martes, 1 de septiembre de 2009

UNIDOS POR LA MISERIA

«... Toda la zona del arenal del dique, como toda la ciudad de Bahía, [pertenecía] a los Capitanes de la arena....

»... La ciudad comenzó a hablar de [aquellos] chicos vagabundos que vivían del robo. Nadie sabía el número exacto de los que así vivían. Serían unos cien y, de ésos, más de cuarenta dormían en las ruinas del... viejo depósito abandonado, en compañía de ratones, bajo la luna amarilla....

»... El Sem‑Pernas... quería... algo que lo hiciera feliz, que lo librase... de esas ganas de llorar que le venían en las noches de invierno.... una mano que lo acariciara, alguien que le hiciera olvidar su defecto físico con mucho amor, que le hiciera olvidar los... años que había vivido solo en las calles de la ciudad, hostilizado por los hombres que pasaban, empujado por los porteros, zurrado por los muchachos más grandes. Nunca tuvo familia. Había vivido en la casa de un panadero, al que llamaba padrino, que le pegaba buenas palizas.

»El día que comprendió que una fuga lo libraría, lo hizo. Sufrió hambre, y un día lo metieron preso.... Aquella noche en la comisaría... vigilantes borrachos le hicieron correr renqueando alrededor de una pieza. En cada rincón lo esperaba uno con un palo largo. Las marcas de las costillas ya habían desaparecido, pero en la parte interior nunca desapareció el dolor de esa noche....

»... Después encontró a los Capitanes de la arena... y se quedó con ellos.... Su corazón estaba lleno de odio. Confusamente deseaba tener una bomba... que arrasara con toda la ciudad.... Entonces se alegraría. O también, si alguien, posiblemente una mujer de cabellos grises y manos suaves, lo apretara contra su pecho, le acariciara la cabeza y lo hiciera dormir un buen sueño, un sueño que no estuviera lleno de los sueños con aquella noche en la comisaría. Entonces estaría alegre y no tendría odio en el corazón. Y no tendría más envidia ni desprecio....»1

Así nos presenta al patético Sem-Pernas el popular novelista brasileño Jorge Amado en su obra titulada Capitanes de la arena. Cuando apareció este polémico libro de Amado en 1973, el Estado Novo brasileiro confiscó la edición y mandó quemar centenares de ejemplares en la plaza pública. De modo que cuando volvió a aparecer el libro siete años más tarde, «constituyó un verdadero acontecimiento cultural», comentan los editores de Losada en la contraportada de su edición del 2006.

Gracias a Dios, ese «mundo de los niños abandonados, unidos por la miseria y empujados por una sociedad egoísta hacia los arenales del puerto, donde organizan su propia sociedad infantil, con toda la secuela de la delincuencia, pero rica también en solidaridad, inocencia y amor», como los describe la Editorial Losada, es el mismo mundo por el que el Padre celestial envió a su único Hijo Jesucristo a morir en la cruz del monte Calvario... solidario, inocente y amoroso.2 Y ese Hijo de Dios que dio su vida por todos los niños de la ciudad de Bahía, tanto los niños abandonados como los niños consentidos, es el mismo Cristo Redentor al que se le rinde homenaje con un monumento en el monte Corcovado, el Cristo que siente igual compasión y ternura por los niños de Río de Janeiro, del resto de Brasil, de Iberoamérica y del mundo entero.3


1 Jorge Amado, Capitanes de la arena, trad. Estela dos Santos (Buenos Aires: Editorial Losada, 1973), pp. 30-31,41-42.
2 Jn 3:16
3 Sal 103:13; Mt 23:37; Lc 13:34

EL OLOR DE LA MUERTE


Las puertas de la sala de emergencia se abrieron. Los enfermeros apresuraron la entrada de la camilla. Traían a Gloria Ramírez, de treinta y un años de edad, con fallo cardíaco. El médico de turno y cinco ayudantes la atendieron. Pero no bien abrieron una de sus venas para sacar sangre, vapores tóxicos invadieron el cuarto. La doctora Julie Gorchynski se demayó, y otras cinco enfermeras sufrieron graves intoxicaciones.

El hospital Central de Riverside, California, inició una investigación minuciosa del asunto y la conclusión a la que llegaron sobre los misteriosos vapores fue la siguiente: «Simplemente se trataba del olor de la muerte.»

No se conoce otro caso como este en los anales de la medicina. De la sangre de una mujer joven brotaron vapores sulfurosos y amoniacales con un olor tan horrible que los científicos de la Universidad de California no encontraron otra manera de describirlo más que con decir: «Se trataba del olor de la muerte.»

Interesante esa frase: «olor de la muerte». ¿Acaso no se encuentra el olor de la muerte también en otros lugares?

El olor de la muerte está en cada paquete de drogas que se pasan de contrabando. Porque la droga es la muerte de cuerpo, mente y conciencia.

El olor de la muerte está en cada casino y en cada sala de juego que abre sus puertas. Porque el juego de azar es la ruina moral y económica de millones.

El olor de la muerte está en cada expendio de licor que recibe a sus clientes con estantes llenos de botellas. Porque dentro de cada botella está el veneno alcohólico que destruye a individuos, familias y sociedades.

El olor de la muerte campea en cada matrimonio que descuida sus votos y comienza a emplear palabras como «separación» y «divorcio». Estas lanzan, entre esposo y esposa, el resentimiento, el odio, el despecho y la venganza, que destruyen la unión más importante de la raza humana: el matrimonio.

El olor de la muerte brota violento en cada aborto, porque se mata a un ser viviente en el vientre materno que hasta ese momento le ha dado la vida que tiene.

De cada actividad humana que se desarrolla sin el temor de Dios brota el olor de la muerte, porque todo lo que se hace ignorando las normas divinas, produce muerte. Sólo Jesucristo puede dar la vida que contrarresta la muerte. Sólo Cristo puede regenerar, salvar y reformar por completo al hombre y a la sociedad. Sólo Él es vida. Todo lo contrario a Él, es muerte.

Más Devocionales!