lunes, 16 de febrero de 2009

Chocolate Party
















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CHOCOLATE PARTY


—Mami, hazme un pastel de chocolate —pidió la pequeña Myra Griffin.


—¡No me molestes! —replicó la madre.


Pero la niña insistió, como insisten todos los niños. Y por fin, Marjorie Griffin, exasperada, le dijo a su hija:


—Bueno, te haré el pastel, pero te lo vas a comer todo.


Horneó el pastel y, enojada, se lo dio a la pequeña pedazo a pedazo, hasta obligarla a comérselo todo. De repente los ojos de la niña se le pusieron vidriosos y comenzó a mostrar señas de ahogo. La linda criatura de sólo tres años de edad cerró los ojos y nunca salió de su desmayo.


Cuando este suceso llegó al conocimiento de las autoridades en Baton Rouge, Florida, los policías no lograban entender lo ocurrido. ¿Cómo puede una joven madre de sólo veinticuatro años de edad atragantar a su hijita con pastel de chocolate hasta matarla? Cualquiera se haría la misma pregunta. ¿Qué pasó por la mente de Marjorie Griffin para tratar así a su hijita de tres años? ¿Habrá alguna respuesta para esta pregunta?


La conclusión a la que podemos llegar es que esa mujer estaba absolutamente inconsciente. Es decir, carecía de conciencia, que es esa chispa divina que todo ser humano debe tener en su interior.


Carecía también de sensibilidad, pues en algún momento de la extraña odisea, la chiquita tuvo que haberse negado a seguir comiendo. Pero la madre le siguió metiendo en la boca pedazo tras pedazo del pastel hasta ahogarla.


En tercer lugar, esa madre carecía por completo de amor. Para ella su hijita era un estorbo, una carga, una molestia. No era el encanto mayor de su vida, ni el tesoro que Dios le había encomendado.


En cuarto lugar, aquella mujer estaba llena de violencia. Tenía en la mente y en el corazón la llama del furor, de la impaciencia, del despecho, del resentimiento. Y con ese fuego quemándola por dentro, tarde o temprano habría una explosión. En ese caso se ensañó con su hija. La fiesta de Myra, su hijita, no fue una «fiesta de chocolate» sino una fiesta macabra y negra de enojo, de furia, de descontrol y, a la postre, de muerte.


¿Por qué se presentan tales hechos en algunas familias en la actualidad? Porque han perdido la moral, la conciencia y el temor de Dios. Estos tres valores los necesitamos todos, y sólo Jesucristo, el Señor viviente, nos los puede reintegrar.



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