lunes, 9 de marzo de 2009
















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Lagrimas de hombre

Habían sido amigos durante quince largos años. Era una amistad profunda. No eran de la misma raza. El uno era negro y tenía ojos negros. El otro era de tez clara y tenía ojos verdes. Pero se habían acompañado en todas las horas. Habían compartido el techo, la comida, las penas y las alegrías.

Un día Jesse Sanders, el hombre negro, se enfermó y murió a causa de la enfermedad. Albert, el que tenía ojos verdes, lo sintió tanto que no pudo soportar la pena, y de sus ojos verdes salieron lágrimas. Fueron lágrimas sentidas, cálidas. Lágrimas de pena. Lágrimas de hombre. Pero Albert no era hombre. Albert era un cocodrilo. Era la mascota del hombre negro de Texas. A los dos días de muerto Jesse, murió también Albert el saurio.

Cuando una persona derrama lágrimas falsas, se dice que vierte «lágrimas de cocodrilo». Parece que el cocodrilo vierte lágrimas cuando devora una presa. De ahí la mala fama que tienen esos saurios cuyo único pecado consiste en su dentadura formidable y su apetito feroz.

Por lo menos una vez, un cocodrilo derramó lágrimas de hombre. Lloró por el amigo muerto. Aunque era un cocodrilo, bestia feroz por cierto, supo manifestarle cariño al hombre negro que lo sacó del huevo y que lo crió en su casa desde que tenía sólo diez centímetros de largo. Y realmente lloró.

No tiene nada de malo, ni de indecente ni de vergonzoso que nosotros los hombres lloremos. La sociedad y la cultura dice que los hombres no deben llorar, que en el hombre eso es señal de cobardía. Pero no hay ni cobardía, ni flaqueza, ni infantilismo en las lágrimas de un hombre. Al contrario, manifiestan sentimiento, alma, conciencia y corazón.

Jesús lloró. Lloró ante la tumba de su amigo Lázaro, pero ante todo lloró sobre Jerusalén al ver en aquella ciudad tanta decadencia moral y espiritual. El apóstol Pablo también lloró. Lloró al ver la insensatez de la gente y lloró porque los ministros religiosos de su tiempo adoraban más su vientre que a Dios.

Sería bueno que nosotros lloráramos. Que lloráramos ante la desgracia del pecado humano, ante el desastre de la decadencia moral, ante la tragedia de la injusticia del hombre. Sería bueno que vertiéramos lágrimas de dolor, lágrimas de angustia, lágrimas de arrepentimiento, lágrimas de hombre. Esas lágrimas pueden producir para nosotros una nueva vida.

Más Devocionales!