domingo, 15 de marzo de 2009

















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Cadena Perpetua de contemplaciónPor. Hermano Pablo

Era un típico triángulo amoroso, triángulo que suele enmarcar tragedias. El esposo era Alfredo Millán, de Caracas, Venezuela. La esposa se llamaba Tina, y su amante, Benjamín. El triángulo se hizo trizas de una manera violenta.

Al regresar de su trabajo, Alfredo Millán descubrió el adulterio en su propia casa. Armado de un machete, decapitó al amante, metió la cabeza en un frasco grande con alcohol, y le dijo a la esposa: «Ahora podrás contemplar tu pecado toda tu vida.» Y puso el frasco con la cabeza en la mesita de noche de su infiel compañera.

Eso de «contemplar el pecado toda la vida» debe de ser un castigo terrible. Millán obligó a su esposa a ver la cabeza del amante en el frasco cuatro años seguidos.

Muchas veces imaginamos al infierno como un horno ardiente, un abismo en llamas, o como ollas de plomo derretido donde los pecadores se queman por la eternidad. Nadie sabe con exactitud cómo será ese castigo eterno, pero de seguro cada hombre y cada mujer condenados tendrán que contemplar para siempre el pecado que cometieron.

El que asesinó a un semejante tendrá que contemplar el cadáver. El que violó, robó, estafó, chantajeó, calumnió, o simplemente odió con el corazón, contemplará cada hora de cada día a la persona que perjudicó o el mal que hizo, y eso por los siglos de los siglos.

Si bien nadie sabe a ciencia cierta cómo será esa condenación, eso no quiere decir que haya duda de que tendrá lugar. Y tampoco hay duda de que nuestra memoria será aguda en medio de la condenación y a lo largo de ella, ni de que esa memoria mantendrá delante de nosotros, día y noche, las maldades que hayamos hecho.

Pero eso tampoco quiere decir que nadie tendrá que pasar irremediablemente por el sufrimiento de una condenación eterna. Para eso envió Dios al mundo a su Hijo Jesucristo. El pasaje más citado de la Biblia dice: «Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16). Cristo nos ofrece dos vidas. La una es una vida transformada, también llamada vida nueva, mientras todavía nos encontramos en esta tierra. La otra es vida eterna en lugar de condenación eterna. Todo lo que tenemos que hacer es entregarnos incondicionalmente a Él.



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