martes, 16 de junio de 2009

EL VIEJO MENSAJE DE LA CRUZ

Los cielos nocturnos por fin se abrieron. Hacía tres días que llovía, empapando los campos de la Pampa Argentina. Cuando se despejó el cielo, sobre el esmalte negro de la noche surgió esa magnífica constelación de los cielos australes llamada «La Cruz del Sur».

Aparicio Peralta, maduro campesino, se quitó el sombrero. Por los muchos años que tenía como seguidor de Cristo, saludó el emblema de Cristo y elevó una oración. Le pidió a Dios que salvara a su hijo Miguel, de veinte años de edad, al que acababa de sacar de la cárcel. Miguel dormía a su lado en la cabina del gastado camión.

Aparicio era un agricultor de la Pampa en Argentina. Como hombre sencillo que era, amante de la tierra, era también ingenuo y honrado. Pero Miguel, su hijo, era la oveja negra de la familia. Se había alejado del hogar siguiendo el camino de tantos jóvenes que sólo buscan la vida fácil y el placer sensual. La vida perdida que llevaba le había ocasionado varios encuentros con la ley. Fue así como Aparicio tuvo que ir a sacarlo de la cárcel.

Mientras regresaba a su casa en el viejo camión bajo la lluvia, acompañado del retoño dormido que no quería componerse, vio de pronto la rutilante cruz de los cielos. La constelación estelar arrancó de él una oración a favor de su hijo. Aparicio le pidió a Cristo que salvara al muchacho por la sangre que vertió en la cruz. Y el milagro, sencillo pero profundo, callado pero vibrante, se produjo. Cuando el joven salió del pesado sueño, era otra persona. La historia de veinte siglos de la iglesia cristiana, caracterizada por la proclamación del poderoso evangelio de Cristo, se había repetido, produciendo una vez más el milagro de salvación.

¿Cómo puede el joven salvarse de los vicios degradantes del alcohol, de la droga, del sexo ilícito y del juego? Sólo por medio de Jesucristo, Señor poderoso y viviente. ¿Cómo se componen los matrimonios a punto de deshacerse, o aun ya deshechos? También, sólo por medio de Cristo, Señor poderoso y viviente.

Cuando Cristo entra en la vida de quien lo invita, Él cambia ese corazón, y todo, de ese día en adelante, es nuevo. Jesucristo, en su poder sin igual, transforma el caos en justicia, salvación y paz. Mediante su muerte en la cruz y su resurrección de entre los muertos, Él libra del pecado a todo pecador que lo busca, arrancando de cada uno el pecado que lo destruye.

La cruz de Cristo es el emblema de una salvación grandiosa, perfecta y eterna. Cristo murió en nuestro lugar. Con su muerte compró nuestra salvación.


EL CADAVER DE UNA CONCIENCIA

Ocurrió en una cárcel de Colombia durante la época de violencia y ruina civil que azotó al hermano país hace algunos años. Es, sin embargo, uno de esos casos más parecidos a la época presente que a cualquier otra.

Uno de los más empedernidos criminales, Antonio Rangel, había sido encarcelado por los múltiples delitos que había cometido. Tan escandalosos e inmorales eran que la prensa misma no se atrevía a publicarlos.

Mientras Rangel estaba en la cárcel, llegó a verlo su padre, un anciano de cabeza blanca. Tenía el semblante marcado por el sufrimiento y el rostro surcado de arrugas. El anciano venía para contarle a su hijo la horrible muerte que había sufrido la madre del prisionero, perpetrada por una banda de asaltantes.

El hombre contó, con todos los pormenores, la dolorosa agonía que había padecido la indefensa anciana. Sin embargo, su hijo, aun con el vívido relato, no dio muestras de dolor.

Al ver el anciano el rostro inexpresivo de su hijo, endurecido por los años y el crimen, le preguntó llorando:

—¿Es posible, hijo mío, que no te conmueve ni el hecho de saber que tu madre fue asesinada?

—Bueno —contestó insensible Rangel—, así he matado yo mismo a muchas mujeres como ella.

Esta insensibilidad la han sabido captar a la perfección en sus versos nuestros mejores poetas. Uno de ellos la vertió en los siguientes versos, a modo de proverbio:

No son muertos los que en dulce calma
la paz disfrutan de la tumba fría.
Muertos son los que tienen muerta el alma
y viven todavía.

El poeta tenía razón al decir que los únicos muertos no son los que yacen en la tumba. También están muertos los que en vida tienen muerta el alma.

El concepto de muerte en vida lo había establecido ya la Palabra de Dios. La Biblia dice que el hombre sin Cristo está muerto en sus delitos y pecados, y añade que la única manera de obtener la vida verdadera es tomar el camino que es Cristo. Cristo dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al padre sino por mí» (Juan 14:6).

Las palabras del apóstol Pablo también llegan al caso: «Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo» (Efesios 5:14). Sólo Cristo puede dar vida a los que por la fe lo buscan. Por más muerta que tengamos la conciencia, Cristo nos revive con su gracia bendita. Él quiere y puede darnos nueva vida. Rindámonos a Cristo el Señor.

Más Devocionales!