viernes, 3 de octubre de 2008


Nos hizo aceptos en el Amado,


en quien tenemos redención por su sangre,


el perdón de pecados.


Efesios 1:6-7.


Resulta maravilloso descubrir que nuestras faltas y fracasos no alteran el amor de Dios. Él nos acepta y nos ama porque estamos unidos a su Hijo amado.

Leamos las siguientes palabras del apóstol Pablo: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?… ¿Quién acusará a los escogidos de Dios?… ¿Quién es el que condenará?… ¿Quién nos separará del amor de Cristo?” Y concluye: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir… ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:31-39).

El hecho de asirnos de ese amor personal e incondicional de Dios no debe llevarnos a una vida despreocupada. Todo lo contrario, ser conscientes de su amor nos alienta a tener una mayor abnegación por él, y esa abnegación es activa. Saber que Dios nos ama nos hace humildes y obedientes, pero también dinámicos y valientes.

En la cruz contemplamos la inmensidad del amor de Dios por nosotros. Allá Jesús exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46). Con respeto y emoción contestamos: «Por nosotros, por mí». Dios me amó a tal punto que no “escatimó ni a su propio Hijo”, quien cargó con todos mis pecados: Jesús fue mi sustituto bajo la ira de Dios. Tomó mi lugar y ahora, cuando Dios me ve, ve a su propio Hijo. Estoy en Cristo y por eso soy amado con el insondable amor de Dios.






Más Devocionales!