viernes, 25 de diciembre de 2009

RED MORTAL


Era un gigante de los mares: un gigante feliz, hijo del vasto mar. Podía nadar a cincuenta kilómetros por hora, zambullirse a más de cien metros, y luego saltar sin inhibiciones en el aire para caer con todo su enorme peso de treinta toneladas en las azules aguas de la costa de México. Era una ballena gris, que vagabundeaba libremente por todo el Pacífico.

Un triste día metió la cabeza en una espesa red de cazar tiburones. Con esa red encima el gigante no podría comer. Podría soportar el hambre varias semanas, quizá meses. Pero tarde o temprano moriría. La red donde metió la cabeza sería su muerte. Así ocurrió con esta ballena.

Da pena pensar en este campeón de los mares. La ballena gris nada continuamente en el Pacífico, desde Alaska hasta México. Se alimenta tragándose media tonelada de agua y expulsándola luego a través de las barbas de la boca. Quedan en su boca, como alimento, los crustáceos apresados. Pero si la red la atrapa, no la deja comer. Y tarde o temprano tiene que sucumbir sin remedio.

Así mismo hay personas que se ven apresadas en redes mortales. Son redes que entorpecen la conciencia, nublan la razón, oscurecen la mente y debilitan la voluntad. Aunque no traban los miembros físicos del cuerpo, estas redes traban el criterio, el sentido moral, la inteligencia y la razón.

Esta vez no nos estamos refiriendo a las redes del alcohol y de la droga, que en definitiva nos aprisionan, sino a las redes de los apetitos sensuales y las pasiones desorbitadas, que nos envuelven y nos oprimen con sus mallas aplastantes. Al principio son redes sutiles. Ni siquiera se advierte que son redes. Pero poco a poco se van engrosando hasta estrangular a su víctima y trabar por completo la conciencia y la voluntad.

El que cede a la tentación del engaño, de la mentira, de la falsedad, no se da cuenta de que se está enredando en una red fatal. Así mismo el que comete adulterio no piensa que está metiéndose dentro de una red mortal. Sin embargo, las mallas del pecado no soltarán jamás a ningún infractor de las leyes morales de Dios. Es un conquistado sin refugio alguno.

¿Hay alguna salvedad para el que se hace víctima de una de estas redes? Sí, la hay. Jesucristo puede cortar esas mallas. Lo ha hecho para millones de personas. Busquemos en Cristo nuestra liberación. Él quiere ser nuestro amigo. Él quiere y puede salvarnos.

POR UNA BOLA DE BILLAR


Sin lugar a dudas, fue el peor día de su vida. Ese día Augusto Sánchez, dueño de la sala de billar «Los Ticos» en San José, Costa Rica, tuvo un altercado con un cliente. No logró contenerse cuando éste, en una jugada torpe, le pegó a una de las bolas de billar con tanta fuerza que saltó de la mesa, brincó en el cemento y fue a dar a una alcantarilla donde desapareció.

Luego de expresar enérgicamente su desaprobación, Augusto condujo al cliente al puesto de la guardia civil, que quedaba cerca de la sala de billar. El acusado de extraviar la bola aceptó pagarla en abonos semanales hasta completar el valor total. Ya era casi la medianoche del sábado cuando culminó el incidente.

A pesar de que habían llegado a un acuerdo, Augusto, que tenía cincuenta y cinco años de edad, se empecinó en rescatar la bola. Así que levantó la tapa de la alcantarilla y se metió en ella.

A las dos de la mañana del domingo, la central de radio patrulla recibió la alarma. Hacía dos horas que Augusto había entrado en la alcantarilla, y no había salido. El cabo Eloy Sánchez Guarín, usando una pala, bajó por la alcantarilla en busca de Augusto. Pero el túnel tenía apenas un metro de diámetro y estaba lleno de inmundicias y de agua de albañales que brotaban esporádicamente de los tubos laterales. A duras penas el cabo llegó hasta unos trescientos metros de profundidad y halló en estado agonizante al dueño del billar. Haciendo un gran esfuerzo, poco a poco extrajo del estrecho túnel a Augusto. De allí una ambulancia lo condujo velozmente hacia el hospital San Juan de Dios, pero Augusto Sánchez falleció antes de llegar al hospital.

Lo incomprensible del caso es que ya se había establecido la forma de pago de la bola perdida. Augusto no tenía por qué insistir en recuperarla, ya que con ese dinero podría comprar una nueva. ¡Y no era más que una simple bola de billar! Sin embargo, a fin de salirse con la suya, el determinado hombre corrió el riesgo de perderlo todo por algo que relativamente no valía nada. En su lápida pudo haberse escrito: «He aquí un hombre que le dio menos importancia a su vida que a una simple bola de billar.»

Es posible que nos parezca absurda la conducta de Augusto Sánchez, y sin embargo que se pueda decir lo mismo de nosotros. ¿Acaso no hay muchos que, cada uno a su manera, están corriendo el riesgo de perderlo todo por algo que en realidad no vale nada? Por eso dijo Jesucristo: «¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida? ¿O qué se puede dar a cambio de la vida?»1

Más vale que sigamos el consejo de Cristo en el Sermón del Monte: que busquemos, ante todo, el reino de Dios y su justicia. De hacerlo así, Él nos promete que las cosas que más nos preocupan nos serán añadidas.2


1 Mt 16:26
2 Mt 6:33

Más Devocionales!