domingo, 1 de marzo de 2009

La Justicia Siempre Llega
















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LA JUSTICIA SIEMPRE LLEGA

Fue un tiempo de terror general. El piloto del jet trataba de hacer un aterrizaje de emergencia. Tenía agotados los tanques de gasolina, y el aeropuerto de Nueva York todavía estaba lejos cuando lanzó la nave contra la ladera boscosa de un cerro. El accidente provocó la muerte de setenta y tres personas.

A un hombre lo encontraron muerto en su asiento con el vientre abierto. Su compañero, Antonio Zuloaga, estaba malherido. En el vientre del muerto había bolsitas plásticas con cocaína; en el vientre del herido, lo mismo, catorce bolsitas que contenían el polvo blanco. No bien salió del hospital, tuvo que comparecer ante el juez en un tribunal.

Muchas veces la justicia divina opera de un modo veloz y drástico. Otras veces tarda y se hace esperar. Pero tarde o temprano interviene. Este hombre era un narcotraficante. Llevaba cocaína de Colombia para introducirla en Estados Unidos. Se había tragado catorce bolsitas plásticas rellenas de droga. De no haber ocurrido el accidente, hubiera esperado tranquilamente que su cuerpo expeliera las bolsas y hubiera vendido la mercancía por miles de dólares.

Sin embargo, el accidente y la muerte del compañero, que con su vientre abierto mostró el contrabando, lo delataron. El plan se frustró. Se hizo justicia y el hombre tuvo que pagar en la cárcel su delito.

No siempre los pecados ocultos se descubren tan dramáticamente, pero siempre se descubren. Toda maldad humana siempre será descubierta, si no ante un tribunal humano, entonces ante el inapelable e inescapable tribunal divino.

Hace algún tiempo una mujer en Tokio, Japón confesó ante la policía el haber dado muerte a su bebé recién nacido. Lo hizo para ocultar su falta, puesto que era mujer soltera. ¿Cuándo fue el asesinato? Había ocurrido cuarenta y tres años antes. Su conciencia confundida e insistente, al final de ese largo período, la había hecho confesar.

Arreglemos hoy mismo cualquier cuenta pendiente que tengamos, ya sea con los demás o con Dios. Sólo así tendremos paz. Cristo, el Juez benévolo y amable, siempre perdona, siempre restaura y siempre salva.

«No hay nada escondido que no llegue a descubrirse, ni nada oculto que no llegue a conocerse públicamente» (Lucas 8:17). Arreglemos hoy esa vieja cuenta. Cristo quiere darnos su paz. A nosotros sólo nos corresponde creer en Él y someternos a su señorío.

Más Devocionales!