martes, 30 de junio de 2009

AMOR MAS DULCE QUE EL VINO

Fue compuesta por una señorita mexicana que le dio alas a su imaginación e incitó a otros a que disfrutaran apasionadamente de algo que ella misma aún no había disfrutado. Posteriormente ella compondría más de 250 canciones que se harían populares en las voces de un buen número de cantantes; pero fue esta canción la que más satisfacciones habría de darle, convirtiéndose en su carta de presentación alrededor del mundo. En 1941 la grabó por vez primera el tenor mexicano Emilio Tuero, y tres años más tarde, en plena Segunda Guerra Mundial, se convirtió en la melodía universal con la que más se identificaban las parejas que tenían que separarse a causa de la guerra.

La propagaron inicialmente en el ámbito internacional Andy Russell y Nat King Cole; pero llegarían a interpretarla también centenares de artistas y orquestas de renombre, tales como los Beatles, Frank Sinatra, Elvis Presley, Plácido Domingo, José Carreras, Andrea Bocelli, Julio Iglesias, Luis Miguel, Lucho Gatica, Pedro Vargas, Pedro Infante, Javier Solís, João Gilberto, Caetano Veloso, Frankie Laine, Dean Martin, Sammy Davis Jr., Trini López, Diana Ross, Linda Rondstadt, Sara Montiel, Magdalena Zárate, Montserrat, Diana Krall, Luis Mariano, Paul Mauriat, Richard Clayderman, la Orquesta Sinfónica de la Piazza di San Marcos, Venecia, la Orquesta Sinfónica de Frankfurt, la Orquesta Filarmónica de Londres, y los Coros del Distrito Ruso.

De ahí que, en 1999, Univisión la denominara «La canción del siglo», y que la Sociedad de Autores y Compositores de México, que calcula que se han producido alrededor de mil versiones de la canción en cuarenta idiomas, le rindiera homenaje a su querida autora con motivo de su muerte, declarando el 2005 «El año de Consuelo Velázquez».1

Era de esperarse, entonces, que este romantiquísimo bolero figurara entre las veinte canciones populares favoritas de todos los tiempos, ocupando el puesto número diecinueve en nuestra encuesta:

Bésame, bésame mucho,
como si fuera esta noche la última vez.
Bésame, bésame mucho,
que tengo miedo a perderte, perderte después.
Quiero tenerte muy cerca,
mirarme en tus ojos y estar junto a ti.
Piensa que tal vez mañana estaré muy lejos,
muy lejos de aquí.
Bésame, bésame mucho,
como si fuera esta noche la última vez.
Bésame, bésame mucho,
que tengo miedo a perderte, perderte después.

En el libro del Cantar de los Cantares, la novia le dice al novio: «Bésame una y otra vez, pues tu amor es más dulce que el vino.» 2 Así se expresa ella porque sabe que el amor que vale, el amor conyugal que diseñó Dios, es tan dulce y tan puro como lo es el amor que Él quiere prodigarnos a cada uno si le damos la oportunidad, tal como lo afirma el profeta Isaías: «Como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo.» 3


1Ana Cecilia Pujals, «2005, El año de Consuelo Velázquez» En línea 7 febrero 2008.
2Cnt 1:2 (La Biblia al Día)
3Is 62:5 (RVR)

lunes, 29 de junio de 2009

HE ACABADO LA CARRERA

El Tour de Francia 2005, en su edición 92, no sólo tuvo un campeón galardonado por séptima vez consecutiva después de la última etapa en París, sino también varios ciclistas premiados en las etapas preliminares que tuvieron que abandonar la carrera habiendo recorrido algunos menos y otros un poco más de la mitad de la vuelta.

El primer ganador de una etapa que tuvo que abandonar fue David Zabriskie, estadounidense del equipo CSC. Zabriskie ganó la primera etapa contrarreloj individual, y se mantuvo en la primera posición en la clasificación general hasta la cuarta etapa, también contrarreloj, pero por equipos. A sólo mil doscientos metros de la meta, el estadounidense tuvo la mala suerte de caerse. Fue así como perdió el primer lugar, y sufrió heridas en las piernas y en los brazos que posteriormente, en la novena etapa, lo obligarían a abandonar la carrera.

Jens Voigt, compañero alemán de Zabriskie en el equipo CSC, tuvo que abandonar en la undécima etapa. Se puso triunfante el jersey amarillo del mejor clasificado al final de la novena etapa, lo lució con merecido orgullo el día de la décima, y al día siguiente ¡terminó la etapa fuera de plazo y fue desclasificado!

El velocista belga Tom Boonen ganó dos etapas consecutivas, la segunda y la tercera, y encabezaba la clasificación de la velocidad cuando abandonó la carrera en la duodécima etapa.

Por último, Alejandro Valverde, el ciclista español en el que muchos hispanos habían cifrado sus esperanzas a pesar de que corría en su primer Tour, tuvo que abandonar en la decimotercera etapa, sólo tres días después de haberse adjudicado su primera victoria. En esa décima etapa le había ganado de modo impresionante al entonces seis veces campeón Lance Armstrong en los últimos metros del ascenso a la montaña.

Estos cuatro destacados ciclistas profesionales tienen en común que comenzaron bien la carrera y, ya sea por mala suerte o por desgaste de reservas físicas, la terminaron antes de tiempo. Lo único que les quedó fue la esperanza de volver a hacer el intento de completar la carrera el año siguiente.

A diferencia de Zabriskie, Voigt, Boonen y Valverde en el Tour de Francia 2005, ninguno de los que corremos en el Tour de la Vida puede abandonar ese recorrido que hace por las carreteras planas y montañosas de la existencia humana y al mismo tiempo poner las esperanzas en una carrera futura, ya que hay una sola carrera. San Pablo estaba tan consciente de esta verdad que dijo que, a pesar de saber que le esperaban sufrimientos, lo que contaba no era su propia vida sino terminar la carrera y llevar a cabo la tarea que Cristo le había encomendado. 1 Por eso, al final de su vida, después de haber soportado un sinnúmero de contratiempos, pudo decir triunfante: «He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe. Por lo demás, me espera la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día». 2

Corramos con esa determinación, inspirados por las palabras del gran apóstol, de modo que podamos algún día andar en calles de oro, vestidos de blanco, en caravana triunfal con el pelotón de corredores que han de recibir esa misma corona de justicia, la corona de la vida que les promete Cristo a todos los que le sean fieles hasta la muerte. 3


1Hch 20:23‑24
22Ti 4:7,8
32Co 2:14; Ap 2:10; 3:4,5; 21:21

domingo, 28 de junio de 2009

EN MOMENTOS DE CRISIS

A fin de rescatar su colección de discos, un hombre se deslizó por el piso de su sala que tenía una inclinación de 45 grados. Una joven de dieciocho años, resuelta a rescatar su loro que había quedado atrapado, pasó a través de una ventana rota. Así mismo un joven de veintiséis años, para recuperar la vieja Biblia de la familia, se metió en su apartamento cuando aún temblaba.

Todos estos, y muchos más casos, se registraron en el valle de San Fernando, California, después de uno de los fuertes terremotos que sacudió el lugar. «A la gente le gusta correr riesgos —explicó Carl Frederick, psicólogo de la Universidad de California—. Es una manera de hacerle frente a la desgracia.»

El terremoto inicial que sacudió todo el valle de San Fernando fue uno de los más desastrosos que ha sufrido el estado de California. En cuestión de segundos dejó sin hogar a más de quince mil personas, dando como resultado inmensas pérdidas materiales. Y así como en toda gran desgracia colectiva, el espíritu de solidaridad manifiesto, que es uno de los valores humanos más importantes, produjo emocionantes pruebas de consuelo y ayuda mutua. Las autoridades del estado acudieron de inmediato con toda clase de ayuda. Y la fe religiosa de muchos cobró nuevo impulso.

Andrés Rogers, un joven que neciamente entró a buscar sus zapatos en su apartamento derrumbado, dijo: «Dios salvó mi vida del terremoto. No me va a dejar morir ahora.» Otro hombre que desafió la orden policial de no entrar a su edificio fue a buscar una caja de clavos. «Tengo que colgar mis textos bíblicos en mi nuevo apartamento —dijo—. Cristo nunca falla.»

Es interesante ver cómo en los momentos de gran calamidad las víctimas piensan en Dios. Como que la fe se acrecienta en tiempos de angustia. Como que nos es más fácil orar cuando experimentamos la desventura.

Lo cierto es que fue también así en los días de Jesucristo. Haciendo un repaso de los cuatro historiadores de la vida de Jesús, vemos claramente que los que se acercaban a Cristo eran los que habían agotado todo recurso humano.

¿Será que sólo buscamos a Dios en los momentos de crisis? Es triste pensar que sólo nos acercamos a la Divina Majestad cuando estamos en derrota. La fe en Cristo es algo que necesitamos todos los días de la vida. La comunión con Dios debe ser habitual, una costumbre de cada momento.

Si no lo hemos hecho todavía, experimentemos el agrado de tener a Cristo como amigo constante. No esperemos llegar al fracaso para buscar a Dios. Él quiere ser nuestro amigo hoy mismo.

sábado, 27 de junio de 2009

DE TODOS MODOS FELIZ CUMPLEAÑOS

José Canepa miró la fecha en el calendario: 7 de diciembre, día de su cumpleaños. Pero no toda ocasión de cumpleaños trae felicidad. Canepa sonrió y se encaminó al baño. Quiso encender un cigarrillo, pero había una fuga de gas en el baño, y hubo una explosión que lo dejó con quemaduras graves.

Llamó una ambulancia, pero en el camino al hospital la ambulancia chocó con otro vehículo. José sufrió la fractura de una pierna, así que lo subieron a otra ambulancia. Al llegar al hospital, se resbaló de la camilla y se dislocó un tobillo. Estas fueron las aventuras de José Canepa en su día especial.

El médico que tuvo que curarle las quemaduras, enyesarle la pierna y vendarle el tobillo le dijo: «De todos modos, don José, ¡feliz cumpleaños!»

Hay fechas en el año que obligan a hacer un saludo tradicional. Por eso decimos: «¡Feliz cumpleaños!», o «¡Feliz Navidad!» o «¡Feliz Año Nuevo!» Aunque ese día nos vaya tan mal como cualquier otro, de todos modos damos el saludo porque es lo correcto.

Sin embargo, lo cierto es que los días de nuestra vida están llenos de sorpresas, y éstas no discriminan entre días especiales y días ordinarios. El día menos pensado puede sonar la alarma, trayendo el sobresalto y la desventura. Nadie sabe, al levantarse en la mañana, de qué modo llegará al descanso nocturno. El día puede depararnos bienestar o calamidad.

¿Qué nos dice todo esto? Que debemos vivir con fe. Que como la vida es tan incierta, tan insegura, debemos tener cada momento de cada día nuestra fe y confianza puesta en el que lo tiene todo bajo control. Esa persona es Jesucristo: Señor, Salvador, Maestro y Amigo.

No obstante, debemos reconocer que el poner nuestra vida en las manos de Cristo no nos pone necesariamente a cubierto de problemas. Pero sí nos libra de la desesperación. Nuestro problema no es la desventura; es la desesperación. Es, en otras palabras, la manera como reaccionamos.

Cuando Cristo es nuestro Señor y Dueño, podemos confiar en que Él, a la larga, todo lo hace bien. No siempre comprenderemos el porqué de la desventura, pero podemos, siempre, tener fe en el amor y en la sabiduría de Dios. Más vale que recordemos que ninguno de nosotros tiene previo conocimiento. El único que conoce el futuro es Dios, que todo lo sabe y tiene nuestra vida en sus manos. Cristo es el Señor de toda circunstancia. Pongamos nuestra confianza en Él.

viernes, 26 de junio de 2009

UN PUEBLO QUE AUN NO HA ROTO SUS CADENAS

Con esta edición especial de UN MENSAJE A LA CONCIENCIA comienza el conteo regresivo de las veinte canciones que recibieron la mayor votación en nuestra encuesta «Su canción popular favorita». En la primera ronda se contaron más de veintiocho mil votos, cada voto representando la canción favorita del votante. En la ronda final, hubo cerca de seis mil hispanohablantes de sesenta y cuatro países que votaron, en orden de preferencia, por sus cinco canciones favoritas de las treinta favorecidas en la votación inicial. Esta es la canción que ocupó el puesto número veinte:

Donde brilla el tibio sol
con un nuevo fulgor dorando las arenas.
Donde el aire es limpio aún
bajo la suave luz de las estrellas.
Donde el fuego se hace amor,
el río es hablador y el monte es selva.
Hoy encontré un lugar
para los dos en esta nueva tierra.

América es América.
Todo un inmenso jardín, eso es América.
Cuando Dios hizo el Edén pensó en América.

Cada nuevo atardecer
el cielo empieza a arder y escucha el viento
que me trae con su canción
una queja de amor como un lamento.
El perfume de una flor,
el ritmo de un tambor en las praderas.
Danzas de guerra y paz
de un pueblo que aún no ha roto sus cadenas.

América es América.
Todo un inmenso jardín, eso es América.
Cuando Dios hizo el Edén pensó en América.

Cuando Nino Bravo grabó el tema «América, América», lo escuchó y quiso volver a grabar para mejorarlo. Pero murió trágicamente antes de tener la oportunidad de hacerlo, en 1973, en un accidente automovilístico cerca de Madrid. Tenía apenas veintiocho años de edad. Con todo, aquella canción compuesta por sus paisanos españoles José Luis Armenteros y Pablo Herrero recorrió el mundo entero como un homenaje póstumo a Nino, en un disco que batió todos los récords en España en cuanto a expectación y pedidos adelantados, con sesenta mil pedidos. Luego de ser lanzado al mercado, en cuestión de tres semanas ya había ascendido al primer lugar de todas las listas. 1

Con frecuencia Nino decía que América era «el futuro del mundo» 2 a pesar de juzgarlo «un pueblo que aún no ha roto sus cadenas», como dice la canción. Gracias a Dios el Creador de este Edén que es Iberoamérica, si bien no todo ese pueblo ha logrado liberarse de toda cadena de opresión, hay millares que se han valido del poder de Jesucristo para romper las cadenas del pecado que los ataban, obteniendo así la libertad más valiosa a la que puede aspirar cualquiera de nosotros.


1E. Miguel de Caso, «“América, América”: Número uno en todas las listas» Mundo Joven, 14 julio 1973 En línea 5 febrero 2008.
2Darío Ledesma, «Biografia de Nino Bravo» En línea 5 febrero 2008.

jueves, 25 de junio de 2009

VEANSE A SI MISMOS

«Mi madre, viuda, al verse sin marido y sin amparo, decidió arrimarse a los buenos por ser uno de ellos, y se fue a vivir a la ciudad, alquiló una casita y se puso a cocinar para algunos estudiantes y a lavar ropa de ciertos mozos de caballería del comendador de la Magdalena, así que había razón para visitar las pesebreras. En ésas se relacionó con un negro de ésos que cuidaban las bestias. Unas veces este hombre venía de noche a casa y salía por la mañana. Otras ocasiones tocaba a la puerta con el pretexto de comprar huevos, y entraba en la habitación. En un principio me molestaba su presencia, y le tenía miedo por el color de la piel y mal semblante; pero cuando vi que con sus visitas mejoraba el condumio, fui cobrándole algún afecto, pues siempre traía pan, trozos de carne y, en el invierno, leña con que calentarnos.

»De suerte que, sin pausa en la posada ni en las relaciones, mi madre acabó por darme un negrito muy lindo al que yo hacía brincar por darle algún calor. Recuerdo que un día el negro de mi padrastro retozaba con el mozuelo y, viendo que mi madre y yo éramos blancos y él no, se dio a correr con miedo hacia mi madre y, señalando con el dedo, decía:

»—¡Madre, coco!...

»... Niño todavía, me llamó la atención esa palabra de mi hermanico, y dije para mis adentros: “¡Cuántos habrá en el mundo que, porque no se ven a sí mismos, huyen de los demás!”» 1

Este relato del protagonista principal de La vida de Lazarillo de Tormes, que da inicio en España al género de la novela picaresca, nos revela el pensamiento del llamado «pícaro» en aquel entonces. «Del pícaro puede decirse que toma la vida como viene —explica Jaime García Maffla—, que no la juzga pero sí la escruta, aun le da tonalidades especiales al mirarla desde su alma trágica y vacía.»

Ese es el caso de Lazarillo. Muerto su padre, su madre tiene relaciones con un morisco cuando Lázaro ya ha cumplido los ocho años. Por conveniencia, Lázaro acepta las visitas del moro como también al hermanito mulato que nace de las tales «relaciones». Luego, como quien escruta sin juzgar, medita en el término «coco» que le oye decir al pequeño, cuando éste descubre que su padre no se parece ni a la madre ni al hermano. El coco era un fantasma con que se asustaba a los niños. 2 De ahí que a Lázaro se le prenda la chispa y se pregunte: «¿Así como se asustó el inocentón de mi hermano, será que también los demás les tienen miedo a todos los que no se parecen a ellos? ¿Acaso el racismo se origine en el temor a lo desconocido?»

Si bien acertó en su juicio el autor anónimo del Lazarillo a mediados del siglo dieciséis, con mayor razón debemos nosotros acertar en el nuestro en pleno siglo veintiuno. Determinemos que cuanto más diferente sea nuestro prójimo, más nos esforzaremos por llegar a conocerlo. Sigamos el consejo y el ejemplo de Aquel que nos hizo tal como somos: juzguemos a los demás así como queremos que ellos nos juzguen a nosotros, fijándonos en el corazón y no en las apariencias. 3


1Lazarillo de Tormes, Anónimo (Bogotá: Editorial Norma, 1994), pp. 12‑13.
2Ángel del Río y Amelia A. de del Río, Antología general de la literatura española, Tomo 1: Desde los orígenes hasta 1700, ed. corregida y aumentada (New York: Holt, Rinehart and Winston, 1960), p. 338.
3Mt 7:12; 1S 16:7

miércoles, 24 de junio de 2009

RATONERAS DE LA VIDA

Largo rato atisbó la llegada de la joven. Sabía que todas las noches, a las diez en punto, regresaba del trabajo. Era una joven bella, atractiva, verdadera flor de Málaga, España. Tal como él lo esperaba, la joven llegó. Tan pronto como ella abrió la puerta y entró, él se abalanzó sobre ella.

Sin embargo, las cosas no salieron bien. José Olmedo, el asaltante, se vio en una ratonera. La señorita alcanzó la puerta de su apartamento y escapó. Olmedo se encontró de pronto en una situación difícil. Ninguna puerta se abría a menos que pulsara el código. Dentro del vestíbulo del gran edificio de apartamentos, el joven, de veintidós años, fue arrestado por la policía.

Le llamamos «ratonera» a una situación que no tiene solución. También se le llama «callejón sin salida» y «punto sin retorno». Se trata de una de esas condiciones imposibles de la vida. La gran mayoría de ellas, como en el caso de Olmedo, las producimos nosotros mismos con nuestros errores y nuestros excesos. Pero a veces, por esas situaciones ingobernables de la existencia, se producen solas. En todo caso, son circunstancias que nos atrapan en una ratonera de la vida, sin puerta de escape, sin socorro y sin protección.

¿Realmente hay ratoneras? ¿Hay situaciones insolubles? No, no las hay. Cuando todo recurso se ha agotado, siempre queda Dios. Y no es que Dios haga caso omiso del pecado. Él cambia el corazón humano. Su invitación es franca, firme y segura. He aquí las palabras de Cristo: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso» (Mateo 11:28).

Nuestro mayor problema no es un callejón sin salida. Es el no acudir a Dios cuando todas las puertas se han cerrado. O tratamos, debido a nuestro orgullo, de resolver nuestro propio dilema, hundiéndonos más en el problema, o cedemos a la depresión que, para colmo de males, nos lleva a considerar el suicidio. Solos no podemos salir de la ratonera.

Sin embargo, Jesucristo espera nuestro clamor. Él está siempre listo para socorrernos y quitar las angustias que nos consumen. La vida siempre nos va a presentar situaciones imprevistas, problemas, al parecer, insolubles. Vivimos en un mundo lleno de corrupción. Pero Cristo quiere ser nuestro Salvador.

Pongamos nuestro problema en las manos de Dios. Entreguémosle a Él esa dificultad que nos está consumiendo. A Dios nada puede sorprenderlo ni amedrentarlo. Él es Dios, y puede socorrernos. Basta con que le digamos: «Entra, Señor, a mi corazón.»


martes, 23 de junio de 2009

CARCELES EN QUE NOS ENCERRAMOS

Paysandú, Uruguay, una hermosa ciudad moderna y progresista, ubicada en la margen oriental del río Uruguay y reflejada día y noche en sus mansas y verdes aguas, tenía un problema. Acababa de inaugurar su nueva cárcel, pero no tenía ningún preso para encerrar en ella. El alcalde inauguró el edificio con una ceremonia muy solemne, y pronunció un encendido discurso. Lo único que faltaba —se lamentó el alcalde— era alguien que estrenara las cómodas y limpias celdas. Se citaron diversos nombres de delincuentes conocidos —ladrones, asaltantes, estafadores, cuatreros—, pero no se encontró ningún candidato apropiado.

Luego sucedió una de las ironías de la vida. En pocos días se descubrió en la ciudad un gran contrabando de automóviles en el que estaba implicado el alcalde mismo. ¿Quién hubiera pensado que aquel hombre que inauguró la cárcel habría de ser el primero en estrenarla?

Los seres humanos continuamente fabricamos cárceles en las que nos encerramos nosotros mismos. Bien lo dijo Amado Nervo: «Cada día remachamos un eslabón más de la cadena que ha de aprisionarnos.»

Una de las cárceles más nefastas en la que nos encerramos es la del miedo. Algunos tememos a la enfermedad y a la muerte prematura sin saber siquiera si tal vez pasemos toda la vida sin tener que sufrirlas. ¿Qué ganamos con semejante temor? ¿Acaso no nos priva de la paz interior, aprisionándonos en una celda de preocupación constante? Cristo tenía toda la razón cuando dijo: «¿Quién de ustedes, por mucho que se preocupe, puede añadir una sola hora al curso de su vida? ... Por lo tanto, no se angustien por el mañana, el cual tendrá sus propios afanes. Cada día tiene ya sus problemas.» 1

Aun en el peor de los casos no tenemos que temer. Si Dios permite que nos enfermemos o que muramos prematuramente, tanto la enfermedad como la muerte prematura pueden ser experiencias que nos liberen de las preocupaciones temporales de esta vida y nos lleven a concentrar nuestra atención en un porvenir eterno.

Así que en lugar de permitir que el temor a la enfermedad y a la muerte nos aprisione, encerrándonos en una cárcel como la de Paysandú, permitamos más bien que el amor de Dios, amor perfecto que echa fuera el temor, 2 nos libere de ese temor y nos lleve a estrenar una vivienda espaciosa como la que Dios nos tiene preparada más allá de la muerte, en la nueva Jerusalén. Allí vivirá Dios en medio de nosotros, y no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor. Pues como Dios mismo dice proféticamente en calidad de Alcalde de aquella ciudad santa: «¡Yo hago nuevas todas las cosas!» 3


1Mt 6:27,33
21Jn 4:18
3Ap 21:1‑5; 1Jn 14:1‑3

lunes, 22 de junio de 2009

DE VERAS ME AMABA

—No tomes esa foto —advirtió Lawrence Collier—; es peligroso.

Lawrence, un joven australiano, conocía esa reserva y conocía la ferocidad de las fieras.

—Pero son leones mansos y, además, está permitido —le contestó la muchacha, despreocupada.

La joven, Judith Damien, también australiana, era amiga de Lawrence. Se habían conocido en Australia, y había un interés más que de amigos entre ellos. Los dos habían ido como turistas a la reserva de Masai Mara en Nairobi, Kenya.

La joven preparó su cámara, e iba acercándose a una de las fieras cuando, de repente, los leones se abalanzaron sobre ella. Todo ocurrió en un instante.

Lawrence, que vio todo desde el vehículo, saltó en medio e interpuso su cuerpo entre ella y los leones. La pareja de felinos hizo presa de él, matándolo en el acto. Judith, aterrorizada, logró ponerse a salvo a pesar de estar herida.

Esa tarde, de vuelta al campamento, Judith dijo: «Él puso su vida por la mía. Nunca me dijo claramente que me amaba. Ahora sí sé que de veras me amaba.»

No hay como una tragedia para revelar quiénes son nuestros verdaderos amigos. El dolor, la agonía, la calamidad, revelan quiénes son las personas que de veras nos estiman. La calamidad ahuyenta a los distantes, pero acerca a los que nos aprecian. Es una especie de ley muda pero cierta. La tragedia, el accidente, la enfermedad, la muerte de un ser querido, tienen su manera de atraer a nuestro lado aquellos que son, de veras, nuestros amigos.

Esto nos lleva a hacer la pregunta: ¿Cuánto amor tuvo que tener Jesucristo para impulsarlo a entregar su vida en la cruz por nosotros, el género humano? Cristo mismo da la respuesta: «Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos» (Juan 15:13).

Todo amor se prueba con los hechos. Palabritas dulces las hay a montones, y el infame seductor sabe usarlas bien. Pero una cosa es el amor genuino, y otra, los hechos que lo comprueban.

Jesús expuso y dio ejemplo de la doctrina del amor verdadero. Él mismo, por amor, dio su vida por nosotros. Su amor fue perfecto, y se materializó en un sacrificio perfecto.

Jesús probó su amor hacia nosotros tomando nuestro lugar en la cruz. ¿Qué podemos nosotros darle a Él? Podemos corresponder a su amor. Podemos decirle: «Gracias, Señor, por lo que hiciste por mí. Mi vida es tuya para siempre.»

domingo, 21 de junio de 2009

LA OCASION HACE AL LADRON

El hombre estaba acostado e inerte. Primero tocaba quitarle la ropa. Luego había que hacerle una incisión en el abdomen, extraerle los órganos mayores, abrirle el tórax, y examinar el corazón, los pulmones y el esófago.

El procedimiento era una autopsia que se hacía a un hombre muerto por asfixia. Pero esta vez el cirujano Timothy Hosmer, de San Antonio, Texas, le abrió algo más a su paciente. Le abrió, también, los bolsillos, y encontró allí 53 dólares. En su estupidez, se apropió del dinero, y por ese acto perdió su empleo como médico forense.

Cincuenta y tres dólares no valían un trabajo bueno, prestigioso y bien remunerado. El médico debió haberle entregado ese dinero a las autoridades para que éstas a su vez se lo entregaran a los familiares del difunto. Ese era el procedimiento normal. Pero bien dice el refrán: «La ocasión hace al ladrón.» Sin duda alguna, cuando comenzó la autopsia, no tenía ningún interés en semejante dinero. Pero cuando vio los billetes, y se creyó solo, le resultó fácil quedarse con ellos.

¡Cuántas veces se hace realidad ese sarcástico refrán: «La ocasión hace al ladrón»! ¡Cuántas adolescentes inexpertas se dejan tentar por una ocasión propicia, y cometen el mal, quedando engañadas! ¡Cuántas veces un esposo, honesto y bueno, se deja tentar por otra de esas ocasiones, y comete adulterio! ¡Cuánto cajero, en el manejo del dinero, se deja tentar también por una ocasión que cree favorable, y comete el delito que lo lleva a la cárcel!

Más vale que tengamos cuidado con las ocasiones propicias. Hay muchos que, normalmente, jamás cometerían un delito, pero que caen en él por querer aprovechar la ocasión.

El que tiene una firme conciencia cristiana y una clara noción del bien y del mal no aprovecha deshonestamente las ocasiones propicias. Más bien, lleva continuamente una vida limpia. Sentir que hay que aprovechar alguna oportunidad sólo porque se tiene enfrente, aun cuando se sabe que sería violar algún valor moral, es la máxima representación de debilidad y pusilanimidad de carácter.

Todo el que profesa ser seguidor de Cristo, por su propio bien y por el ejemplo que Dios espera de él, debe llevar una vida realmente cristiana. El que es de veras creyente en Cristo nunca permitirá deshonestidad de ninguna clase. El desliz más insignificante sería para él un pecado contra Dios.

Nada produce más paz que una vida limpia, y Cristo quiere darnos una vida así. Entreguémosle nuestro corazón. Sólo Él puede darnos la paz que tanto necesitamos.

sábado, 20 de junio de 2009

ESCLAVOS POR GRATITUD

Sucedió en la época en que en América se compraban y se vendían esclavos africanos. Uno de esos esclavos, alto y musculoso, en cuyo rostro se dibujaba nobleza de carácter, despertó el interés de un hombre inglés que deseaba comprarlo.

—Si usted me compra —le dijo el esclavo al inglés que estaba arreglando el precio con su dueño—, ¡yo nunca le serviré!

El inglés miró al joven un buen rato, pero no respondió nada. Entró en la oficina del comerciante, pagó el precio por el esclavo, y salió con un documento en la mano.

—Lee esto —le dijo el inglés al atlético e inteligente esclavo.

El joven leyó el documento, y no podía creer lo que leía. Allí estaba legalizada su libertad. En aquel documento constaba que el precio total de su libertad había sido pagado y que él ahora era dueño de sí mismo y podía hacer de su vida lo que quisiera.

—Dijiste que si te compraba, no me servirías —le dijo el inglés—. Me gusta tu dignidad. He pagado el precio total de tu libertad para que, de aquí en adelante, seas un hombre libre y digno.

Al joven le rodaron las lágrimas y, deponiendo toda actitud agresiva y con voz tierna y humilde, dijo:

—Señor, no sólo seré su servidor, sino que si llega a ser necesario, daré la vida por usted.

Eso es precisamente lo que sentimos los pecadores con relación a nuestro gran libertador, Jesucristo. Todos estamos esclavizados por alguna mala tendencia de nuestro ser: la pasión, el vicio, las debilidades, la rebeldía, el orgullo, los miedos. Esas inclinaciones nos esclavizan con cadenas a veces más fuertes que las de una esclavitud física. Pero Cristo vino y pagó por completo el precio de nuestra redención. Él derramó en la cruz su sangre preciosa, con la que compró la libertad para toda la humanidad. Los que aceptamos y recibimos esa emancipación estamos libres de toda cadena. Podemos ir a cualquier lugar que queramos, vivir en cualquier lugar que nos guste, y emprender cualquier tarea que nos llame la atención.

La verdadera vida cristiana consiste en la entrega absoluta de nuestro ser al que nos redimió eternamente. En el mismo espíritu de aquel esclavo africano, podemos decirle a Cristo nuestro Redentor: «Señor, por amor a ti, y con gratitud por la libertad que me diste, te serviré, te amaré, te obedeceré y te seguiré hasta la muerte.» Sólo así seremos verdaderos seguidores de Cristo.

viernes, 19 de junio de 2009

FE SENCILLA

«Yo envidio a mi hermano Kevin. Él cree que Dios vive debajo de su cama. Al menos, eso fue lo que le oí decir una noche. Él estaba orando en voz alta en su cuarto, a oscuras, y yo me detuve para escuchar al otro lado de la puerta cerrada: “Dios, ¿estás ahí? —preguntó Kevin—. ¿Dónde estás? Ah, ya veo dónde: debajo de la cama.”

»... Kevin vive en un mundo muy diferente. Nació hace treinta años, con retraso mental a causa de dificultades en el parto. Salvo su estatura de un metro con ochenta y cinco centímetros, hay poco que lo distingue como adulto. Él piensa y se comunica al nivel de un niño de siete años de edad, y de ahí no pasará. Sin duda, siempre creerá que Dios vive debajo de su cama... y que los aviones se mantienen volando en el aire porque hay ángeles que los sostienen.... ¡Qué dicha la de Kevin los sábados... en que papá lo lleva al aeropuerto para tomarse una gaseosa, ver los aviones aterrizar, y adivinar en voz alta, mientras aplaude con emoción, el destino de cada pasajero que llevan...!

»... Kevin lleva una vida sencilla. Nunca han de preocuparlo las complicaciones de las riquezas y del poder. No le importa la ropa que viste ni la comida que come.... Le encanta trabajar, [sobre todo su trabajo en un taller para minusválidos].... Termina toda tarea que emprende... pero luego sabe cómo relajarse.... Tiene un corazón puro. Todavía cree que todos dicen la verdad, que las promesas hay que cumplirlas, y que cuando uno se equivoca, debe reconocerlo y pedir disculpas. Libre de toda vanidad y del qué dirán de las apariencias, a Kevin no le da vergüenza llorar cuando se siente lastimado, enojado o triste. Siempre es sincero. Y confía en Dios... se le acerca como niño... seguro en su fe sencilla.»

Esta tierna reseña biográfica escrita por un autor desconocido nos recuerda el refrán que dice: «Los niños y los locos dicen las verdades.» 1 Según el Diccionario de Uso del Español de María Moliner, los especialistas de la antigüedad denominaban «idiotas» a los de edad mental de menos de dos años, «imbéciles» a los que tenían entre dos y siete años, y «tontos» a los que tenían entre siete y doce. Con todo lo que hemos progresado en el campo de la psicología, fuera menos ofensivo el refrán en la actualidad si dijera más bien: «Los niños y los minusválidos mentales dicen las verdades.» Y sería más cierto que nunca, sin ser peyorativo.

Era esa inmejorable condición de sinceridad la que buscaba Jesucristo en sus discípulos cuando les aseguró que si no se volvían como niños, no entrarían en el reino de los cielos. 2 Y fue por eso que en otra ocasión Cristo le dio gracias al Padre celestial por haberles revelado, a los que son como niños, cosas que están ocultas a los sabios e instruidos. 3

¿Acaso una de esas cosas que están ocultas será la verdad de que Dios está en todas partes, incluso debajo de la cama, queriendo que lo tratemos como nuestro amigo más íntimo, así como lo trató Kevin, y que los más minusválidos de todos seremos nosotros?


1Refranero general ideológico español, compilado por Luis Martínez Kleiser (Madrid: Editorial Hernando, 1989), p. 667.
2Mt 18:3
3Mt 11:25

jueves, 18 de junio de 2009

SERA ESTO EL FIN DE TODO

El museo atraía un gran número de personas. La atracción eran las figuras de cera que representaban las supuestas etapas evolutivas del hombre desde sus primeras apariciones en el globo terrestre, millones de años atrás. Fue el deleite, al principio, de todos los partidarios de la evolución.

Éstas comenzaban con el famoso australopitecus, el antepasado más primitivo del hombre. Luego, subiendo en la escala de la evolución, estaba el hombre de Neanderthal. Posteriormente, el hombre Cromagnon, y así hasta llegar al Homo Sapiens, una magnífica figura del hombre actual, atlético y buen mozo.

Sin embargo, a partir de ahí las figuras comenzaban a mostrar una declinación alarmante, siendo la etapa final una lápida con la palabra «SIDA», y junto a esa lápida una leyenda que decía: «¿Será esto el fin de todo?» El hombre ha llegado a la cúspide de su desarrollo físico e intelectual, y ahora se comienza a ver una declinación ominosa y fatal.

Lo cierto es que nadie puede negar la existencia del mal. Como prueba tenemos las cárceles, los manicomios y los hospitales. Cada día hay más estafas, más escándalos financieros, más desfalcos industriales. Y hay cada vez más gente en los consultorios psiquiátricos, más matrimonios destruidos, más abortos, más divorcios y más tumbas para jóvenes, todavía en la primavera de su vida.

A todo esto, y siempre en aumento, se ha sumado la plaga máxima, el SIDA, enfermedad mortal estrechamente relacionada con el desenfreno sexual. Con razón el museo de cera hace la pregunta: «¿Será esto el fin de todo?»

No obstante, ni el SIDA ni ninguna otra calamidad universal pueden ser el fin de todo. Es que el hombre no es producto de la evolución; es creación de Dios. Y a pesar de que el hombre ha optado por hacer caso omiso de las leyes morales y espirituales de Dios, trayendo sobre sí todos los males de la familia humana, Dios tiene un plan para cada uno, y el que se someta a su divina voluntad no tiene que sufrir el fin fatal que presagia el museo.

Dios no quiere el aniquilamiento de la humanidad. Él no la creó para que se destruya a sí misma, sino para que triunfe. Él quiere verla en victoria aquí sobre esta tierra y en su traslado a la gloria eterna. Para eso vino Jesucristo al mundo: para traer redención y vida eterna. Creamos en Jesucristo y recibamos esa vida eterna gratuita, perfecta y segura. Entreguémosle nuestra vida a Cristo.


miércoles, 17 de junio de 2009

COMO PRESENTARSE ANTE UN REY

El doctor Raimundo Edman acababa de visitar a su Majestad Haile Selassie, emperador de Etiopía. Al regresar del viaje dio un discurso ante un grupo de estudiantes en teología. En su disertación explicó lo que era presentarse ante un monarca. Contó el doctor Edman que antes de entrar a ver al emperador Selassie, pidió que le dieran instrucciones sobre lo que se esperaba de él, es decir, cómo presentarse ante su Majestad, cómo inclinarse y qué pasos dar antes de volver a inclinarse, cuál asiento tomar y cuándo sentarse. Resultó que, según el protocolo de Etiopía, no debía hablar a menos que le hicieran una pregunta, pues era el emperador quien dirigía toda palabra y decidía hasta cuándo prolongar la conversación.

Todo esto lo explicó el doctor Edman con el fin de compararlo con la relación que debemos tener con el Señor. Es Dios quien debe dirigir nuestra vida, quien debe decidir nuestros pasos y quien debe tomar la palabra —afirmó Edman—, porque Dios merece toda nuestra honra y todo nuestro respeto. Entrar a la presencia de Dios es mucho más importante que entrar a la presencia de un rey en este mundo.

Ese fue el último discurso que dio el doctor Edman, pues murió de un ataque al corazón antes de terminarlo. Fue así como entró a la presencia del Rey de reyes, en el acto mismo de explicarles a otros cómo debían hacerlo, ese 22 de septiembre de 1967.

Tenía razón el doctor Edman. Dios es el soberano Rey del universo, y como tal merece nuestra honra y nuestro respeto como ningún otro. Y no hay duda de que nos conviene entregarle a Dios el control de nuestra vida, de modo que nuestras decisiones estén de acuerdo con su voluntad y nuestras palabras sean fieles representaciones de lo que Él diría en nuestro lugar.

Sin embargo, a Dios gracias que Él no nos trata necesariamente como el emperador de Etiopía trataba a sus súbditos. En tiempos pasados el único que podía entrar en el Lugar Santísimo hasta la presencia misma de Dios era el sumo sacerdote, y éste una sola vez al año. Pero todo cambió el día en que Cristo nos rescató eternamente, entrando una vez y para siempre en el Lugar Santísimo al morir en la cruz para expiar nuestro pecado. Desde ese día cualquiera de nosotros puede entrar a la presencia del Rey del universo a cualquier hora sin previa invitación especial y sin tener que esperar a que Dios le dirija la palabra ni temer que Dios le ponga fin a la conversación antes que termine de decirle lo que quiere comunicarle. No importa si es hombre o mujer, rico o pobre, del llamado Tercer Mundo o del tal Primero, o que sea del color que sea.

Ahora, según el escritor bíblico a los Hebreos, «tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que [Cristo] nos ha abierto... Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con... plena seguridad.»1 Aprovechemos al máximo el privilegio de entrar en su presencia, de modo que sea tan estrecha nuestra relación con Él en esta vida que cuando llegue la hora de nuestra muerte, Él nos reciba y nos abrace así como el rey más benevolente abraza al príncipe o a la princesa de su hogar y de su reino.


1Heb 10:19,22

martes, 16 de junio de 2009

EL VIEJO MENSAJE DE LA CRUZ

Los cielos nocturnos por fin se abrieron. Hacía tres días que llovía, empapando los campos de la Pampa Argentina. Cuando se despejó el cielo, sobre el esmalte negro de la noche surgió esa magnífica constelación de los cielos australes llamada «La Cruz del Sur».

Aparicio Peralta, maduro campesino, se quitó el sombrero. Por los muchos años que tenía como seguidor de Cristo, saludó el emblema de Cristo y elevó una oración. Le pidió a Dios que salvara a su hijo Miguel, de veinte años de edad, al que acababa de sacar de la cárcel. Miguel dormía a su lado en la cabina del gastado camión.

Aparicio era un agricultor de la Pampa en Argentina. Como hombre sencillo que era, amante de la tierra, era también ingenuo y honrado. Pero Miguel, su hijo, era la oveja negra de la familia. Se había alejado del hogar siguiendo el camino de tantos jóvenes que sólo buscan la vida fácil y el placer sensual. La vida perdida que llevaba le había ocasionado varios encuentros con la ley. Fue así como Aparicio tuvo que ir a sacarlo de la cárcel.

Mientras regresaba a su casa en el viejo camión bajo la lluvia, acompañado del retoño dormido que no quería componerse, vio de pronto la rutilante cruz de los cielos. La constelación estelar arrancó de él una oración a favor de su hijo. Aparicio le pidió a Cristo que salvara al muchacho por la sangre que vertió en la cruz. Y el milagro, sencillo pero profundo, callado pero vibrante, se produjo. Cuando el joven salió del pesado sueño, era otra persona. La historia de veinte siglos de la iglesia cristiana, caracterizada por la proclamación del poderoso evangelio de Cristo, se había repetido, produciendo una vez más el milagro de salvación.

¿Cómo puede el joven salvarse de los vicios degradantes del alcohol, de la droga, del sexo ilícito y del juego? Sólo por medio de Jesucristo, Señor poderoso y viviente. ¿Cómo se componen los matrimonios a punto de deshacerse, o aun ya deshechos? También, sólo por medio de Cristo, Señor poderoso y viviente.

Cuando Cristo entra en la vida de quien lo invita, Él cambia ese corazón, y todo, de ese día en adelante, es nuevo. Jesucristo, en su poder sin igual, transforma el caos en justicia, salvación y paz. Mediante su muerte en la cruz y su resurrección de entre los muertos, Él libra del pecado a todo pecador que lo busca, arrancando de cada uno el pecado que lo destruye.

La cruz de Cristo es el emblema de una salvación grandiosa, perfecta y eterna. Cristo murió en nuestro lugar. Con su muerte compró nuestra salvación.


EL CADAVER DE UNA CONCIENCIA

Ocurrió en una cárcel de Colombia durante la época de violencia y ruina civil que azotó al hermano país hace algunos años. Es, sin embargo, uno de esos casos más parecidos a la época presente que a cualquier otra.

Uno de los más empedernidos criminales, Antonio Rangel, había sido encarcelado por los múltiples delitos que había cometido. Tan escandalosos e inmorales eran que la prensa misma no se atrevía a publicarlos.

Mientras Rangel estaba en la cárcel, llegó a verlo su padre, un anciano de cabeza blanca. Tenía el semblante marcado por el sufrimiento y el rostro surcado de arrugas. El anciano venía para contarle a su hijo la horrible muerte que había sufrido la madre del prisionero, perpetrada por una banda de asaltantes.

El hombre contó, con todos los pormenores, la dolorosa agonía que había padecido la indefensa anciana. Sin embargo, su hijo, aun con el vívido relato, no dio muestras de dolor.

Al ver el anciano el rostro inexpresivo de su hijo, endurecido por los años y el crimen, le preguntó llorando:

—¿Es posible, hijo mío, que no te conmueve ni el hecho de saber que tu madre fue asesinada?

—Bueno —contestó insensible Rangel—, así he matado yo mismo a muchas mujeres como ella.

Esta insensibilidad la han sabido captar a la perfección en sus versos nuestros mejores poetas. Uno de ellos la vertió en los siguientes versos, a modo de proverbio:

No son muertos los que en dulce calma
la paz disfrutan de la tumba fría.
Muertos son los que tienen muerta el alma
y viven todavía.

El poeta tenía razón al decir que los únicos muertos no son los que yacen en la tumba. También están muertos los que en vida tienen muerta el alma.

El concepto de muerte en vida lo había establecido ya la Palabra de Dios. La Biblia dice que el hombre sin Cristo está muerto en sus delitos y pecados, y añade que la única manera de obtener la vida verdadera es tomar el camino que es Cristo. Cristo dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al padre sino por mí» (Juan 14:6).

Las palabras del apóstol Pablo también llegan al caso: «Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo» (Efesios 5:14). Sólo Cristo puede dar vida a los que por la fe lo buscan. Por más muerta que tengamos la conciencia, Cristo nos revive con su gracia bendita. Él quiere y puede darnos nueva vida. Rindámonos a Cristo el Señor.

lunes, 15 de junio de 2009

EL CADAVER DE UNA CONCIENCIA

Por amor se han creado los hombres en la faz de la tierra,
por amor hay quien haya querido regalar una estrella.
Por amor fue una vez al Calvario, con una cruz a cuestas,
Aquel que también por amor entregó el alma entera.

Por amor se confunden las aguas y en la fuente se besan
y en las alas de la mariposa los colores se crean.
Por amor ha existido en el mundo siempre tanta belleza,
y el color de la naturaleza se pintó por amor.

Por amor soy de ti, y seré toda la vida.
Mientras viva, por amor soy de ti,
por amor, por amor, por amor.

Por amor una noche cualquiera un amante se entrega.
Por amor con un beso se calman unos labios que esperan.
Por amor ya no llevo las cruces que me dio el sufrimiento;
por ti lo que fuera mi suerte se cambió por amor.

Por amor soy de ti, y seré toda la vida.
Mientras viva, por amor soy de ti,
por amor, por amor, por amor.

A este tema musical se le ha considerado el Himno Nacional Dominicano del siglo veinte, a pesar de lo que su compositor, Rafael Solano, llegó a considerar una desventaja. «Escribí “Por amor” con pocas esperanzas [—admite Solano, que es oriundo de Puerto Plata—], porque eran unas letras un poco religiosas. Me pregunté a dónde va a llegar esto.... [Pero] después de haber ganado [el Primer Festival de la Canción Popular Dominicana en 1968], una grabación en vivo... permaneció durante quince días en todas las emisoras del país, luego reventó en Puerto Rico, y después apareció en Chile y se fue regando por todo el mundo. Unos estudiantes de Rusia me dijeron que la escucharon en Moscú y hasta en Tokio.» 1

Catorce años después de ese triunfo inicial, el maestro Solano fue a París como Embajador y Delegado Permanente ante la UNESCO durante cuatro años. 2 Fue a representar a su patria, a la que, mientras viviera, pertenecería «por amor» y llevaría en el alma.

Ya hacía unos dos mil años que Jesucristo, el Maestro de maestros al que Solano aludió en su famosa canción, había ido a Jerusalén como emisario del Padre celestial, a representarnos a cada uno al morir en la cruz del Calvario en nuestro lugar, entregando alma y cuerpo «por amor» a nosotros. Ahora sólo nos queda corresponder a ese amor, prometiéndole a Cristo en las palabras de Solano: «Por amor soy de ti, y [lo] seré toda la vida.»


1Germán Santiago, «El plagio, Por amor y una bellaquería contra Rafael Solano», DiarioDigitalRD En línea 5 noviembre 2007.
2Antonio Gómez Sotolongo, Los cien músicos del siglo (Santo Domingo: Editorial Cañabrava, 2000), p. 206.

domingo, 14 de junio de 2009

LA GENUINA PATERNIDAD RESPONSABLE

Hijo mío! Quiero hablarte
mientras te encuentras dormido...
Entro en tu cuarto en puntillas
y el corazón remordido,
para decirte mi pena
de culpable arrepentido....

He sido duro contigo.
Hoy mismo, por la mañana,
te regañé al haber visto
que no lavabas tu cara
con jabón. Tus zapatitos
no estaban embetunados,
y luego te pegué un grito
al notar que habías dejado
tus ropitas por el piso.

Y seguí, al desayuno,
en el mismo son reñido:
Que la comida caía
fuera del plato servido;
que engullías, y situabas
en la mesa tus coditos,
untando la mantequilla
a trozos.

Cuando salimos,
yo camino del trabajo
y tú a jugar un ratito,
antes de ir para la escuela,
aquel «¡Adiós, papaíto!»,
cariñoso y sonriente,
lo respondí: «¡Ya te he dicho
que saques más ese pecho
y que no andes encogido!»

Y, al regresar, esta tarde
volví a emprenderla contigo,
cuando jugando a las bolas
estabas con otros niños.
En vez de estar en cuclillas,
te apoyabas en el piso
manchando tus medias nuevas.

Delante de tus amigos
comencé a reprenderte.
Te dije: «¿Dónde se ha visto
que se trate así la ropa?
¡Eso cuesta sacrificios!
¡Bien se ve que no trabajas
para comprar tus vestidos!»

... Después, ¿te acuerdas?, estando
yo leyendo, entraste tímido
con el temor y la súplica
en tu rostro pintaditos.
Te dejé con la mirada
como clavado en el piso.
«¿Y qué tú quieres ahora?»,
dije casi en un gruñido.

Sin responderme, lanzaste
a mi cuello tus bracitos.
Me besaste con ternura
y arrebatado cariño,
con ése que Dios ha puesto
en tu corazón de niño;
y que no hay indiferencia,
ni dureza ni castigo
que lo enfríen. Luego fuiste
a tu cuarto, trotandito.

Pues mira, mi niño amado,
a poco de haberte ido
se me escurrió de las manos
el periódico. He sentido
temor ante los efectos
que mi hábito dañino
de mandar y encontrar faltas
obraba en contra del hijo.
¡Así te trataba yo
por ser solamente un niño!
¡Y no es que no te quisiera,
sino que había pretendido
que a tus años como un hombre
te portaras, hijo mío!

¡Yo seré desde mañana
para ti lo que he debido
ser siempre: tu compañero,
tu padre amable y tu amigo!
Sufriré cuando tú sufras
y me alegraré contigo,
y no haré más que decirme:
«Es un niño pequeñito.» 1

Estos versos que escribió el poeta cubano Luis Bernal Lumpuy basándose en una narración en prosa del autor Livingstone Larned nos llevan a reflexionar sobre la genuina paternidad responsable. No nos limitemos a reconocer que somos padres de nuestros hijos como si les estuviéramos haciendo el favor de darles apellido. Más bien, reconozcamos que son una herencia del Señor, 2 y aceptémoslos con todas sus imperfecciones. Paradójicamente, nuestro Padre celestial no sólo nos acepta de la misma manera a nosotros, sino que nos exige que cambiemos y nos volvamos como nuestros niños para que entremos en el reino de los cielos. 3


1Luis Bernal Lumpuy, Sueños de un mundo mejor (Escrito en Cuba, 1970; publicado en Miami, 1992), pp. 24-28.
2Sal 127:3
3Mt 18:3

BIENVENIDO AL CIELO

Me sentí admirado, confundido y perplejo
al entrar por la puerta del cielo,
no por lo esplendoroso del ambiente,
ni por las luces ni por todo lo bello.

Algunos a quienes vi en el cielo
me dejaron sin habla, y quedé sin aliento:
ladrones, mentirosos y alcohólicos...
¡como si aquello fuera un basurero!

Estaba allí el niño que en séptimo grado
al menos dos veces me robó el almuerzo.
Junto a él se encontraba mi viejo vecino
que nunca dijo nada amable ni sincero.

Muy cómodo, sentado en una nube,
vi a uno que imaginaba ardiendo en el infierno.
Y pregunté a Cristo: «¿Qué está ocurriendo aquí?
Quisiera que ahora me explicaras esto.

»¿Cómo han llegado aquí esos pecadores?
Creo que Dios debe de haberse equivocado.
Y ¿por qué están boquiabiertos y callados?
Explícame este enigma. ¡No comprendo!»

«Hijo mío, te contaré el secreto.
Todos ellos están asombrados.
¡Nunca ninguno se hubo imaginado
que tú también estarías en el cielo!» 1

Este poema acerca de «La gente en el cielo», escrito por Taylor Ludwig y traducido del inglés por el poeta Luis Bernal Lumpuy, nos hace reflexionar sobre los requisitos para entrar en el cielo. Para efectos de este mensaje, le hemos puesto por título «¡Bienvenido al cielo!», a fin de poner de relieve su moraleja: que muchos se sorprenderán al descubrir que a otras personas, presuntamente menos buenas que ellos, Dios les haya dado entrada en el cielo. ¿Acaso merecen pasar la eternidad en tal lugar? ¡Es el colmo que Dios les dé la bienvenida!

Lo cierto es que no hay ninguno de nosotros, ni uno solo, que merezca semejante destino. 2 No hay nada que nadie en el mundo pueda hacer para merecer o ganarse la entrada en el cielo, porque ya todo lo hizo Jesucristo. Cualquiera que piense que su buena conducta, sus buenas obras o sus penitencias sean la moneda con que se compra el boleto de entrada no sólo se engaña a sí mismo sino que ofende a Dios. Porque esa actitud de autosuficiencia es lo mismo que decirle a Cristo: «Tu muerte en la cruz por mis pecados no bastó para salvarme. Ese sacrificio supremo que hiciste por mí fue en vano. Es necesario que yo mismo, por mis propios méritos, haga algo para ganarme la entrada.»

La única llave que abre la puerta del cielo es la llave de la misericordia, del gran amor y de la gracia de Jesucristo, el Hijo de Dios, y sólo podemos valernos de ella por la fe. El apóstol Pablo nos lo explica así:

... Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados! Y en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales, para mostrar en los tiempos venideros la incomparable riqueza de su gracia, que por su bondad derramó sobre nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte. 3


1J. Taylor Ludwig, «Folks in Heaven» (La gente en el cielo) En línea 4 abril 2005 , Traducción del inglés de Luis Bernal Lumpuy, 2005.
2Ro 3:9‑12
3Ef 2:4‑9

viernes, 12 de junio de 2009

LA RUEDA LOCA

El circo daba su función en Buenos Aires, Argentina. Estaba repleto de gente que, entusiasmada, esperaba cada actuación con gritos y aplausos. Los payasos hacían desternillarse de risa a chicos y a grandes. Entre ellos se destacaba Peporrete, que con sus saltos y piruetas acaparaba la atención de todos.

Su acto final, cada noche, era tomarse de los tobillos, formar una rueda con el cuerpo y rodar así por toda la pista. La gente aplaudía a rabiar.

Esa noche Peporrete hizo lo mismo. Pero al rodar en la rueda loca, se le clavó en el pecho la punta de un tornillo que estaba oculto bajo la lona. El hombre sintió la punzada, pero siguió como si nada hubiera ocurrido. Sin embargo, la contusión interior, igual que la quebradura de un cristal que se raja, fue avanzando poco a poco. Una semana después, en plena actuación, Peporrete murió de un aneurisma.

¡A qué extremos llega un artista, exponiendo su arte, para traer felicidad al público! He aquí un hombre que vivió para hacer reír. Tenía una facultad inimitable. Su acto final, «La rueda loca», acto que él mismo había creado, lo ejecutaba con entusiasmo y dedicación. Pero esa dedicación le costó la vida.

Esto nos lleva a hacer dos reflexiones. La primera es que lo que no se hace con entusiasmo no merece hacerse. ¡Son tantas las personas que llevan una vida muerta, que no tienen pasión! Esa no es la vida que nuestro Creador quiso que tuviéramos. Él nos creó para vivir con entusiasmo, con arrebato. Él quiere vernos alegres y optimistas. Peporrete murió, pero la vida que llevó la vivió al máximo.

La otra reflexión es más emocional y sensible. Peporrete no es el único hombre que haya llevado una herida en el corazón. Y no es tampoco el único que haya muerto lentamente por esa herida.

¡Cuánta mujer, cuánta esposa fiel y buena, ha sido engañada por su marido, lastimando su corazón para siempre! ¡Y cuánto hombre hay, también fiel y bueno, a quien su esposa le falló, y aunque hubo reconciliación, la herida ha quedado, mucho más dolorosa que cualquier herida del cuerpo!

¿Hay alguna cura para las heridas del alma? Sí, la hay. El gran Médico divino, Jesucristo, sana por completo las heridas del corazón. Él alienta a los afligidos, devuelve la paz a los atribulados y consuela a los enlutados. Los que sufren no tienen que hacer más que acudir a Él, buscarlo de todo corazón y clamar desde el fondo de su angustia. Cristo, el Amante Pastor, viene entonces para consolar y curar.

Entreguémosle nuestro dolor a Cristo. Él transformará nuestras lágrimas en gozo.

A H1N1

Por. Hno Norberto Diazgranados

Por Ben Hirschler
LONDRES (Reuters) - La Organización Mundial de la Salud (OMS) está lista para declarar la primera pandemia de influenza en más de 40 años, tras una reunión de emergencia de expertos el jueves para discutir la propagación del brote de la nueva cepa del virus H1N1.
Hasta el momento se han reportado 27.737 casos en 74 países, incluyendo 141 muertes, de acuerdo a la última cifra de la OMS.







A continuación algunas consecuencias de la situación y el impacto que la enfermedad podría tener en la ya recesiva economía mundial:




PANDEMIA LEVE
Hasta el momento, la mayoría de los casos de la nueva influenza han sido leves, sugiriendo que podría ser similar a la pandemia ocurrida en 1968, cuando la cepa H3N2 provocó la muerte de aproximadamente 1 millón de personas.
Expertos estiman que la cifra de muertos de una pandemia de virulencia similar sería menor, dado que ahora los médicos tienen acceso a medicinas antivirales.
En comparación, una influenza estacional provoca anualmente la muerte de entre 250.000 y 500.000 personas.
A pesar de que una pandemia leve no causaría un trastorno económico generalizado, igual podría tener un impacto si muchas personas dejan de asistir a sus trabajos por cerca de una semana debido a fuertes síntomas, similares a los de un resfrío común.

PANDEMIA SEVERA
El peor escenario es que la gripe H1N1 regrese con mayor virulencia durante el invierno en el hemisferio norte, causando una propagación más amplia de la enfermedad y muertes, masivas ausencias laborales e importantes interrupciones en los flujos de viajes y comercio.
La pandemia de 1918 provocó la muerte de al menos 40 millones de personas en 18 meses, pero se desarrolló en una época anterior a los antibióticos, que actualmente salvan las vidas de muchos pacientes de influenza con infecciones secundarias.
A pesar de eso, expertos han previsto que una gripe similar a la de 1918 podría mantener a cerca del 40 por ciento de la fuerza laboral fuera de sus lugares de trabajo en cualquier momento: algunos por contraer la enfermedad y otros por cuidar a parientes o a niños que dejarían de asistir al colegio.
El Banco Mundial estimó el año pasado que una pandemia severa podría costar unos tres billones de dólares y una caída de cerca del 5 por ciento del Producto Interno Bruto mundial.

VARIACION REGIONAL
Es probable que la severidad difiera sustancialmente de un país a otro e incluso muestre variaciones dentro de las poblaciones. Por ejemplo, expertos han estado sorprendidos por la velocidad de propagación de la nueva cepa de gripe H1N1 en Australia y entre los esquimales canadienses.
Las personas cercanas a los 60 años o mayores parecen ser más inmunes a la enfermedad debido a que habrían estado expuestas a cepas de influenza similares.

MEDICINAS Y VACUNAS
El mundo está más preparado que nunca para una pandemia, con reservas de medicinas antivirales como Tamiflu fabricada por Roche y Relenza de GlaxoSmithKline.
Además, el mundo ya está trabajando en una vacuna que se espera esté disponible para octubre y que está siendo fabricada por laboratorios como Sanofi-Aventis, Glaxo y Novartis.
(Editado en español por Silene Ramírez)

Estos no son mas que el reflejo real de otra realidad Espiritual.


Al Igual que una Epidemia Mundial,El Pecado esta arrasando con todas las culturas. Arrastrando a la humanidad a las condiciones ms miserabáles de su naturaleza. Unos perdidos en adicciones, otros en Fornicacion o adulterio, Otros en Orgias, Idolatrias, Borracheras, Herejias..Etc (GALATAS 5:17-19) Sucumben cada vez ms y ms anaáte este imparable flajelo llamado Pecado.

El mundo hoy teme a las enfermedades que matan el cuerpo, y procuran hallar la cura a cada mal. El incierto de saber que pasara mañana confunde y oprime cada dia al ser humano. Las vacunas van y vienen, los virus reaparecen en nuevas cepas cada dia, Las curas escasas, las vacunas insuficientes, el mundo Muere.

Asi tambien sucede con el alma del ser Humano cuando esta infectado por la Pandemia del pecado. Muerte Irremisible, es la sentencia.

Gloria a Dios Padre que envió a Jesus su Unigenito HIjo, quien por su sangre entrego la cura al pe hombre para ser inmune al pecado y a sus sintomas, a sus consecuencias, a la muerte.

Entrega tu vida a Cristo, Deja que Dios inyecte en tus venas la Sangre Preciosa que te limpie, perdone y redima del Pecado y podras vivir en salud Fisica,Mental y espiritual.


Solo Jesus es la respuesta.


jueves, 11 de junio de 2009

ERRAR LA VOCACIÓN POR COMPLETO

Iban por una carretera del departamento de Caquetá en el sur de Colombia, transitada por camiones de carga, autobuses de pasajeros y autos, muchos autos. Los soldados detuvieron a uno de éstos. Una sola persona iba dentro de él.

«Tenemos que revisar su auto, padre», anunciaron los soldados. El sacerdote se bajó del vehículo. Lo revisaron, y dentro encontraron diez kilos de cocaína. «Tenemos que arrestarlo», le informaron los soldados.
Ya en la estación de policía, el jefe le recriminó al sacerdote: «Su vocación es dar la blanca hostia, no traficar con el blanco polvo.»

Hace algunos años yo volaba de La Paz, Bolivia, a Miami, Florida. El vuelo hacía trasbordo en Santa Cruz, y me tocó una espera de unas dos horas. Una señorita de uniforme militar se acercó y me dijo:

—Usted es el Hermano Pablo.
—Sí —le respondí.
—El coronel del aeropuerto desea verlo. ¿Me sigue, por favor?

La seguí escaleras abajo y a través de unas dos o tres puertas cerradas. En un cuarto interior del edificio se encontraba el coronel.

—Perdone, Hermano Pablo —se disculpó—. Usted habla de estas cosas, y yo quería que lo viera.

En el cuarto había tres o cuatro militares y un joven vestido de civil. En una mesa había una valija abierta. El costado interior de la valija había sido rasgado, y detrás había dos bolsas de plástico con dos kilos de cocaína cada una.

—Este joven pretendía llevar esto a Miami —me explicó—. Yo quería que usted lo viera. Un abogado de la ciudad lo usaba a él para transportar este contrabando.
Hay mucha gente que ha equivocado su vocación. El sacerdote colombiano, el abogado boliviano y el joven contrabandista erraron la suya. Hay quienes, pudiendo ser médicos, abogados, ingenieros, clérigos o personas dignas de cualquier oficio, por darse a las drogas y al alcohol dejan de ser útiles. Luego no comprenden cómo es que todo les va mal en la vida.

Hay otros que pierden su vocación de padres de familia, como debiera ser, y abandonan el hogar, desamparan a los hijos, y sumen en la mayor tristeza y angustia a la familia entera. Son hombres y mujeres que no han sabido, o no han querido, comprender su verdadera razón de ser.

Quien no obedece la ley de Dios ha abandonado su vocación de persona digna. Pero Cristo nos devuelve nuestra imagen original, y nos ayuda a cumplir nuestra vocación en esta vida. Él pone en nosotros dos cosas: un deseo profundo de vencer, y la fuerza de voluntad para hacerlo. Entreguémosle nuestra vida a Cristo.

martes, 2 de junio de 2009

El Sacrificio del Amado

"Por que de tal manera amo Dios al Mundo,

Que ha dado a su hijo Unigenito, para que todo aquel que en el Cree..

No se pierda más tenga la Vida Eterna"

Juan 3:16

Que tu viaje en el tren de la vida, de sentido al Savrificio que hizo el Padre Jehova, entregandoa su Hijo amado por tu salvación y la mia.

Gracias a ese sacrificio hoy seguimos en lo rieles de la vida, pero un día el tren detendra su marcha y tendremos que presentarnos delante aquel que nos Amo.

Hay que estar preparados.

Recibe a cristo en tu corazon y cuentale a los tuyos de este sacrificio eterno en al Cruz del Calvario.

Cristo Vive!

Más Devocionales!