martes, 17 de marzo de 2009

Enemigo de si mismo

















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ENEMIGO DE SÍ MISMO



«La gasolina y la cerveza no ligan, muchachos», dijo Pablo Mirabito, joven de veintisiete años de Palm Beach, Florida, mientras guiaba su auto con mano firme y segura. La carretera se deslizaba veloz a su paso. Cruzó puentes sin disminuir la velocidad, pasó vehículos con destreza, y tomó las curvas sin hacer rechinar las ruedas. Y a cada rato repetía sonriente: «La gasolina y la cerveza no ligan.»


Por fin llegaron al lugar planeado para el picnic. Era un estanque de pesca, donde había cocodrilos. Una vez que llegó allí, Pablo se dio el lujo de beber cinco cervezas, una tras otra.


Con el alcohol subido a la cabeza, Pablo quiso pelear con uno de los cocodrilos. Así que se arrojó al agua y la emprendió a golpes con él. Pero el animal, que no había bebido cerveza, lo degolló de una sola dentellada. Sus amigos, que presenciaron horrorizados la escena, reflexionaron: «La cerveza y los cocodrilos tampoco ligan.»


Lamentablemente hay muchos que se creen capaces de jugar con el alcohol. Se jactan de poder beberse hasta diez cervezas o media botella de whisky. Hacen gala de su fortaleza física y siguen bebiendo aun cuando la nariz se les ponga roja, y venitas violetas se les formen en las mejillas y los ojos se les pongan vidriosos.


No se dan cuenta de que cada gota de alcohol que meten dentro del cuerpo es como un enemigo que se infiltra en una ciudadela fortificada. Ese enemigo se junta con otros, y en cualquier momento toman la ciudad. Ocurre algo así como cuando los griegos metieron su caballo dentro de la ciudad de Troya.


El alcohol, muy atractivo en la botella y en el vaso, así como en la astuta y pérfida propaganda comercial, se vuelve una sustancia tóxica tan pronto entra en el organismo. Corre rápidamente a posesionarse de las células cerebrales, que son células irreemplazables. Y una vez que se posesiona del cerebro, el individuo baja varios grados en la escala de su conciencia, su inteligencia, su razón y su moral. Y cuanto más bajo desciende, más peligro corre de cometer una locura que lo mate o que lo arruine.


Por eso dice el refrán: «Quien es amigo del vino, enemigo es de sí mismo.» Y por eso clama el profeta Isaías: «¡Ay de los que se consideran sabios, de los que se creen inteligentes! ¡Ay de los valientes para beber vino...!» 1 Más vale que acatemos esta advertencia del profeta bíblico, y que nos hagamos enemigos de lo que nos puede llevar a la ruina y seamos amigos más bien del que nos puede librar de cualquier vicio. Ese Libertador es Jesucristo, el Hijo de Dios y amigo de pecadores que dio su vida por nosotros para mostrarnos lo mucho que nos ama y que quiere ser nuestro amigo. 2


1.Is 5:21,22

2.Mt 11:19; Lc 7:34; Jn 3:16; 15:13



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