sábado, 11 de abril de 2009

BIEN TE QUIERE QUIEN TE ADVIERTE













BIEN TE QUIERE QUIEN TE ADVIERTE


Era una maravilla de la tecnología naútica. Se trataba de un transatlántico británico, el buque de pasajeros más grande y más lujoso que jamás hubiera navegado las aguas de océano alguno. Tenía 269 metros de largo por 28 metros en su punto más ancho, y había sido construido de tal modo que se creía que no podía hundirse.


Emprendió su travesía inaugural el 10 de abril de 1912, partiendo de Southampton, Inglaterra, rumbo a la ciudad de Nueva York. A medida que cruzaba magistralmente el océano, la admiración de todos aumentaba debido a la ausencia de vibración y a su estabilidad no obstante una velocidad cada vez mayor. Con el mar en perfecta calma, avanzó a todo vapor hasta un punto en el Atlántico del Norte a unos 640 kilómetros al sur de Terranova.


Faltaban sólo veinte minutos para la medianoche del domingo 14 de abril, cuando un atalaya divisó un iceberg directamente en frente. El enorme transatlántico empezó de inmediato a virar, pero ya era demasiado tarde. Al chocar contra aquel imponente bloque de hielo, se abrieron por lo menos cinco de sus compartimentos estancos hacia la proa, y el buque comenzó a llenarse de agua y a inclinarse al sumergirse la proa. Se hundió finalmente a las 2:20 de la madrugada del lunes 15 de abril de 1912, y quedó sepultado en el fondo del mar, a unos cuatro kilómetros de profundidad. De unas 2.224 personas que llevaba a bordo, el renombrado Titánic sólo tenía espacio para 1.178 en sus botes salvavidas, y para colmo de males en varios de los botes quedaron muchos puestos vacantes, dejando aún más pasajeros abandonados a su suerte. En total perecieron 1.522 personas.


El buque Californian, a menos de 32 kilómetros de distancia, pudo haber socorrido al Titánic a tiempo para salvar a todos sus pasajeros, pero no recibió la señal telegráfica pidiendo auxilio debido a que el radiotelegrafista había dejado de escuchar sus audífonos diez minutos antes de la primera señal. Irónicamente, ese mismo radiotelegrafista del Californian le había advertido al Titánic del peligro dos veces, la última, 45 minutos antes del desastre. Pero uno de los radiotelegrafistas del Titánic, en lugar de hacerle caso, le había respondido que se callara, pues estaba interfiriendo la señal.


Con razón dice el refrán: «Bien te quiere quien te advierte.» 1 Jesucristo, el Hijo de Dios, nos advirtió que el fin del mundo, ese iceberg infranqueable contra el que ha de chocar la humanidad entera, será como sucedió en tiempos de Noé: «Comían, bebían, y se casaban... hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y los destruyó a todos.... Por tanto —agregó Jesús—, manténganse despiertos porque no saben ni el día ni la hora.... Dichosos los siervos a quienes su señor encuentre... preparados, aunque llegue a la medianoche o de madrugada.» 2



Refranero general ideológico español , compilado por Luis Martínez Kleiser

1.(Madrid: Editorial Hernando, 1989), p. 66.

2.Lc 17:20,26,27; Mt 25:13; 12:37,38





































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jueves, 9 de abril de 2009

VENTA POR DIVORCIO













VENTA POR DIVORCIO


Una de las costumbres de la clase media de los Estados Unidos es lo que llaman «venta en el garaje». Cuando una familia ha amontonado objetos que ya no necesita, saca todo al garaje de la casa y pone un cartel que dice: «Venta en el garaje», y los vecinos vienen a surtirse de enseres domésticos baratos.


Jorge Najar y su esposa Jennifer, del estado de Ohio, Estados Unidos, decidieron divorciarse después de ocho años de casados. Juntaron todas las cosas que habían comprado para adornar su hogar en el lapso de los ocho años, las pusieron en el garaje y colocaron un cartel que decía: «VENTA POR DIVORCIO».


Durante diez días estuvieron ambos vendiendo sus cosas. Cada objeto del que se desprendían era un recuerdo de su vida matrimonial que se reanimaba: aquí un velador, allí un cuadro, más allá una plancha eléctrica, un televisor, un juego de loza. Cada objeto era un recuerdo de algún momento feliz que, después de todo, habían pasado juntos.


A los diez días Jorge y Jennifer se habían reconciliado. «Se acabó la venta —les anunciaron a los vecinos—; ya no nos divorciamos. Nos amamos, y nunca nos vamos a separar.»


Este pintoresco episodio nos lleva a reflexionar una vez más sobre el problema de los matrimonios. ¿Por qué naufragan tantos de ellos? ¿Por qué se acaba tan rápidamente el amor que parecía eterno? ¿Por qué se dice tanto, por ahí, que «el matrimonio es la tumba del amor»?


Mucha gente pregunta: ¿Cuáles son las bases para un matrimonio del todo feliz, dichoso y duradero? La respuesta es: primero, un intenso amor recíproco; segundo, un compromiso de fidelidad mutua; tercero, un espíritu de sacrificio en ese amor, es decir, saber sacrificarse el uno por el otro; cuarto, un ajuste perfecto en las relaciones íntimas matrimoniales, para la mutua satisfacción del cuerpo, del alma y del espíritu; y quinto, y más importante que todo lo demás, una determinación de poner a Cristo como Señor y cabeza verdadera del matrimonio y del hogar. Así no habrá nunca divorcios sino siempre amor puro y bueno.







































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miércoles, 8 de abril de 2009

¿MATRIMONIO COMO REMEDIO?




















LA MARCHA NUPCIAL COMO REMEDIO





Las parejas de enamorados que paseaban por los parques de una localidad del sur de Colombia estaban constituyendo un problema, tanto que el joven sacerdote Eliseo Bezze se sentía preocupado. Él quería evitar las demostraciones demasiado amorosas de los distintos idilios juveniles.


Buscando diversas maneras de encauzarlos por el buen sentido, usó de arengas, sermones, artículos en los diarios y consejos pastorales a decenas de parejas, todo en vano. Los idilios continuaban cada vez más fogosos en parques, plazas y paseos.


Entonces el sacerdote ideó otro método. Se armó de una pequeña grabadora y empezó a visitar los parques. Cuando veía a una pareja mostrándose excesivo afecto, iba y les tocaba la marcha nupcial. El remedio resultó excelente. No bien escuchaban los jóvenes los acordes de la emotiva marcha que solemniza los casamientos, huían a escape.


Esto, además del buen humor que encierra, revela un profundo malestar de la juventud actual. Ellos quieren el amor y las caricias, eso sí, pero no quieren el casamiento. Desean tener novia, andar juntos, vivir juntos y beber la copa del placer amoroso, eso sí, pero nada quieren saber del compromiso del matrimonio.


Lo curioso es que no solamente los jóvenes sino también las muchachas tienen ya este criterio. La consigna que los motiva por igual es: «¡Amor y sexo, sí; marcha nupcial y casamiento, no!»


Sin embargo, la ley eterna de Dios prescribe el matrimonio y la fidelidad conyugal como los pilares en que se funda una familia humana feliz. Fue Dios quien inventó las palabras sexo, amor, matrimonio, fidelidad y hogar. Pero el hombre a su vez inventó las palabras prostitución, pasión, adulterio, infidelidad y divorcio.


En el principio Dios hizo todo bueno. Hizo al hombre y a la mujer, hizo el sexo y el amor, hizo la salud física y la santidad moral. Pero el hombre, con su desobediencia y rebeldía, lo echó todo a perder. Lo bueno se hizo malo, y lo justo, injusto. Por eso hoy, como nunca antes, florece el mal en la tierra.


Sólo por Cristo y en Cristo, el Hijo de Dios, hallamos el camino de retorno a la pureza y sencillez primitiva que nos aseguran la genuina felicidad.





































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