de junio.

Fue una decisión juvenil digna de mencionarse y alabarse. Cien mil adolescentes, entre los trece y dieciocho años de edad, prometieron públicamente, ante Dios y miles de testigos, no tener relaciones sexuales sino hasta el día feliz en que se unieran a su cónyuge en los santos lazos del matrimonio, fuera cuando fuera.

Representó una reacción al libertinaje sexual que comenzó en las décadas de los años sesenta y setenta del siglo veinte, y que ha corrompido cuerpo, alma y espíritu de millones de jóvenes. Ese fue el libertinaje sexual que desencadenó una epidemia de enfermedades venéreas, embarazos indeseados y abortos a gran escala, con el corolario de la terrible y mortal enfermedad del SIDA.

En la tradición de la iglesia existe la fiesta de «Las once mil vírgenes». Es una fiesta que rememora las vírgenes antiguas, que bajo el imperio de los césares romanos prefirieron el martirio antes que perder la virginidad.

Ahora tenemos, en la actualidad, cien mil jóvenes que prometen, ante Dios y ante miles de testigos, mantenerse puros hasta los esponsales. Ya era hora que así sucediera, porque los médicos, los psicólogos, los sociólogos, los educadores y los moralistas afirman que «la abstinencia sexual es el único remedio seguro contra la contaminación del SIDA».

La convicción de esos jóvenes en la flor de la adolescencia es tal que es probable que mantengan firme su promesa. Y es de esperarse también que jóvenes de todas las iglesias cristianas sigan su ejemplo, y ya no sean cien mil sino un millón los jóvenes que digan: «El verdadero amor espera.»

Ese fue el lema de una cruzada juvenil en la ciudad de Nashville, Tennessee, cuando cincuenta y nueve jóvenes firmaron la misma tarjeta e hicieron la misma promesa. De cincuenta y nueve pioneros, el número ha crecido a mucho más de cien mil.

Sólo Jesucristo puede inspirar tales decisiones y conceder la fuerza moral para sostenerlas. Porque cuando Cristo cambia nuestro corazón, cambia también nuestro comportamiento. Recibámoslo hoy como nuestro Señor y nuestro Dios.

viernes, 30 de octubre de 2009

INFIEL MUCHAS VECES II parte

En mi caso, mi vida ha sido controversial. Dios me ha dado todo lo que necesito, casi todo multiplicado por dos: dos casas, dos carros, dos hijas, una familia llena de amor. Todo lo que puede pedirse. De pequeño no recuerdo sufrimientos a pesar de haberme criado solamente con mi madre. Ella trabajó para darnos todo lo que necesitábamos en la vida.

Llevo más de catorce años casado con mi esposa. Sin embargo, en ese tiempo le he sido infiel muchas veces, llegando incluso a procrear una niña fuera de mi matrimonio. Llevo ya casi dos años evitando la infidelidad, y lo he logrado; sin embargo, el peso de tanto pecado me hace sentirme mal y entender que algunas veces es imposible lograr el perdón divino.

Adicional a ello, mantengo siempre contacto con las personas con las que he tenido relaciones extramaritales, aunque ya sin las intenciones de volver a pecar.

Espero me aconsejen y puedan definir si hay perdón para mi persona.

Consejo:

Estimado amigo,

El hecho de que haya podido evitar ser infiel durante dos años demuestra su determinación de vencer la tentación. ¡Lo felicitamos por haber tenido éxito durante tanto tiempo!

También lo felicitamos por reconocer lo destructiva que es la infidelidad. Ya son muchas las personas lastimadas: usted, su esposa, sus dos hijas, su otra hija, la madre de ella, y las otras personas con las que se ha relacionado. Usted ha tenido la fuerza de voluntad para terminar con las relaciones fuera del matrimonio, y ahora necesita saber cómo reparar los daños causados. ¿Cómo pueden todos comenzar a sanarse después de sufrir tanto dolor?

Lo último que usted dice es muy interesante: que todavía se mantiene en contacto con las personas con las que ha tenido relaciones extramaritales. No es por nada que usted haya dicho eso. Algo en lo profundo de su ser le está diciendo que mantener ese contacto es muy peligroso. Creemos que debe de inmediato hacer lo necesario para dejar de tener ese contacto. Si eso significa buscar otro empleo o trasladarse a otra localidad, debe hacerlo.

La única persona afectada con la que sí debe mantenerse en contacto es su pequeña hija. Ella no hizo nada por lo que merezca crecer sin padre. Necesita, más bien, mantener una relación con usted. Le aconsejamos a usted que incluya en su agenda un tiempo regular de visita con esta hija, y a su esposa que lo acompañe cada vez que recoja y devuelva a la niña. Si su esposa sabe que usted no tiene ningún interés en la madre de la niña, a su esposa le será más fácil aceptarla como hija de usted y reconocerá que la niña no merece ser castigada por lo que usted hizo como su padre.

Estamos dando por sentado que usted ya le confesó a su esposa su infidelidad y le ha rogado que lo perdone, y que por eso ella sigue a su lado. El hecho de que ella haya optado por perdonarlo nos demuestra que ella es una persona que tiene suficiente fuerza de voluntad para hacer las cosas que le estamos pidiendo en este consejo.

¿Qué tanto debe decirles a sus otras dos hijas? Tanto de la verdad como les sea posible soportar a su edad, y toda la verdad cuando sean mayores. Ellas tienen una hermana, y les conviene tener la oportunidad de conocerla y amarla. Su esposa tendrá que ser un ejemplo positivo para las niñas de cómo una madre puede perdonar y amar, aún a una hija que no es suya. ¿Va ser complicado hacer todo esto? ¡Claro que sí! Pero las consecuencias del pecado casi siempre son complicadas.

¿Cómo puede evitar el volver a caer en tentación?

1. Cuando comience a sentirse atraído por otra mujer, dígaselo a su esposa en seguida. Su esposa necesita comprender que todo hombre normal siente atracción por el sexo opuesto, y que por lo tanto la atracción en sí no es nada fuera de lo común. Ella debe aceptar su transparencia y estar agradecida de que usted le tiene suficiente confianza para contarle su secreto.

2. Cada vez que se sienta tentado, cuénteselo a un amigo discreto que sabe lo peligrosa que es la infidelidad. Cuando eso que usted ha estado pensando deje de ser un secreto por habérselo contado a otro, disminuirá el poder que tiene sobre usted.

3. Determine que jamás volverá a estar solo con otra mujer que no sea su pariente: ni en ningún almuerzo o viaje en automóvil, ni en ninguna cena o paseo. No importa que usted piense que esa mujer lo comprende. De ser así, no estará haciendo más que justificar, de un modo conveniente, un comportamiento muy peligroso.

4. Haga planes de invertir tiempo valioso con su esposa y sus hijas. Ellas lo necesitan a usted. Pónganse de acuerdo en cuanto a actividades que puedan disfrutar juntos.

Usted dice que cree que «algunas veces es imposible lograr el perdón divino». ¡Eso es absolutamente falso! En el capítulo 18 del Evangelio según Mateo, versículos 21 y 22, Pedro le pregunta a Jesucristo cuántas veces debe uno estar dispuesto a perdonar. Jesús le responde: «Setenta veces siete.» Si Cristo espera que los hombres estén dispuestos a perdonar esa cantidad de veces, ¿cuántas veces más no estará dispuesto a perdonar Dios mismo? Dios quiere perdonarnos no sólo nuestra infidelidad, sino también todas las demás ofensas que cometemos contra Él. Todo lo que tenemos que hacer es pedirle que lo haga. «Si confesamos nuestros pecados –nos asegura San Juan–, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad» (1 Juan1:9).

Si usted quiere sentir alivio completo del «peso de tanto pecado», confiésele sus pecados a Dios y pídale perdón. Luego lea la Biblia para conocer la verdad acerca de lo mucho que Dios lo ama y desea darle una vida maravillosa. Apréndase bien lo que la Biblia dice al respecto, y no deje de enseñárselo a sus tres hijas.

Con afecto fraternal,


Efrain Diaz

Caminoalparaiso.tk

INFIEL MUCHAS VECES I parte

En este mensaje tratamos el caso de un hombre que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net y nos autorizó a que lo citáramos, como sigue:

«Llevo más de catorce años casado con mi esposa. Sin embargo, en ese tiempo le he sido infiel muchas veces, llegando incluso a procrear una niña fuera de mi matrimonio. Llevo ya casi dos años evitando la infidelidad, y lo he logrado; sin embargo, el peso de tanto pecado me hace sentirme mal y entender que algunas veces es imposible lograr el perdón divino....

»Espero me aconsejen y puedan definir si hay perdón para mi persona.»

Este es el consejo que le dimos:

«Estimado amigo:

»El hecho de que haya podido evitar ser infiel durante dos años demuestra su determinación de vencer la tentación. ¡Lo felicitamos por haber tenido éxito durante tanto tiempo!

»También lo felicitamos por reconocer lo destructiva que es la infidelidad.... ¿Cómo pueden [ahora las personas lastimadas] comenzar a sanarse después de sufrir tanto dolor?

»... Su pequeña hija... no hizo nada por lo que merezca crecer sin padre. Ella necesita, más bien, mantener una relación con usted. Le aconsejamos a usted que incluya en su agenda un tiempo regular de visita con esta hija, y a su esposa que lo acompañe cada vez que recoja y devuelva a la niña. Si su esposa sabe que usted no tiene ningún interés en la madre de la niña, a su esposa le será más fácil aceptarla como hija de usted y reconocerá que la niña no merece ser castigada por lo que usted hizo como su padre.

»Estamos dando por sentado que usted ya le confesó a su esposa su infidelidad y le ha pedido que lo perdone, y que por eso ella sigue a su lado. El hecho de que ella haya optado por perdonarlo nos demuestra que ella es una persona que tiene suficiente fuerza de voluntad para hacer las cosas que le estamos pidiendo en este consejo....

»¿Cómo puede evitar el volver a caer en la tentación?

»Cada vez que se sienta tentado, cuénteselo a un amigo discreto que sepa lo peligrosa que es la infidelidad. Cuando eso que usted ha estado pensando deje de ser un secreto por habérselo contado a otro, disminuirá el poder que tiene sobre usted.

»Determine que jamás volverá a estar solo con otra mujer que no sea su madre o su hermana: ni en ningún almuerzo o viaje en automóvil, ni en ninguna cena o paseo. No importa que usted piense que esa mujer lo comprende. De ser así, no estará haciendo más que justificar, de un modo conveniente, un comportamiento muy peligroso....

»Usted dice que cree que “algunas veces es imposible lograr el perdón divino”. ¡Eso es absolutamente falso!... Dios quiere perdonarnos no sólo nuestra infidelidad, sino también todas las demás ofensas que cometemos contra Él. Lo único que tenemos que hacer es pedirle que lo haga. «Si confesamos nuestros pecados —nos asegura San Juan—, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad.»1

»Si usted quiere sentir alivio completo del «peso de tanto pecado», confiésele sus pecados a Dios y pídale perdón.... Apréndase bien lo que la Biblia dice al respecto, y no deje de enseñárselo a sus tres hijas.

»Con afecto fraternal,

Efrain Diaz.

www.Caminoalparaiso.tk

jueves, 29 de octubre de 2009

DADOS Y CERDOS

Fue un encuentro casual en la mitad de una calle de San Francisco, California. Uno se llamaba Frank. Era un hombre de cincuenta y nueve años de edad, desocupado, transeúnte en la ciudad, buscando qué comer. El otro se llamaba Gary. Era un hombre violento, que había vivido la mayor parte de sus cuarenta y ocho años peleando y ofendiendo a mano armada.

—Deme 25 centavos para un café —pidió Frank, el transeúnte.

—¡No le voy a dar un solo centavo! —le gritó Gary, enojado.

Y extrajo un largo cuchillo, sin razón alguna, con el que hirió a Frank una y otra vez en el pecho. Frank, sorprendido hasta lo sumo, cayó al suelo revolcándose en su dolor. A los veinte minutos había muerto de las heridas recibidas.

En los brazos de Gary, el asesino, había dos grandes tatuajes que expresaban la filosofía de su vida. En el brazo derecho tenía tatuado un cerdo; en el izquierdo, un par de dados. Y como cada uno, con sus acciones y con sus maneras, demuestra lo que es, la vida de Gary, asesino de un pobre hombre, transcurría entre la suciedad, el cerdo y el azar: los dados.

¿Qué se podía esperar de uno que se hizo tatuar la figura de un cerdo y la de un par de dados? Con eso expresaba no sólo lo que pensaba y lo que sentía, sino lo que se creía que era.

El cerdo es siempre símbolo de la suciedad. Los dados representan el azar. Ninguno de los dos emblemas edifica una vida digna y justa. Creer que todo en este mundo es suciedad, que nuestros semejantes son sucios y que lo somos nosotros mismos, sólo conduce a revolcarnos más en la suciedad física y moral de este mundo. Creer que no hay códigos ni orden en la vida, sino que todo es casualidad, buena o mala suerte, nos lleva a vivir sin ideales, sin metas, sin propósitos.

El estado en que se encuentra la sociedad actual se debe precisamente a que los filósofos europeos del Renacimiento y de la Ilustración creyeron que todo en el mundo es producto del azar y no de la creación. Si no somos más que cerdos y estamos a la merced de los dados, entonces no hay ninguna esperanza. Pero si creemos que hay algo digno todavía en nosotros, y que vivimos en un mundo regido y gobernado por Dios, entonces hay esperanza de regeneración, de enmienda y de rehabilitación.

Ninguno de nosotros es producto del azar. Al contrario, cada uno es creación de Dios. Es más, Dios tiene un plan para nuestra vida. Para encontrar ese plan, basta con que nos sometamos al señorío de Cristo. Rindámosle, hoy mismo, nuestra vida. Él será nuestro Salvador.

miércoles, 28 de octubre de 2009

JUGAR CON FUEGO

Con cada fósforo que encendían, mayor era la exaltación. El pequeño chisporroteo inicial, y luego la llamita amarillenta, hacían brillar los ojos. Para los cuatro niños era un juego apasionante.

A fin de aumentar el efecto, los niños se metieron en el guardarropa grande del dormitorio de los padres. La oscuridad hacía brillar más la luz de los fósforos, y allí encendieron los cerillos.

En muy poco tiempo ocurrió lo inevitable. El fuego pasó a la ropa colgada y pronto todo estuvo envuelto en llamas. Fue tan intenso y rápido el incendio que no hubo tiempo para escapar.

Unos vecinos advirtieron el humo que salía por debajo de las puertas. Pero Josué, de cuatro años; Jesse, de tres; José, de dos; y Jeremías, de uno; más el tío de los niños, José Arriola, de veintiún años, murieron en el incendio. ¿Por qué tuvieron que sufrir esta horrible tragedia? Por jugar con fuego.

Jugar con fuego. La frase se ha hecho proverbial. ¿Cuántas personas no juegan con fuego? Y aunque por algún tiempo escapan a las consecuencias, a la larga el desastre siempre se produce.

El elegante y próspero hombre de negocios, de gran prestigio social, que se propone conquistar a su secretaria, juega con fuego. El incendio está a la mano y el desastre es inminente. Matrimonio, hogar e hijos tarde o temprano quedan destruidos.

La mujer joven y bella, madre con varios hijos, que se deja cortejar por un hombre guapo, también juega con fuego. En poco tiempo se queman ella y toda su familia. Bien lo dice el refrán: «El hombre es fuego, la mujer estopa; viene el diablo, y sopla.»

La gran verdad es que nunca se debe jugar con fuego. El incendio siempre anda cerca de la persona que ha puesto a un lado sus convicciones. Esa persona, sea quien sea, por jugar con fuego, se quema.

Por eso dice el sabio Salomón: «¿Puede alguien echarse brasas en el pecho sin quemarse la ropa? ¿Puede alguien caminar sobre las brasas sin quemarse los pies? Pues tampoco quien se acuesta con la mujer ajena puede tocarla y quedar impune» (Proverbios 6:27-29).

Sólo Jesucristo nos da la fuerza moral y la firmeza de voluntad para huir de todo fuego sensual. Sólo Él nos dota de una moral firme y sólida, capaz de resistir las tentaciones de nuestra naturaleza pecaminosa. Cristo es nuestra única seguridad.

domingo, 25 de octubre de 2009

TRES HISTORIAS DE AMOR

Mahmoud, residente de Teherán, tenía treinta años de edad cuando se casó con una hermosa quinceañera llamada Golanbar. Durante el primer mes, el de la luna de miel, todo fue de lo mejor. Pero pasada la primera luna, Mahmoud hizo algo insólito. Se divorció de Golanbar y vendió a la joven a un lenocinio por la suma de dos mil ochocientos cincuenta y siete dólares. Con el dinero se compró un automóvil.

Las autoridades iraníes, al enterarse de lo que Mahmoud había hecho, lo detuvieron. Él nunca se imaginó que su conducta tuviera consecuencias tan drásticas. A fin de evitar mayor castigo, el hombre se arrepintió de sus acciones, devolvió el automóvil y recuperó su dinero. De ahí fue al lenocinio, compró de nuevo a Golanbar y se volvió a casar con ella, jurándole amor eterno. Esta vez, en definitiva, habría de ser eterno.

Hay una antigua historia semejante a esta relatada en la Biblia. Es la historia del profeta Oseas. Sólo que en la historia de Oseas es su esposa, Gomer, la que desprecia el amor de su esposo y se escapa de él para ir a venderse a un lenocinio.

Oseas sufre mucho, pero Dios le dice que debe perdonar a su esposa e ir en busca de ella a comprarla de nuevo para sí mismo. Oseas difícilmente comprende lo que Dios le está queriendo enseñar, pero obedece al Señor y va a donde está Gomer, su esposa, y la compra por quince monedas de plata y una carga y media de cebada.

Esta extraña historia bíblica representa el inmenso amor redentor que Dios le tiene a la raza humana. Toda la humanidad, a la manera de la esposa de Oseas, se ha alejado de Dios siguiendo caminos de pecado. Pero Dios nos ama profundamente a todos y desea redimirnos.

¿Qué hace entonces? Escribe otra historia de amor. Es la historia escrita en el Calvario, historia que revela a Jesucristo, Dios hecho hombre, derramando su preciosa sangre como el precio legal de compra de todo preso y cautivo del pecado y del mal.

La Biblia dice que todos nos hemos descarriado como ovejas, y que cada uno de nosotros ha seguido su propio camino. Pero dice, también, que Dios ha castigado nuestra maldad en la persona de su Hijo Jesucristo. Y Jesucristo pagó toda nuestra culpa en la cruz del Calvario.

¿Qué podemos hacer para corresponder a ese amor? Dar media vuelta en el camino errado de nuestra vida y regresar al Señor Jesucristo. Aceptémoslo como nuestro Señor y Redentor. Él desea ser nuestro Salvador. Rindámosle nuestra vida.

sábado, 24 de octubre de 2009

ULTIMA PELEA

Fue una pelea brava: un hombre contra cuatro. En su vida de peleador callejero, desde niño había tenido que defenderse cientos de veces. Siempre lo había hecho con las manos y con cualquier arma que pudiera empuñar en ellas.

Pero esta vez lo sujetaron espolvoreándole pimienta en la cara y amarrándolo con cuerdas fuertes a una tabla. Cuando terminaron de sujetarlo y de amordazarlo, lo colgaron en una horca. Se trataba de Carlos Campana, de treinta y nueve años de edad. Había asesinado a una mujer de treinta y seis años, a su hijita de ocho y a una amiga de treinta.

A veces hay que darle la razón a César Lombroso, el psiquiatra italiano muerto en 1909. Él decía que la tendencia al crimen es hereditaria. Carlos Campana, que a los treinta y nueve años murió ahorcado en esa forma rara, amarrado a una tabla, era hijo y nieto de criminales.

A los diecisiete años de edad violó a una joven. Por la acusación de la joven y el testimonio de una amiga, recibió diez años de condena. En la cárcel juró vengarse de las dos mujeres, y en efecto, al salir libre mató a las acusadoras y a la hija de una de ellas.

Sin descontar la tremenda influencia que los padres ejercen sobre sus hijos, la tendencia al pecado no viene únicamente de los padres. La tendencia al mal es innata, y nos viene desde los días de Adán y Eva. La inclinación al mal está en el corazón del hombre y es parte de toda la raza humana.

La herencia, ese factor genético que es parte de la formación de toda persona, tiene ciertamente un efecto poderoso en los hijos. Pero el pecado que, desde aquella primera transgresión en el Edén, corre por las venas de la humanidad, es mil veces más poderoso que cualquier herencia.

Por eso hay tanto mal en el mundo: guerras, violencia y los mil delitos de que es capaz el ser humano. Y por eso el apóstol Pablo declaró: «Todos han pecado y están privados de la gloria de Dios» (Romanos 3:23).

Ahora, así como por un hombre, Adán, entró el pecado en la raza humana, por un hombre, Jesús, todo pecador puede ser librado de los efectos del pecado. Para eso envió Dios a su Hijo Jesucristo a morir en la cruz del Calvario. Cristo, con su muerte, neutralizó la herencia del pecado y le ofreció al hombre vida nueva.

Cuando un hombre se arrepiente de su pecado y recibe a Cristo como su Salvador, la herencia de Adán queda borrada para siempre y ese hombre se hace heredero de la justicia de Dios. Esa es la herencia que Dios desea darnos. Entreguémosle nuestra vida a Cristo. Él nos salvará.

viernes, 23 de octubre de 2009

LA MUÑEQUITA PERDIDA

Pocos minutos después que bajaran todos los pasajeros, el piloto dobló el periódico que había estado leyendo y caminó por el pasillo del avión. En uno de los asientos encontró una muñequita que alguien había dejado olvidada. El piloto se inclinó y la recogió. Daba muestras de haber sido estrujada bastante como sucede con las muñecas a las que sus dueñas quieren mucho.

El piloto sabía que a aquella muñeca de trapo la extrañaría mucho alguna niña. Esto lo llevó a hacer todo lo posible por encontrar a la dueña. Lo primero que hizo fue preguntarles a los pasajeros que acababan de salir del avión. Ya casi todos se habían ido, y entre los que quedaban no estaba la pequeña dueña de la muñequita.

Luego logró poner en movimiento todo el sistema de comunicaciones de que disponían las líneas aéreas a fin de encontrar a la niña. Con la ayuda de personas de buena voluntad separadas por miles de kilómetros, pero enlazadas por conducto de la tecnología moderna, después de muchos mensajes y de muchas transmisiones, y al cabo de varios días, encontraron a la niña y le devolvieron su muñequita de trapo.

Lo único que queda como recuerdo de este incidente es la carta que la madre de la niña le escribió al piloto. Dice así: «Mi hija tiene otras muñecas más nuevas y más bonitas, pero esta es la única a la que quiere de todo corazón. No encuentro palabras para expresarle lo que significa para ella y para nosotros el que se hayan molestado tanto para devolverle su muñequita. ¡Muchas gracias!»

Al igual que la niña de esta historia, la humanidad perdió algo que le hacía mucha falta. Se trata de la relación que en el principio tenía con Dios su Creador. Pero Dios determinó restablecer esa línea de comunicación directa con Él, así que envió a su Hijo Jesucristo a este mundo para lograrlo. Cristo mismo dijo que vino a buscar y a salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10).

Fue así como Dios puso en movimiento todo el sistema de comunicaciones a su disposición para encontrarnos, tal como el piloto de la historia, y no fracasó. Pero a diferencia del piloto, Dios no quería darnos algo que tiene valor temporal como una muñeca, sino algo que tiene valor eterno. Él hizo todo lo necesario para restaurarnos a la comunión que siempre ha querido tener con nosotros, ya que quiere ser no sólo nuestro Salvador sino también nuestro amigo. Ahora sólo nos resta dejarlo que nos encuentre, y agradecerle que se haya molestado tanto, al extremo de morir en nuestro lugar, para establecer una relación perdurable con nosotros.

martes, 20 de octubre de 2009

GUIA, PADRINO, AMIGO

Peter estaba feliz ese día. Iba a ser padrino de bodas de Andrés Miles, su mejor amigo. Peter lucía en el cuello una hermosa corbata roja de lazo, algo que nunca había usado en toda su vida. Además, iba él a llevar los anillos de boda. Era un gran privilegio, un gran honor, una gran satisfacción.

Así que Peter entró al registro civil acompañando a su amigo Andrés y a la novia de éste, Wendy, y estuvo presente en todos los detalles del registro. Pero había un problema. Durante la ceremonia, Peter no pudo pararse junto a su amigo mientras éste pronunciaba los votos nupciales.

¿Cuál era el problema? Peter, a pesar de ser bueno, de ser fiel, de ser honrado y de ser limpio, y hasta de ser el mejor amigo del novio, no era más que un perro. Pero era un perro extraordinario. Era el perro guía de Andrés, que era ciego.

«Él me ayudó a conseguir la novia que tengo —explicó Andrés—. Por eso quiero que sea mi padrino.»

He aquí un caso lleno de calor humano, aunque uno de los protagonistas sea un perro: Andrés Miles, de veintiocho años de edad, de Houston, Texas, ciego, con su mejor amigo, un perro labrador de dos años, llamado Peter.

Peter lo guiaba a todas partes, lo ayudaba, lo cuidaba, lo protegía. Por cierto, Peter le ayudó a conseguir el amor de Wendy Screaton, la novia que llegó a ser su esposa. Cuando las bodas se celebraron, Andrés no encontró mejor padrino que Peter. Así que Peter llevó en sus dientes los anillos de boda. ¡Lugar más seguro no podía haber!

Todos necesitamos tener un amigo en la vida. Un amigo bueno, que nos consuele en los días tristes, nos aconseje en los días de incertidumbre, nos ayude en los días de necesidad y nos acompañe en los días felices. Un amigo que, como la sangre, sea el primero en correr a nuestro lado cuando estamos heridos y el último en abandonarnos a la hora de la muerte.

Todos necesitamos un amigo fiel, constante y sincero, que endulce la vida, sostenga la moral, nos cuide de caer y nos ilumine el sendero. Es, sin duda, una consolación grande cuando hallamos un amigo con esas cualidades.

¿Tenemos un amigo así? ¿Alguien con quien podemos hablar cuando necesitamos ayuda? Hay uno que está a nuestro alcance. Se llama Jesucristo. Él desea ser el amigo de quienes lo busquemos. Sólo tenemos que decir: «Señor, te necesito. Por favor, ayúdame.» Hagámoslo hoy. Él sólo espera que lo llamemos.

domingo, 18 de octubre de 2009

SOLO UN MOMENTO DE DESCUIDO

La madre jugó con la niñita en el agua. Le puso patitos de plástico en la bañera y echó gotas de agua sobre su cabecita. Todo esto la hacía reír y gritar. La pequeña chapoteaba el agua, salpicándola por todos lados.

En eso la madre, Diana Rolón, dejó a la pequeña para ir a buscar una toalla, y Melisa, de tres años de edad, quedó jugando sola en el agua del baño.

Fue sólo un segundo, un momento nomás en que la niña quedó sola. Pero la chiquita se resbaló en el agua. Tal vez se asustó y no pudo erguirse. Cuando la madre regresó con la toalla, la niña ya se había ahogado. Desesperada, la madre llamó al equipo de socorro e hizo todo lo que pudo, pero la pequeña no revivió.

¿Fatalidad? ¿Castigo? ¿Destino ciego? ¿Obra del maligno? Las preguntas no tienen fin. Diana Rolón, la dolorida madre, se imaginará mil cosas buscando alguna razón, alguna satisfacción, alguna respuesta, pero no la hallará. Llorará, se mesará los cabellos con desesperación, mojará su almohada con lágrimas, sufrirá largas noches de insomnio y seguirá haciéndose la misma pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

¿Hay respuesta para este caso? He aquí una madre joven, diligente, amorosa, feliz, que pone a su hijita de tres años a jugar en la bañera. Se distrae un minuto en cualquier cosa, y en ese minuto su hijita se ahoga. ¿Hay razón? ¿Hay sentido? ¿Hay respuesta?

En esta vida ocurren muchas cosas que quedarán para siempre en las sombras de la sinrazón: accidentes, incendios, muertes, desgracias. La fatalidad golpea a veces con brutal violencia, sin aviso y sin disculpas, dejándonos sólo preguntas agobiantes que arden en nuestro pecho. ¿Por qué?

La siguiente razón ofrece al menos una respuesta. Este mundo está lleno de problemas. No es que Dios haya creado al mundo así ni que haya descuidado a su creación, sino que hizo al hombre libre. Le dio la capacidad de hacer lo correcto, como también la capacidad de quebrantar sus leyes divinas. Si Dios lo hubiera limitado a cumplir órdenes nada más, el hombre no habría sido el ser inteligente que Dios deseaba. Dios no quería un robot; quería un compañero.

¿Qué nos dice todo esto? Que debemos cuidar todo lo que hacemos. Porque así como dice el apóstol Pablo: «Cada uno cosecha lo que siembra» (Gálatas 6:7).

Para poder sembrar la buena semilla, tenemos que estar injertados en el buen árbol. Ese árbol es Jesucristo. Cuando Él vive en nuestro corazón, nuestra vida cambia. Sometámonos al señorío de Cristo. Él quiere ser nuestro amigo.

sábado, 17 de octubre de 2009

DOS CARTAS EXCELENTES

(Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza)

Rut fue a su buzón de correo y encontró una sola carta. Antes de abrirla, notó que no tenía ningún sello postal sino sólo su nombre y dirección. La carta decía: «Querida Rut: Voy a estar en tu barrio el sábado por la tarde y quisiera verte. Con amor eterno, Jesucristo.»

Las manos le temblaban mientras ponía la carta en la mesa. «¿Por qué deseará Dios visitarme si no soy nadie especial? Y no tengo nada que ofrecerle.» Recordó su despensa vacía y pensó: «Debo ir al supermercado y comprar algo para la cena.»

Rut tomó su cartera en la que tenía apenas cinco billetes, se puso el abrigo y salió corriendo. Compró un pan francés, media libra de jamón de pavo y una botella de leche. Se quedó con sólo doce centavos hasta el lunes. Pero se sentía satisfecha.

De vuelta a casa con su modesta compra bajo el brazo, escuchó una voz que le decía:

—Señorita, por favor, ¿puede ayudarnos?

Rut había estado tan absorta en sus planes para la cena que no había notado dos figuras acurrucadas en la acera: un hombre y una mujer, ambos vestidos de andrajos.

—Mire, señorita —insistió el hombre—, no tengo trabajo, y mi esposa y yo hemos estado viviendo en la calle. Estamos muertos de frío y de hambre. Si usted nos pudiera ayudar, se lo agradeceríamos mucho.

Rut los miró. Estaban sucios y apestaban. Si de veras querían trabajar, ya hubieran conseguido algún empleo.

—Señor, me gustaría ayudarlos, pero yo también soy pobre. No tengo más que un poco de pan y jamón. Es lo que pensaba darle de comer a un invitado especial que viene a cenar conmigo esta noche.

—Comprendo. Gracias de todos modos.

El hombre tomó del brazo a la mujer, y los dos se perdieron en el callejón. Al ver que se alejaban, Rut se sintió muy afligida.

—¡Señor, espere!

La pareja se detuvo, mientras ella se les acercaba corriendo.

—¿Por qué no toman esta comida? Puedo servirle otra cosa a mi invitado.

—¡Que Dios se lo pague! —exclamó la mujer, agradecida, visiblemente temblando de frío.

Rut se quitó el abrigo y le dijo:

—Yo tengo otro abrigo en casa; ¿por qué no se pone éste?

En el camino a la casa Rut estaba sonriendo a pesar de que ya no tenía su abrigo ni la comida que había comprado. Pero al acercarse a su puerta se puso a pensar en que ya no tenía nada que ofrecerle al Señor, y se sintió desanimada.

Cuando metió la llave en la cerradura, notó que había otro sobre en el buzón. «Qué raro —pensó—. El cartero nunca viene dos veces el mismo día.» Intrigada, tomó el sobre y lo abrió: «Querida Rut —decía—: Fue muy agradable verte de nuevo. Gracias por la comida y gracias también por el hermoso abrigo. Con amor eterno, Jesucristo.» 1


1Mt 10:42; 25:34-46

jueves, 15 de octubre de 2009

SOMOS PEREGRINOS


La batalla rugía con todo su furor. Los soldados avanzaban contra el enemigo. Al ponerse el sol, la oscuridad los obligó a descansar hasta el día siguiente. Era peligroso tratar de ganar más territorio de noche, así que el comandante de la tropa ordenó que todos cavaran una trinchera. Cuando ya los demás habían terminado, quedó un solo soldado que seguía cavando cada vez más hondo.

El comandante pensó que el joven soldado tal vez hubiera dado contra una piedra o que le hubiera tocado un terreno más duro que el de sus compañeros. Pero cuando vio que sacaba tierra suave y fresca, le preguntó:

—¿Acaso no ha llegado a la profundidad necesaria?

—Sí —le contestó el soldado—, pero prefiero que la trinchera quede bien honda y segura.

A lo que el comandante replicó:

—Recuerde, soldado, que no vamos a estar aquí más que una sola noche.

Esta anécdota nos hace reflexionar sobre la tendencia que muchos tienen a profundizarse en las cosas de esta vida. Tanto es así que pareciera que fueran a pasar toda una eternidad en esta tierra. No les cruza por la mente el que seamos peregrinos. Se afianzan a todo lo que ofrece este mundo. Se aferran a las cosas materiales. Se sujetan a esta tierra con ligaduras tan fuertes que algunos, al tener que soltarlas por alguna tragedia o por alguna adversidad económica, no soportan el cambio y deciden ponerle fin a su vida.

A los que tienen este sentir, y aun a los que no hemos llegado hasta ese extremo de desesperación, nos conviene atender a estas sabias palabras de Jesucristo: «No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.... busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas.»1

Lo cierto es que sólo estamos de paso en esta tierra. Vamos rumbo a nuestro destino final. La muerte no es un cese de actividades sino una transición. Ni constituye el fin de la vida sino sólo un traslado a otra esfera. Si durante esta vida hemos pensado únicamente en lo terrenal y no nos hemos reconciliado con Dios por el único medio que Él ha provisto, que es su Hijo Jesucristo, entonces, cuando pasemos a la otra vida, Cristo tendrá que decirnos: «Yo di mi vida por ti en la lucha que libré por tu alma, pero tú no me reconociste. Por eso ahora no puedo reconocerte a ti ante mi Padre aquí en el cielo.»2

En cambio, si hemos reconocido a Cristo como nuestro único Salvador y hemos vivido como peregrinos que anhelan una patria mejor, entonces Cristo nos reconocerá ante su Padre y nos dará la bienvenida a la patria celestial que nos ha preparado.3


1Mt 6:19-21,33
2Mt 10:32‑33
3Heb 11:13‑16

miércoles, 14 de octubre de 2009

LA FIERA SIEMPRE SERA FIERA

Blanco con algunas rayas negras, elástico, sinuoso e inquieto, era la atracción principal del zoológico. Llevaba el nombre de la ciudad de la India donde había sido cazado, Lucknow. ¿Qué era? Un espléndido tigre blanco.

David Juárez, de cuarenta y cinco años de edad, el encargado de velar por el bienestar del tigre, entró ese día en la jaula para hacer la limpieza. En eso, la fiera, generalmente amistosa, saltó sobre él y lo mató.

El director del zoológico, refiriéndose a la fatalidad, dijo: «A la fiera la podemos sacar de la selva, pero no podemos sacar la selva de la fiera.»

David Juárez no es el primer cuidador de fieras que muere en las garras de alguna de ellas. Es algo que ocurre con cierta frecuencia en zoológicos, parques naturales y circos. La fiera sigue siendo fiera, aun detrás de barrotes de hierro.

Es cierto que no se puede quitar la fiereza que está dentro de los mamíferos carnívoros. Aun el gato doméstico, tan mimoso y dulce, de repente saca las uñas y causa dolorosas heridas. Al perro más fiel puede despertársele el lobo ancestral que tiene adentro, y clavar los colmillos en quien esté más cerca.

Cinco mil años de civilización no han podido sacar del corazón humano la bestia primitiva. Detrás del telón de la religión, la cultura, la educación, las buenas maneras, los trajes bien cortados y las joyas, se esconde el Caín, el Nerón, el Calígula, el Gengis Kan de las antiguas crónicas de la humanidad.

Los filósofos y los moralistas se hacen la pregunta: ¿Por qué será la humanidad así? La razón se asemeja al refrán del director del zoológico: «A la fiera la podemos sacar de la selva, pero no podemos sacar la selva de la fiera.»

Al corazón del hombre, desde que cayó en el jardín del Edén, lo ha dominado la ambición, la codicia, el narcicismo, la envidia y el odio. Recubierto de civilización, bulle todavía dentro de él la fiera que habitó las cavernas. El hombre es un empedernido pecador, y no hay remedio humano para él.

Sin embargo, Jesucristo, el Hijo de Dios, puede quitar de ese hombre el corazón de piedra que tiene adentro y poner en su lugar un corazón de carne. Cristo tiene poder para convertir al pecador en una nueva criatura, pues transforma, regenera, corrige y salva. Sólo tenemos que entregarnos a Dios de todo corazón. Cuando hacemos eso, Él nos convierte en una nueva criatura. Esa trasformación puede ser nuestra. Rindámonos hoy mismo a Cristo.

martes, 13 de octubre de 2009

EL DIABLO DE LOS MUSULMANES

Era una de las celebraciones grandes en la Meca musulmana. Se trataba de una de las fiestas tradicionales de la religión islámica. Realizaban, con miles de peregrinos, el ritual de apedrear al diablo.

La costumbre se llevaba a cabo en cuevas donde, según la tradición, residía el maligno. La multitud iba de cueva en cueva con piedras en las manos y las arrojaban —decían ellos— contra el diablo. Sólo que en esta ocasión se produjo una estampida de tales proporciones que cundió el pánico en la multitud.

Cuando todo hubo pasado, además de haber muchos heridos, hubo 829 muertos. Algunos de ellos fueron pisoteados, otros golpeados y otros apedreados.

Muchos le tienen terror al diablo; otros se burlan de él. Otros procuran exorcizarlo con ritos y ceremonias, mientras que otros niegan su existencia. Para los musulmanes la costumbre es tirarle piedras una vez al año, y muchas veces hay pánico colectivo que deja como saldo a muchos muertos y heridos.

¿De veras existe el diablo? La Biblia dice que sí, y que es el enemigo más grande del hombre. La Biblia lo llama destructor, acusador, príncipe de este mundo, y padre de la mentira. No sólo existe, sino que encarna todas las fuerzas malignas que se oponen a Dios y a su Hijo Jesucristo.

Sin embargo, las armas que se toman contra Satanás no son ni piedras ni ninguna cosa inanimada. El diablo es una persona, y la única manera de neutralizar su influencia es tener a Jesucristo en el corazón.

El apóstol Juan, en su primera carta a la iglesia universal, declara: «El que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo» (1 Juan 4:4). Es decir, Cristo, que habita en el corazón de todo el que le da entrada, tiene más poder que Satanás, que habita en este mundo.

Si hemos llevado una vida de luchas continuas, de problemas interminables, de aflicciones, contiendas, hostilidades y altercados constantes, es posible que hayamos provocado todo ese malestar nosotros mismos, pero también es posible que Satanás haya estado procurando quitarnos toda noción de tranquilidad, paz y armonía.

La única fuerza en el universo que puede contrarrestar la fuerza del diablo es Cristo, que venció a Satanás mediante su muerte en la cruz. Por eso el que acepta a Cristo como su Señor y Redentor ya no tiene que temer al diablo, porque éste no tiene ningún dominio sobre él.

Coronemos a Cristo como Rey de nuestra vida. Rindámonos a Él. Sometámonos a su señorío. Él apedreó al diablo de una vez por todas al morir en la cruz por nosotros.

lunes, 12 de octubre de 2009

12 DE OCTUBRE DE 1942

A las dos de la madrugada del 12 de octubre comenzó a divisarse tierra, a escasas dos leguas de distancia. Era una isleta del archipiélago de las Bahamas que los indios llamaban Guanahaní. Al arribar, el Almirante Cristóbal Colón salió a tierra en la barca armada acompañado de Martín Alonso Pinzón y su hermano, Vicente Anés, que era capitán de la Niña. En la playa los esperaban desnudos los primeros indígenas que ellos habrían de conocer en el Nuevo Mundo. Colón llamó a Rodrigo de Escovedo, el escribano de toda la armada, y como primer acto oficial hizo que constara que él, ante todos los españoles y la multitud de habitantes de la isla que se estaban congregando allí, tomaba posesión de dicha isla en nombre de sus señores, el Rey y la Reina de España.

Según el cronista Fray Bartolomé de las Casas, las siguientes son palabras textuales del Almirante en su libro de primera navegación y descubrimiento de nuestra América: «Yo, porque nos tuviesen mucha amistad,... conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra Santa Fe con amor que no por fuerza... no traen armas ni las conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia. ...tenían señales de heridas en sus cuerpos, y les hice señas qué era aquello, y ellos me mostraron cómo allí venían gente de otras islas que estaban cerca y les querían tomar, y se defendían. Y yo creí, y creo, que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por cautivos. Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les decía, y creo que ligeramente se harían cristianos; que me pareció que ninguna secta tenían.»1

Efectivamente, con el transcurso del tiempo los frailes españoles lograron convencer a aquellos indígenas de que les convenía hacerse cristianos. El apóstol Pablo, algunos años después de la muerte, resurrección y ascensión de Cristo, había intentado convencer de lo mismo a un gobernante romano. El rey Agripa había escuchado con suma atención la defensa del evangelio de Pablo y le había dicho: «Un poco más y me convences a hacerme cristiano.» «Sea por poco o por mucho —le replicó Pablo—, le pido a Dios que no sólo usted, sino también todos los que me están escuchando hoy, lleguen a ser como yo, aunque sin estas cadenas.»2

Lo que le había deseado San Pablo al rey Agripa era lo mismo que les deseaban los frailes españoles a los indígenas: la libertad espiritual, que tiene valor eterno a diferencia de la libertad física, la cual perdieron tanto Pablo como aquellos indígenas americanos. Es hora de que nosotros también reconozcamos lo mucho que nos conviene hacernos cristianos, es decir, verdaderos seguidores de Cristo. ¡Sólo así podremos gozar de la única libertad que nadie nos puede quitar, porque conoceremos la verdad, y la verdad nos hará libres!3


1Fray Bartolomé de las Casas, resumiendo las primeras impresiones que el Almirante registró en su Diario del primer viaje, tomado de Cristóbal Colón, Los cuatro viajes del Almirante y su testamento (Madrid: Espasa-Calpe, 1971), citado en Cronistas de indias: Antología, 3a ed. (Bogotá: El Áncora Editores, 1992), pp. 11-14.
2Hch 26:28,29
3Jn 8:32

miércoles, 7 de octubre de 2009

OTRA AVALANCHA DEVASTADORA


Ocurrió un 6 de junio mientras transcurría tranquilo el tiempo de la siesta. Las nubes en el cielo azul flotaban suavemente, y los habitantes de la región, ubicados entre los cafetales del valle del Río Páez, a unos 400 kilómetros al sudoeste de Bogotá, Colombia, descansaban en completa calma.

De repente se sintió el remezón del volcán vecino, y tras el temblor, una avalancha de piedras, nieve, barro y tierra, que bajaban de la cumbre a casi seis mil metros de altura. En pocos momentos mil doscientas personas quedaron sepultadas.

Los pueblos que viven en las márgenes de la Cordillera de los Andes conocen este tipo de tragedias. En 1985 la ciudad de Armero, al pie del Nevado del Ruiz, también en Colombia, quedó sepultada por una avalancha. Murieron veintitrés mil personas. En 1970, en Yungay, Perú, una avalancha de barro y piedras sepultó el poblado entero, matando, en cuestión de segundos, a veinticinco mil personas.

Sin embargo, no por conocidas dejan estas tragedias colectivas de sobrecoger el ánimo, angustiar el corazón y despertar perpetuos temores e incertidumbres. ¿Cuándo se producirá la próxima? ¿A qué pueblo de Colombia, de Ecuador, de Perú, de Bolivia, de Chile o de Argentina le tocará?

Usamos la palabra «avalancha» para denotar algo que se produce en forma inevitable, masiva y rápida. El diccionario define «avalancha», o su sinónimo «alud», como «lo que se precipita súbita e impetuosamente». De ahí las expresiones «avalancha de votos», «avalancha de gente» y «avalancha de aplausos».

No sólo en Los Andes hay avalanchas. Las hay, también, en la sociedad en todo el mundo. El vocablo «avalancha» puede describir las violencias que hay en muchas partes de la tierra. Tenemos avalanchas de abortos en los países más civilizados; avalanchas de drogas introducidas por conducto de aeropuertos, fronteras y playas; y avalanchas de amor libre, de sexo ilícito y de homosexualidad y lesbianismo, que sin hacer ruido destruyen a millones de personas.

¿Qué hacer para librarnos de esas avalanchas? Simplemente ubicarnos fuera de su camino. No tenemos que estar en el paso de las avalanchas de drogas, alcohol, infidelidad, deshonestidad y engaño. Hay Alguien que nos puede librar de esos aludes. Es Jesucristo, el Hijo de Dios. Él desea librarnos tanto del mal como de sus consecuencias, pero sólo lo hace si le damos nuestro corazón y nos sometemos a su divina voluntad. Entreguémosle nuestra vida a Cristo. Él nos librará de esas avalanchas.

lunes, 5 de octubre de 2009

MUERTE EN UNA ESPIRAL DE HUMO

Al principio fue una advertencia silenciosa. La camarera señaló con el dedo un cartel que decía: «NO FUMAR». Pero la mujer siguió fumando. Después ya fue una advertencia de palabra: «Le ruego, señora, que no fume aquí. Si quiere fumar, hay otra sección del restaurante para eso.» Pero la mujer siguió fumando.

Entonces, ante las quejas de varios clientes, vino una orden: «Si no puede dejar de fumar, abandone el restaurante.» La mujer salió enfurecida, y volvió a la hora, armada de un revólver. Fue así como Dafne Luster, de veintidós años de edad y madre de cinco niños, mató a Rochelle Hudson, la mesera que se había quejado del cigarrillo. En una espiral de humo se esfumó una vida, y otra fue a dar a la cárcel por veinticinco años.

Hay sucesos en la vida que prácticamente nos obligan a hacer una reflexión. He aquí una mujer joven, de sólo veintidós años, madre ya de cinco hijos, apasionada fumadora, que se enfurece porque en un restaurante le piden que no fume en la sección reservada para no fumadores. La ira y la frustración la trastornan, y no halla más escape para su furia que matar de un tiro a la mujer que se ha quejado.

Hay personas que se creen muy libres por haber derribado barreras morales y ataduras religiosas. Se jactan de su libertad, se pavonean de su independencia y hacen alarde de su individualismo. Pero están atadas a vicios y pasiones mil veces más fuertes que los valores de los cuales dicen estar libres.

En las décadas de 1960 y 1970 se desarrolló mundialmente ese sentimiento de «libertad». Sobre todo los jóvenes, saltando las vallas de la familia, de la iglesia, de la escuela y de la ley, reclamaron libertad. Y en efecto, se independizaron de todo valor moral.

Sin embargo, en su supuesta libertad fueron presa de las drogas y del alcohol, y en lugar de libertad, ganaron sólo más servidumbre y esclavitud. En su libertad imaginaria gustaron el amor libre hasta saciarse, y el resultado fue la depravación moral junto con su secuela inevitable y mortal, el SIDA.

Es que la libertad sin valores, sin normas morales, sin pautas espirituales, sin límites religiosos, no es libertad; es libertinaje. Y el libertinaje es una esclavitud más exigente que las leyes morales más estrictas.

Sólo Jesucristo ofrece verdadera libertad. Sólo Él quita la opresión. Sólo Él da libertad de las pasiones, de los vicios, de los odios y del pecado. Sólo Él nos libra de toda atadura y esclavitud. Si de veras queremos ser libres, sometámonos al señorío de Cristo. Esa es la única manera de ser verdaderamente libres.

jueves, 1 de octubre de 2009

HOY ME ACORDE DE MIS ABUELOS


«Esta mañana iba sentado en el autobús que me lleva de Alajuela a San José, cuando entró una jovencita acompañada de un campesino que, al parecer, era su abuelo. Ella ocupó un asiento vacío detrás del mío, y le dijo a su acompañante que se sentara en el que estaba a mi lado....

»Este campesino era sumamente rústico.... Su rostro revelaba una vida de trabajo rudo bajo el sol, y su fisonomía no era nada agradable. Andaba sin afeitarse, con las uñas sucias, aunque con ropa aseada. Llevaba un sombrero que acentuaba su origen. Miraba nervioso a todas partes y se agarraba del asiento como el que nunca ha montado en autobús.... huyéndoles a las personas del pasillo, se acercaba demasiado a mí, y casi me tocaba la cabeza con el ala de su sombrero. Me sentí molesto.

»En medio de mi desagrado, sentí un toque del cielo.... Se me ocurrió que aquel campesino bien pudiera haber sido uno de mis abuelos, a quienes nunca conocí, y que eran campesinos como él, y tal vez igualmente rústicos. Antonio y Rafael, que así se llamaban, nunca salieron del campo, y allí murieron relativamente jóvenes sin haber conocido a casi ninguno de sus nietos. Gastaron su vida bajo el sol, tras las yuntas de bueyes, y doblados al surco a fin de mantener a su familia.

»Ese campesino también podía ser yo mismo si mis padres no se hubieran ido a la ciudad antes de yo nacer. Si hubieran seguido viviendo en el campo, ahora yo sería un rústico guajiro cubano....

»En ese momento el autobús pasó frente a un pequeño cementerio cerca del aeropuerto. Contemplé las cruces y pensé en la muerte. Me di cuenta de que, al final, tanto el cuerpo de ese rústico campesino costarricense como el de este guajiro cubano pulido por las circunstancias de la vida y bendecido por la misericordia de Dios van a ir al mismo sitio. Allí los gusanos no van a preguntar si sabíamos historia, literatura o psicología. A ellos no les importa si uno cultiva la tierra o si escribe versos. Se lo comen a uno de todos modos. Allí terminan el desprecio de los ricos por los pobres y la envidia de los pobres por los ricos.

»Volví a mirar el rostro del campesino.... Lo vi un poco diferente. Era un ser humano a quien Dios ama. Era un hombre tan valioso como yo ante los ojos del Creador....

»Llegamos a la capital de Costa Rica. El autobús se detuvo.... ¡Qué bueno si me hubiera atrevido a saludar a aquel hombre de campo! Me hubiera gustado decirle aunque fuera: “Me llamo Luis. ¿Cómo se llama usted?” ...el campesino, sumamente nervioso, trató de ponerse de pie.... La jovencita que lo acompañaba lo sujetó y le dijo: “Espérese, don Luis.”

»Y don Luis bajó casi de la mano por quien parecía su nieta. El otro Luis lo contempló por última vez, pidiéndole a Dios que bendijera a su tocayo....»1

Si bien muchos nos identificamos con el trasfondo y la experiencia que nos cuenta Luis Bernal Lumpuy en estas reflexiones, lo que más nos hace falta es tener esa actitud ante la vida, que lo lleva a concluir: «Volví a pensar en Dios, agradecido. Volví a darle gracias porque me ha permitido ver, tener y disfrutar de cosas que no vieron, ni tuvieron ni disfrutaron mis abuelos ni mis padres.»2


1Luis Bernal Lumpuy, «Hoy me acordé de mis abuelos», artículo inédito, 1998.
2Ibíd.

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